Elena (Helena), en la tragedia de Eurípides es, según ella cuenta, hija de Zeus y de la mortal Leda.
Elena, nombre especialísimo para los helenos y para la cultura de la Helade, no puede ser la Elena ligerita que a las primeras abandona su lecho conyugal para irse con el joven Paris de un reino enemigo. Elena, después de esto, ha sido vituperada por los griegos. Por adultera y porque por ir Menelao a su rescate levantó todo un ejército y muchos de estos griegos guerreros también yacen muertos en las playas frente a Troya. Durante diez años el ejército invasor de los griegos sufrió y muchos murieron por culpa de Elena. Todos la maldicen, empezando por Menelao, su esposo al que abandonó.
También Elena es maldecida mil veces por los troyanos, que causó la destrucción de la bella y orgullosa Ilión. Y en primer lugar maldecida por Hécuba, reina de Troya, ya que por su culpa el pueblo troyano desapareció, sus hijos Héctor y Paris murieron en la guerra y su hija Casandra y Andrómaca, viuda de Héctor, repartidas como botín de guerra entre los vencedores.
Ese es el dilema. ¿Qué hacer con ese icono sagrado y ahora lleno de oprobio?
La solución es formidable y Eurípides creó un recurso literario a seguir por los escritores de los siglos que estaban por llegar. La Elena verdadera nada tuvo que ver con la guerra de Troya. La Elena que sí estuvo en Troya fue como un holograma de la verdadera Elena. Como un clon virtual. Como una muñeca inflable, perfecta, bella, que traiciona como una humana, ama y copula, pero no real. La verdadera Elena fue llevada Egipto por Zeus, su padre, donde permaneció pura y fiel a su marido Menelao. Después de esto la fantástica imaginación de los evangelios apócrifos, o los increíbles relatos de la literatura “esotérica”, quedan chicos.
Zeus la lleva a Egipto y así “me conservo incólume y leal a Menelao”. Sólo que Menelao no estuvo en el secreto divino y se fue a Troya a hacer la guerra.
A decir verdad, ya otro escritor de la antigüedad, llamado Estesicoro (siglo VI a C.) tuvo la ingeniosa idea que la verdadera Elena se fue a vivir a Egipto. Como sea, el caso es que la Elena de Troya, cantada por Homero y toda la cauda de poetas, griegos de la antigüedad, fue una Elena de mentiritas. Fue, dice Eurípides, hecha de nubes y de viento...
Elena lo dice: “En esta gran guerra que Zeus levantó entre griegos y troyanos los griegos no lucharon por mí, fue por mi nombre”.
Elena aclara eso de la suplantación: “Hera, en despecho de que fue vencida y no obtuvo victoria sobre las otras diosas, le dio ( a Paris), no a mí, sino una sombra vana, hecha a mi semejanza. No un ser real: un fantasma abrazar pudo. Un ídolo formado por el viento, se dio al hijo del rey de Príamo (Paris) El pensaba tenerme: solo tuvo vacua ilusión”.
Salvado el prestigio de Elena, lo que sigue de este poema es cómo Menelao va a Egipto por Elena y las vicisitudes que ambos pasan para lograr escapar del poder del faraón que quiere, a toda costa, casarse con Elena.
Aquí Eurípides nos presenta otro recurso literario que, veinticuatro siglos más tarde, será muy utilizado tanto por la cinematografía mundial como por las telenovelas de las abuelitas. Dos finales distintos. El primero, también de Eurípides, fue trágico pues Menelao, como se ha dicho, conquistada Troya, y rescatada Elena, envía a ésta a Grecia para que sea muerta a pedradas por traición a su pueblo y por adultera. Ahora, en el poema Helena, Eurípides busca un final feliz. Los franceses hicieron un film que se llamó “Dos Verdades”, Luego vino la película “Corre, Lola, Corre” que tiene no uno sino varios finales distintos. Y con frecuencia las abuelitas presionan para que las telenovelas tengan otro final. El anterior no era trágico. Sólo que la muchacha se quedaba con un galán que no era del agrado del público. Al día siguiente la muchacha s e vuelve a casar pero ahora sí con el galán de más aceptación en el pueblo televidente. Todo esto de los diferentes finales, de un mismo argumento, empezó con Eurípides, en su tragedia Helena.
Eurípides (estamos hablando de una obra que se representó en el año 412 a C.) dice una cosa que tiene que ver con la ubicación real de la ciudad de Troya, todavía perdida en el siglo diecinueve de la era cristiana, pero ya borrado su rastro desde los días de Eurípides. En el diálogo entre Elena y Teucro, aquella pregunta por el fin que tuvo Troya, que se dice fue consumida por las llamas. Teucro responde que es verdad, fue consumida: “Tanto así que hoy no hallas una huella de sus muros y baluartes”.
La idea confirma la supuesta idea de que la verdadera Elena se encontraba lejos y ajena a lo que aconteció en Troya. Pues siendo Elena el centro de la disputa, entre griegos y troyanos, y a la vez habitando en Troya, junto a Paris, no podía ignorarlo.
Luego de la guerra de Troya Menelao vagabundea por esos mares y, ya solo y en desgracia, va a dar a Egipto. Ahí se encuentra con la noticia que en ese palacio vive Elena, su mujer. Aparece Elena, se encuentran y tienen un dialogo en el que se van reconociendo. Menelao sigue incrédulo. Elena, para convencerlo, que ella es su mujer, le dice: “No fui yo a Troya: la que fue era mi sombra”.
Es un cuadro extraño el que pinta Eurípides con respecto a Menelao. El, junto con su hermano Agamemnon, fueron los líderes en la guerra contra Troya, poseedores a la postre de tesoros del saqueo de la ciudad y dueño de esclavos. Ahora es casi un mendigo que no cuenta ni con un barco para huir de Egipto con Elena. Sus mismas ropas son harapos.
Proteo, el rey de Egipto, que le había dado refugio y protección a la “verdadera” Elena, ha muerto ya y su hijo Teoclimeno, quiere casarse con Elena. Después de una serie de argucias desarrolladas por los esposos logran engañar a Teoclimeno que Elena debe ir a Grecia a dar sepultura al cuerpo de su esposo Menelao, ya muerto (Teoclimeno ignora que el griego que acompaña a Elena es el verdadero Menelao).
Con reticencias Teoclimeno cede y facilita a Elena un barco. Los esposos finalmente logran alejarse de las playas de Egipto. Hasta el final del relato Eurípides sostiene un suspenso en el espectador (no olvidar que estamos tratando de la representación de una obra de teatro).Un servidor del faraón descubre el engaño y se lo dice a su amo: “Cuando la hija de Zeus fue dejando este palacio real, marchaba hacia el mar abatida. Lloró todo el camino… ¡Pérfida, iba llorando por su esposo! Y su esposo estaba bien vivo: la iba siguiendo muy de cerca”.
Pero ya están fuera del alcance del faraón y, además, soplan buenos vientos para seguir impulsando la nave. Por fin Elena y Menelao son felices. Todo un mundo se derrumbó en su derredor pero a ellos, esta tarde, puede vérseles,con la proa al sol,reír como cuando ambos eran jóvenes...
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