Nietzsche y el origen de la tragedia

Apolo y Dioniso son los primeros personajes, del Olimpo, que nos encontramos al tratar este asunto. Los instintos del ensueño y de la embriaguez.

Dice este filósofo que la fuerza primordial ya existía antes de las cosas. Sólo que la vida apresurada de nuestra civilización hace que fijemos la atención en las cosas y perdemos de vista aquella fuerza primordial. Con esto se vive en la apariencia, no en la esencia.

Una niña, de apenas siete años y medio de edad, Alicia, encontró un día que, atravesando el espejo se podía ir de este mundo de apariencias al otro mundo de realidad. Pero de tanto ir y venir se llegó a preguntar cuál mundo es el  de la realidad. La explicación simplista y perezosa es que s e escondía, que huía.

Los artistas pintores intuyen el  conocimiento de esta apariencia y, como Alicia, quieren describir con el pincel aquel mundo. Cada pintor a su modo. Si alguien se sitúa detrás del pintor, o de la pintora, que tiene como modelo el monte Aconcagua, verá que lo que el artista plasma es algo distinto al monte Aconcagua. Quiere aprehender  el mundo subjetivo que sustenta al monte Aconcagua. Es el supremo esfuerzo del artista por penetrar en el misterio.

Alguien mueve el pincel. Alguien está hablándonos a través del pincel del artista. Como el dios hablaba a través del oráculo de Delfos. El rey, del relato de Alicia, escribía con un lápiz que escribía otra cosa distinta de lo que él quería escribir.

No es la incapacidad del humano para crear y hacer, lo que lo llevaría a esperar  que los dioses le hagan. Como dicen que la ciudad de Machu Pichu la hicieron los dioses porque era imposible que los hombres-incas lo hicieran. ¡Imposible que unos indios hayan levantado la ciudad de Teotihuacán! Vinieron los dioses. Lo que está en el fondo de la cuestión es la existencia de dos mundos y el modo de vivir en los dos.

Ante la duda de que hay un mundo más allá del mundo objetivo, el que visita  el Museo de Arte Contemporáneo encontrará, a su vez, algo distinto a lo que  creyó plasmar el pintor. En la Historia del Arte, Hipólito Taine cuenta el experimento de cuarenta alumnos a los que  se les pidió que describieran una misma pintura. El resultado fueron cuarenta interpretaciones diferentes.



Los poetas mexicas estaban plenamente seguros de la existencia de dos espacios de existencias  o mundos. Su duda era ¿cuál de los dos es el de los sueños: “¿Vivimos, o acaso sólo soñamos?” La obra por la que Schopenhauer se dio a conocer se llama: El mundo como idea y representación. Hay un mundo de apariencia pero, ¿cuál de los dos mundos es la apariencia?

En El origen de la tragedia Nietzsche dice que el real tiene un distintivo. Es imperecedero. El que estaba antes de las cosas, antes de la apariencia.   Aristóteles le llama “el primer motor”, el que echó a andar todo lo demás.  Nietzsche en esta obra le llama el “Uno primordial”: “Nos complacemos en la comprensión inmediata de la forma: todas las formas nos hablan; ninguna es diferente; ninguna es inútil. Y sin embargo, la vida más intensa de esta realidad de ensueños nos deja aun el sentimiento confuso de que no es más que una apariencia…El Uno primordial simboliza un mundo que se cierne sobre un mundo por encima de toda apariencia”.

 En todo caso es el universo dionisiaco y el apolíneo, dualidad que provoca el movimiento, el devenir. Es el fondo del origen de la tragedia. Con los dioses griegos, parece que Nietzsche nos habla de cosas del cielo. Sólo que en teología, de entrada, pareciera que todo ya está hecho… Es en la filosofía, el campus del humano, donde todo se está haciendo y rehaciendo.

Para que el movimiento, el devenir no cese, es como el humano se vuelve demasiado humano viendo la televisión. Y después vuelve a emerger como humano, leyendo y viviendo libros. Si la niña Alicia descubrió dos mundos ¿por qué quedarse  sólo con uno? En tanto Dioniso y Apolo estén en el Olimpo, habrá devenir.

Lo cual está asegurado. Dice el poeta que: “De la sonrisa de Dioniso nacen los dioses”.

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