Internet, ¿otra enfermedad inventada?

“Toda tecnología es expresión de la voluntad humana. Con nuestras herramientas buscamos ampliar nuestro poder  y controlar nuestra circunstancia”, ha escrito Nicholas Carrr en un  reciente, moderno y documentado  trabajo (Superficiales) sobre la influencia que el Internet está ejerciendo sobre la mente y la conducta de los humanos.

Había el temor, entre los intelectuales del siglo pasado, que las máquinas pasaran a dirigir a los humanos. Todos acabaron olvidando el asunto. Pero ahora el asunto ha vuelto. Ya no es un tema de escritores sin tema: “Nuestra función esencial es producir máquinas cada vez más sofisticadas hasta que la tecnología haya desarrollado la capacidad de reproducirse a sí misma”.

El Internet s e ha apoderado de la mente y de la vida de millones de individuos de todas partes del planeta. Antes al menos abríamos con avidez, por la mañana, el periódico y luego lo arrojábamos en algún rincón de la casa o de la oficina. Ahora abrimos el Internet cinco o diez o veinte veces del  día, de la noche o de la madrugada  “por si hay algo interesante de última hora”. Es cuando se piensa que el Internet está manipulando nuestra conducta y alterando nuestra manera de vivir.

Se trata de la vieja polémica griega de Sócrates y Parménides. ¿La pedagogía modifica la conducta humana o no?¿O hasta qué punto? Ambos extremos ya habían quedado conciliados, también en tiempos remotos, con  Demócrito y Aristóteles, en el tema del “termino medio”. Pero de manera recurrente vuelve la tentación que un extremo domine sobre el otro y la polémica vuelve a encenderse.  Los instrumentalistas y los deterministas han desempolvado el asunto. Y ahora es con el Internet. Los de la generación pasada procuran mantenerse  alejados de él y los de  ésta generación en gran parte  le han abierto los brazos hasta extremos patológicos. Los escépticos, que siempre le quitan el sabor a la sopa, dicen  que con el inmensurable logro tecnológico del  Internet,  la humanidad, no obstante,  sigue igual que antes  de  su aparición, o peor.

Ni Sócrates ni Pericles pudieron transmitir  su sabiduría a sus hijos a través de la educación de la escuela  o las costumbres en el hogar.  En un panorama de libertad el individuo escoge los programas que él quiere, no los programas lo escogen a él. Es lo que Aristóteles llama “impulso guiado por un principio racional”. Así pasa con las llamadas “herramientas intelectuales” o el uso que se le dé a las mismas, como el Internet. Salir de este razonamiento es salir del mecanismo fenomenológico de la causalidad. Es aceptar que las herramientas tiene poder propio y autónomo, para manejarnos. 

Está en la necesidad intrínseca del  humano. Lo mismo acontece con el alcohol, el opio, el ejercicio físico exagerado,  el pertenecer a alguna secta de cualquier tipo o pasarse las horas jugando en el billar. Busco llenar un vacío que hay en mi vida. Así sucede con muchas enfermedades. El humano las inventa. Es increíble su capacidad de autolesión. Se han encendido por la ciencia médica los focos rojos previniendo contra la polifarmacia. ¿Pastillas? ¡Solo las necesarias!

 Stekel, un psiquiatra  del primer tercio del siglo pasado, escribió que los humanos somos muy hábiles para auto inventarnos alguna enfermedad. Esta nos sirve para atraernos la atención de los demás  o bien para cortar todo contacto con los demás. Algún tipo de demencia me hace ajeno al lugar concurrido en el que me hallo. Como alguien que, encontrándose en el seno de una animada reunión de amigos, de pronto se pone a hablar  largo y tendido por celular.

La cuestión es: ¿1): el Internet es  una excelente herramienta de trabajo,2): es la meta conciencia tecnológica  que seduce  a los humanos o 3): el moderno pretexto  para una evasión?

Parece que, según el individuo, cualquiera de esas posibilidades es en la realidad.

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