Horacio
Odas y Epodos
Oda VI
A los romanos
Horacio advierte a todos los Estados, de todos los tiempos, cómo pueden caer o les recuerda cómo cayeron.
Es un ejercicio intelectual a priori y también a posteriori. Es un trabajo de fría antropología social pero dicho por un gran poeta pagano al que no s e le puede tachar de moralista. Eran los tiempos de la virtud.
Roma no ha caído pero ya presenta los síntomas de descomposición de otros Estados que fueron fuertes (Grecia, por ejemplo) y ya muerden el polvo. Se abandona el espíritu estoico, romántico, y sólo persigue fines utilitarios, va a sucumbir. Las ganancias, el lucro, son propias de una empresa, de agiotistas, los principios de una nación.
Cartago fue una gran inversión de empresarios y sucumbió. Roma fue una nación y vivió mil años. Cuando persiguió el oro y abandonó los principios, apareció la prostitución no profesional en todas sus modalidades, perdió las esperanzas, los sueños y la persecución del misterio, también cayó.
Horacio advierte que se está abandonando la creencia en el misterio, ya no se frecuenta la dureza del trabajo, los ciudadanos se vuelven exquisitos y la familia se vulnera.
Quinto Horacio Flaco nació el año 65 antes de Jesucristo. Tuvo una educación de las mejores de la época y perteneció al círculo íntimo de los grandes del imperio de su tiempo. De esta manera conoció de cerca los virus que empezaban a descomponer el cuerpo romano. Escribe:
“Tú has triunfado, Roma, porque siempre te supiste mostrar sumisa a los dioses y reconocías que de ellos es todo principio y que a ellos debe atribuírseles todo éxito, pero hace tiempo que los tienes en el olvido y los desdeñas y multitud de males y desgracias caen sobre nosotros. ¡Ay! Sin culpa nuestra estamos expiando los delitos de nuestros mayores y no hallaremos perdón, hasta que no hayamos reconstruido los templos y levantado de nuevo los altares en ruinas y limpiado del negro humo que las afea a las estatuas. Desde que perdimos la fe en los dioses hemos visto quebrantadas dos veces nuestras fuerzas y peligrar la ciudad indefensa por causa de las continuas sediciones. ¡Ay! la venida de los tiempos ha traído consigo manantiales de vicios que primero mancillaron los lechos conyugales, desbaratando luego la familia y el linaje. Este fue el origen de esa peste, que ha caído sobre ti, Roma, y que ha consumido a toda nuestra patria y nuestro pueblo. La mujer, todavía niña, pide que le enseñen a moverse provocativamente al paso de las danzas jónicas y desde su infancia medita amores incestuosos. La esposa no repara en el marido que bebe en su misma mesa y busca amantes más jóvenes y tan pronto los encuentra les concede los vedados goces sin esperar siquiera a que apaguen las luces.; o bien, y ello sin que el marido lo ignore, se levanta obediente a la llamada de algún rico comerciante o del maestre de una nave española para vender a buen precio su deshonra. ¡Ay! No fue la juventud nacida de tales padres la que enrojeció al mar con la sangre etíoca y la que batió a Pirro y al gran Etioco y al gran Aníbal. Tales victorias sólo pudieron conseguirlas los hombres enseñados al mandato de una madre severa, ocupados en las faenas del campo que les convertía en una raza viril. Hombres que revolvían el suelo con las azadas, que trabajaban hasta que el sol cambiaba la sombra en las montañas y les llevaba en su carro fugitivo la hora sabrosa del descanso. Y todavía entonces aprovechaban la luz de la penumbra para cargar en sus monturas haces de leña y ocuparse del cuidado de los animales en las cuadras. ¡Ay Roma! De cuántas cosas te ha venido privando ese moverse dañoso de los días. La edad de nuestros padres, peor que la de nuestros abuelos, nos produjo a nosotros peores todavía, que sin duda daremos una sucesión más depravada”
En el Epodo XVI dice, con todo escepticismo, con toda clarividencia, con el más penetrante apriorismo, que aboga por una vuelta a los principios rudos, sencillos, que una vez había hecho de Roma la dueña del mundo: “Vayámonos de (Roma) esta ciudad maldita…Debemos ir a donde nuestros pies nos lleven, allá a donde nos empujen los vientos a cuyo favor habremos de confiarnos”.
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