IKRAM ANTAKI BUSCA EL PRINCIPIO DE LA CONCIENCIA


El banquete de Platón-Ikram Antaki

La conciencia  habitó primero en el Pórtico, luego se trasladó a los monasterios y recientemente  se mudó a los laboratorios de química.

Una manzana no sabe que es manzana. Si lo supiera sería señal  que puede razonar, que está consciente  que es manzana. Este pensamiento viene desde los presocráticos, se profundizó con Descartes y los filósofos de los siglos que siguieron.

Ahora lo que Antaki se pregunta no cómo es, sino   cómo  se formó  la conciencia.

Para Chesterton no hay ningún misterio. En El hombre eterno dice que el humano es tal como lo conocemos, ya dotado de conciencia, desde el primer día que empezó la humanidad. Entre los huesos dispersos, que tan afanosamente  buscan los paleontólogos, no han encontrado el eslabón perdido, entre el simio y el hombre, porque en realidad no existe el tal eslabón. Nada se ha perdido. Todo es hoy como fue en el principio, cuando Tezcatlipoca, más conocido como Zeus, repartió los atributos.

Descartes y Chesterton coinciden: “Para René Descartes, la respuesta es simple: Dios puso en nuestro espíritu, desde el nacimiento, la semilla del conocimiento humano” dice Antaki.

Antaki aborda el asunto no desde la creación sino desde la evolución. Los del tercer partido aseguran que se trata de una de tantas  aporías, esas que no tienen solución, y con las que a los humanos les encanta polemizar.

Llegó el tiempo en el que los neurobiólogos aseguran que “la cosa en sí” depende en realidad de alguna parte del cerebro. Amor y conciencia son productos de descargas eléctricas y fluidos hormonales. El espíritu humano es un manojo de células: “La consciencia resultaría de una actividad distribuida en unos subsistemas cerebrales diferentes.”

En la mitad del siglo veinte hubo una enorme producción de este tipo de literatura hasta convertirlo en género. Había a la sazón mucho escepticismo con relación a la existencia de Dios y en cambio mucha credibilidad que la Bolsa de valores acabaría con la pobreza.

Luego lo de las descargas eléctricas se fue hasta los terrenos de la fantasía y el género empezó a declinar. Alguna vez Antaki, refiriéndose a la hipótesis cartesiana, de un teatro único, escribió (en El banquete de Platón), que “ya nadie creía en un pequeño hombrecito instalado en el cerebro humano dirigiéndolo todo.”

Se retomó la pregunta cómo fue que apareció la conciencia. Se releyeron los grandes textos de los siglos. Tratar de desenredar lo que se había enredado y ciencia y religión marchar paralelos, como las vías del tren, cada una hacia su destino luminoso buscando la superación del humano.

 La superación de la humanidad, ¡toda!, es la razón suficiente de la manifestación de la vida y todo lo demás son pleitos de comadres en día de lavadero. Los laicos con su ética y los religiosos con su metafísica. ¡Y a darse prisa porque ya somos siete mil millones de humanos en este planeta que necesitamos comida, escuela, vestido cultura, fuentes de trabajo y diversión!

“Dios es una cosa en sí, un noúmeno, mientras que nuestra experiencia sólo puede ser una experiencia de fenómenos.”Kant fue el primero que dijo esto.

¿Pero cómo pudo surgir del fenómeno algo que esta fuera de la causalidad? Maine de Biran, entre otros, cree que la conciencia empezó por situaciones antitéticas, por todo aquello que se nos resiste o que nos amenaza.

La falta en la conducta, o la ausencia de virtud, que San Agustín llama pecado, fue como empezó la conciencia en el humano, esa especie de subjetivismo más allá de las pulsiones. Recordemos que   al día siguiente de una borrachera no precisamente brilla el sol.

Jean Wahl, comentando a Hocking, pone a los otros y a Dios como referentes de mi conciencia: “Muestra que en todo acto de conciencia se siente la presencia de nuestros congéneres y de Dios.”(Introducción a la filosofía)
Homínidos ¿De aquí brotó la conciencia o aquí se manifestó?

Es cuando entran en escena la yoidad y la otredad, el yo, mi yo, porque hay conciencia del otro: “un yo, soy yo, y lo puesto en el mismo acto por mí, y no por sí mismo, como un yo, eres tú.” Dice Fichte (Segunda Introducción a la teoría de la ciencia)

Está la angustia de Kierkegaard que, según él, procede de la falta primordial. La duda en San Agustín: “el que duda, vive, tanto si está dormido como si está despierto, vive.”

El principio de la conciencia ya estaba maduro desde que Tucídides escribió, hace casi veinticinco siglos, su famoso axioma que busca remediar. Repetir para aprender para remediar. Todo eso hace pensar, tener conciencia.

Dese luego la experiencia de   ver morir a alguien es algo que siempre hace tomar conciencia de mí mismo. Como Diógenes Laercio relata la muerte de Zenón, el de la escuela estoica. Cuando, ya viejo, sintió que las fuerzas lo abandonaban, exclamó: “He aquí que vengo ya: ¿por qué me llamas?”
Ikram Antaki

“La conciencia de la muerte, agrega Antaki, y la creación artística pueden ser consideradas como los indicios de esta forma  de conciencia más elaborada que es la conciencia de sí.”

Al final, de un recorrido por los siglos, tal vez sigamos haciéndonos la pregunta de Antaki: “¿Cómo es que la conciencia ha aparecido a lo largo de la historia en los homínidos?
























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