PERDIDOS EN LA CIUDAD CON G. SANTAYANA


Buscar la verdad tiene sus riesgos, dice Santayana.

Como el que avanza solo en el bosque nocturno desprovisto de linterna. Es el paquete de valores esenciales pero el camino para llegar es sinuoso y tropezamos y está la barranca y el borde del precipicio:

“Perseguir la verdad es una forma de valor, y el filosofo puede amar la verdad por sí misma, en tanto que esté dispuesto a  afrontar el destino, como quiera que sea: con entereza, si es posible; con resignación, si es necesario, y no pocas veces con alegría.”

¿Quién camina en la noche sin lámparas? ¿Quién busca en el día con una lámpara encendida? Se necesita ser un ignorante para sentir que necesita buscar algo. Los sabios ya no buscan nada. Ya llegaron a su final.

El animal se mueve con familiaridad entre el bosque.

El hombre tan civilizado ya no es tan instintivo. Aquí hay una trampa de palabras. El hombre (y la mujer va un paso adelante) va provisto de la intuición que supera con mucho a la lámpara de mano. Intuición, percepción y aprehensión es  con los que puede moverse con seguridad en la tierra y entre las nubes. En lo espiritual y  (como se dice en las asambleas de obreros)  en lo fáctico:

“La intuición o la aprehensión absoluta es propia de espíritus en pos de las esencias.”

Santayana no dice filósofos de academia, que son los que estudian la filosofía. Se refiere a todo aquel que tiene vida, porque  filosofía es la vida misma. La poesía en prosa.

Para Santayana la búsqueda ahora es en la ciudad moderna, la que salió de las fábricas y las universidades. Las ciudades que están llenas de cines, iglesias, televisiones, videojuegos, bares y deportes.
Dibujo tomado del libro La psiquiatria en la vida diaria,
de Fritz Redlich,1968

Ese es el escenario del contemporáneo Fausto. Rutina científica esclavizante, aquelarres volando en las noches sobre los tejados o la fábrica de la rutina sin color y sin fin. “Huesos que vuelven de la oficina, envueltos en una gabardina”, reza una canción de Joaquín Sabinas.

“No seamos locos, pensaba Epicuro, seamos razonables, cultivemos sentimientos apropiados a un mortal que habita un mundo moralmente cómodo y pequeño, y físicamente pobre en su infinita monotonía” dice Santayana en su obra Lucrecio.

El punto al que Santayana quiere llegar es que el mundo necesita, con urgencia, más ignorantes como Sócrates.

El hombre en la fábrica es el esclavo moderno, no se pertenece, es una pieza más en la plusvalía de otros. Así es la vida en el modo industrial y así hay que aceptarla de la mejor manera.

Pero cuando sale de la fábrica él es su dueño, y que nadie te diga lo contrario. Ahora él decide si  hace alto en el laberinto del tan soñado bienestar económico  o se mete en al progreso de los valores esenciales.

 O agarra su vara equilibrante, como hace el artista del equilibrio del espectáculo circense, cuando avanza en la cuerda, igual que todo un moderno aristotélico.

Santayana lo dice de esta manera: 

“En las horas de trabajo, cuando atiende a la materia, es únicamente su propio servidor, que prepara la fiesta, y se convierte en propio amo cuando se entrega a su vocación y a su pasión deportiva. Han de entenderse por tales la literatura y la filosofía, y lo que en el amor, la religión y el patriotismo no es mero esfuerzo material de sobrevivir. Hay en tales pasiones no poca esclavitud; pero lo que ellas atestiguan no es realmente el carácter de los hechos externos, sino únicamente los usos espirituales hacia los cuales los dirige el espíritu.” (De su obra: Diálogos en el Limbo)
SANTAYANA

“Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, más conocido como George Santayana (Madrid, 16 de diciembre de 1863Roma, 26 de septiembre de 1952), fue un filósofo, ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense. A pesar de ser ciudadano español, Santayana creció y se formó en Estados Unidos. A los 48 años dejó de enseñar en la universidad de Harvard y nunca más volvió a los Estados Unidos. Escribió sus obras en inglés, y es considerado un hombre de letras estadounidense. Su último deseo fue ser enterrado en el panteón español en Roma. Probablemente su cita más conocida sea «Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo», de La razón en el sentido común, el primero de los cinco volúmenes de su obra La vida de la razón o fases del progreso humano.”





















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