HEIDEGGER, EN BUSCA DE LA APARIENCIA ESTABLE DEL ESCRITOR


 

Todo se mueve, en diferentes tiempos, nada es estable.

La apariencia estable del desierto de arena es la inestabilidad. El animalito que nació a las ocho de la mañana ya es ancianito a las cinco de la tarde de ese mismo día. Los sistemas montañosos que vemos en la lejanía en este momento están chocando unos contra otros.

Entre tanto movimiento, y para tener algo a qué asirse, y no volverse loco, el humano inventó la apariencia estable. Es una apariencia humana, inventada, no es real, como quien dice, no es definitiva, pero eso es lo que tenemos.

Se parece al viejo tema de la permanencia y el azar.

Si hay inestabilidad, por fuerza en alguna parte, debe haber su opuesto, aunque sólo sea en la mente humana. Porque sin estabilidad no hay inestabilidad.

El mundo es de los humanos: “La piedra no tiene mundo, las plantas y los animales tampoco lo tienen” dice Heidegger en Arte y poesía.

Por la necesidad de moverse cada día perdemos de vista qué es lo contingente y qué lo estable del humano. El pintor no puede hacer un retrato de alguien  que se mueve de continuo.

Una exposición del Museo Nacional de las Culturas Populares de Coyoacán, Ciudad de México, se llama: Arte y magia en el barro (mayo de 2015). Dos posibilidades de manifestar sus potencialidades del humano, lo técnico y lo vital, sirviéndose de la cosa, del barro.

El barro, la materia, esa cosa tan apreciada por los materialistas, es buen asidero que los dioses nos dejaron para desde ahí echar a volar el pensamiento. El pensamiento, la única cosa más apresurada que la velocidad de la luz.

El personaje de una película norteamericana decía que había llegado de un planeta situado del otro lado de muchos universos. Era convincente en sus argumentos y el psiquiatra llamó a los físicos. Como también a estos les seguía pareciendo convincente, le dijeron “Prueba que puedes ir y regresar a tu planeta, como dices”. El otro hizo un asentamiento de cabeza para decir que lo haría. Luego habló y dijo: “Ya regresé”.

Por la apariencia sabemos cómo es el individuo. Por la apariencia estable. Porque ya sea por ego o por necesidad de trabajo (más si es actor) ese individuo puede verse precisado a aparentar diversos modos en un mismo día. Heidegger insiste:

“El ser del ente se asienta en su apariencia estable.”

Igual con sus lecturas y escrituras. Pero siempre regresa a lo suyo, a su apariencia estable, con los autores con los que se siente identificado. Es dialéctico pero no al grado de ser candidato a perderse en el eclecticismo disolvente, en la inestabilidad.

Ante la incertidumbre que nos ofrece este día, y lo que vendrá con el día de mañana, buscamos la apariencia estable en nuestro pasado. Ese ya nadie lo puede mover ni modificar, ni impactar para bien o para mal. Ya está impactado. Como quedó, quedó.

 Recordamos con admiración la grandeza de Teotihuacán no por nuestro presente magro en valores reales y valores vitales, sino porque es testimonio de estabilidad que nos señala el estilo de  nuestro presente que va tan de prisa.

El proceso empieza de más atrás. No basta agarrar el barro y hacer una jarra. Después hay que contemplarla para que el proceso esté completo.

Lo primero, el barro, es lo de la naturaleza, los otros dos pasos, el hacerla (conscientemente, no mecánicamente como las hormigas) y el contemplarla, ya es de humanos.

Pero sólo se contempla la apariencia estable de la olla o de la obra: “Una obra no puede ser sin ser creada, pues necesita esencialmente los creadores, tampoco puede lo creado mismo llegara ser existente sin la contemplación.”

En literatura sería: “Lo que no está escrito no existe” (perdimos de vista el nombre del autor de esta frase).

Un escritor puede tener en mente todo el desarrollo de una novela que piensa escribir, pero en tanto no lo haga, no existe. Pero una vez que la escribió la leemos. Y si nos gustó, la releemos, cinco o más veces, es decir, la contemplamos. No ya su trama sino sus intrínsecos detalles.

El pintor hace bosquejos buscando plasmar la idea que tiene. El escultor “juega” con la plastilina, desbarata y vuelve a empezar. El escritor hace notas de la novela que piensa escribir, hace el texto, lo arruga entre sus manos, lo arroja a la basura y vuelve a empezar o a enmendar, lo que se conoce en el argot editorial como “corregir” ( Sofía Behrs, esposa de León Tolstoi, fue la mujer que llevó cabo la epopeya de “revisar” siete veces La guerra y la paz. Siete veces se abrió paso hacia la redacción final de tan extensa novela).

Todos ellos bogan entre la inestabilidad a la apariencia estable.

Una realización artística es absolutamente individual. Como los atletas en la pista de correr. Cada quien tiene su modo personal de trotar. No trota del modo que sea del agrado de todos. Trota como él es. Puede imitar algún estilo pero no podría hacerlo por tiempo indefinido.

Como él es en ese momento, porque veinte años más tarde él mismo será otro, no su yo íntimo, sino en relación con las experiencias del mundo.

“Corregir su propio escrito, como Tolstoi, y como lo hacen todos los escritores, es un testimonio del constante devenir al que nos hemos referido. Buscan la aparente estabilidad del texto.

 Pero no pueden. Porque tampoco el escritor es estable, según su edad y experiencia. Y aun cuando ese texto haya sido publicado. Llegado a su apariencia estable, en la segunda edición, habrá otros agregados por el mismo autor.

 Véase las   primeras dos ediciones de Crítica de la razón pura, de Kant, y se encontrará que la segunda es casi otra obra, diferente a la primera. Más que diferente, se hallará una enorme cantidad de notas aclaratorias, o modificadoras, agregadas a la primera edición.

Patrick Modiano, escritor francés, premio Nobel en literatura 2014,en una entrevista publicada en el diario El País, de España,(30/05/15), dijo: " He de intentarlo hacerlo mejor en el próximo libro."

Lo anterior lo vemos con no pocos filósofos: Teresa de Ávila, Leibniz, Schopenhauer, etc. Siempre están corrigiendo sus escritos de juventud. Dentro de la incontenible inestabilidad, buscan la apariencia estable.

Es el reverso de la tendencia infinita, como la imagina Schopenhauer, siempre inacabada. Porque la vida está en no darse por satisfecho con una meta final. Con un escrito final, con un texto definitivo. Nada en el desierto está acabado, todo se mueve, todo se rehace, se reemprende.

 Lo que busca Heidegger es la estabilidad.

Pero ni siquiera con la muerte del escritor termina la inestabilidad del escrito. Después vienen otras ediciones de la obra y la “Presentación” o la “Introducción” de su obra. Y encontramos frases como: “Lo que en realidad el autor quiso decir fue…”O bien: “Fulano estaba totalmente equivocado al afirmar que…” Y toda inestabilidad vuelve a empezar.

Por eso Heidegger buscó coherencia  e inventó lo de la apariencia estable.

Martin Heidegger (Messkirch, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de septiembre de 1889 – Friburgo de Brisgovia, Baden-Wurtemberg, Alemania; 26 de mayo de 1976) fue uno de los más importantes filósofos alemanes del siglo XX, generalmente considerado pensador seminal en la tradición continental, aunque fue muy criticado por su asociación con el régimen nazi. Tras sus inicios en la teología católica, desarrolló una filosofía innovadora que influyó en campos tan diversos como la teoría literaria, social y política, el arte y la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño, el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia.WIKIPEDIA

SPINOZA Y LOS FILÓSOFOS QUE ESCRIBEN PARA EL PUEBLO


 

Lo filósofos escriben para los filósofos.

Pero no todos. Algunos voltean hacia la aridez de la calle por la que deambulan obreros, oficinistas y “amas de casa” que llevan todavía su delantal de cocina puesto.

Los filósofos podrían dar información en muchas cosas. Ayudar a comprender, ahora que se escribe tanta ligereza, al grado que Gregory Peck, el Gringo viejo, veterano escritor en la trama de la película, tuvo que decirle al periodista norteamericano: “No creas todo lo que lees”.

Leer a los opuestos, siquiera una vez al año…Sería una práctica de sana democracia.

Los opuestos no son mis enemigos, son los que piensan (afortunadamente) diferente de mí. Los que visten diferente, los que comen diferente, los que leen otros libros.

No puede haber una sola manera de pensar. Al menos dos. Si quiero saber cómo pienso, necesito saber cómo piensan ellos. Ellos me van a decir cómo pienso yo.

Sé que el platillo más sabroso y dietético del planeta se compone de frijoles, tortillas de maíz, chile y tamales. Ni en la constelación Toro podría haber algo mejor.

Cómo lo sebes?  Porque he probado las otras cocinas. Lo cual no quiere decir que me prive de gustar, conocer, de las deliciosas comidas de otros paralelos del planeta, la mediterránea, la china, etc.

Cada pueblo está hecho como siempre fue. Se alimenta de los frutos de los minerales de su tierra.

¿Chauvinismo?

Cuando algunos sectores del pueblo mexicano abandonaron su magra dieta indígena, y conocieron las delicias de la grasas, harinas de trigo y azucares, de las cocinas extranjeras, se dispararon en él, de manera exponencial, enfermedades como la diabetes, la hipertensión… No está hecho para esos  minerales.

Se considera por la ciencia médica que, en la actualidad del siglo veintiuno, el mexicano indígena, ahora habitante de la ciudad, hace el lugar número uno de gordos y obesos en el planeta.

Cada quien los minerales de sus lares…

Cuando la destrucción de México-Tenochtitlán, en el siglo dieciséis, todavía entre los escombros no retirados de los adoratorios indios, los españoles se apresuraron a improvisar sus hornos para hacer su pan “español”.

Maximiliano de Austria, en la guerra del siglo diecinueve, por instaurar en México el segundo imperio, se trajo, junto con sus escuadrones de guerra, a sus panaderos para hacer su “pan francés”.

Los ingleses que trabajaban las minas del Estado de Hidalgo, México, en el siglo diecinueve, también se trajeron a sus panaderos para hacer sus sabrosos “pastes”.

 En  política nadie es chauvinista, pero en la cocina, todos.

Si nos encontramos en países ignotos, lejos de nuestros minerales, importamos lo necesario, así sea la salsa chimichurri de Argentina o el aceite de oliva de España para la paella. Para eso son las tiendas de ultramarinos. En México se logran sabrosas chimichurris, “pero nunca tan sabrosas como en Argentina”.

Carl Lumholtz, el antropólogo alemán que en el siglo diecinueve  montó una expedición científica (entonces a puro lomo de mula y caminando) para estudiar cosas y costumbres de México, empezando por los tarahumaras en Chihuahua, y “bajando”, desde Estados Unidos, hacia Jalisco, nos dejó un valioso testimonio.

Pasó algún tiempo viviendo entre la etnia de los huicholes. Al final declaró que, de haber tenido la oportunidad de haber escogido su nacionalidad, su “terrenidad”, sin lugar a duda que hubiera escogido ser huichol.

Pero regresó a su mundo, de la dieta mediterránea, porque le pareció imposible pasarse la vida comiendo sólo frijoles, tortillas de maíz y chile. ¡y sin leche! En el tiempo que estuvo entre los dioses de Virikuta se compró una vaca para poder tomar leche. ¡Imposible pasarse sin esas proteínas!

Algo así es con la lectura de los libros. Los libros, como la comida, alguna nutre y la mayoría nos lleva al colesterol malo y al infarto. Hay mucha ligereza publicada, pero también mucha calidad, aunque esta de cantidad escasa.

Séneca, en Tratados filosóficos, advierte: “La muchedumbre de libros carga, y no enseña.”

Kant explica por qué podemos comprender, con una exposición llana, sin necesidad que el escritor le de todas las vueltas al meandro de la llanura aluvial, aun de los sistemas filosóficos más complicados. Todo está ahí y sólo hay que traducirlo en lenguaje sencillo, no complicarlo:

“Los sistemas, como los versos, parecen salir de una simple ensambladura de conceptos reunidos. Cortados al principio llegan a ser completos con el tiempo…Todos estos materiales, reunidos, pueden ser sacados de las ruinas de antiguos edificios y no presentará grandes dificultades.”(Crítica de la razón pura)

El que no se anda con rodeos es Schopenhauer. Dice que muchos escritores no tienen claras sus ideas y por eso escriben enredados, para ocultar su incapacidad. Entonces el lector, que necesita orientación, queda como el que ha caído en las arenas movedizas. Más lejos del asidero y acabará en el eclecticismo disolvente.(Parerga y Palipómena).

Como hay tantos que escriben mucho, sin decir algo, anota el filósofo, organizan sus “corrientes”.

Leibniz es el que se muestra más conciliador. Lee todo lo que puedas, así tendrás más elementos para ver la vida. Parece que se estuviera refiriendo a su lectura de Don Quijote de la Mancha:

“El que haya leído más novelas ingeniosas y escuchado más narraciones ingeniosas, ese, digo, tendrá más conocimientos que otro cualquiera, aun cuando no haya una palabra de verdad en lo que se le haya descrito.”

Benito Spinoza se inclina por un tratamiento más cercano a la dialéctica, como escritor, para que todos lo lean. Consiste en “bajarse” un poco (más bien ser legible) el intelectual para que la gente “suba”:

“Si se limita a encadenar sus razonamientos y a exponer sus definiciones del modo más conveniente a la rigurosa trabazón de las ideas, escribirá para los doctos, pero sólo le comprenderá un reducido número de individuos, comparado con la masa ignorante de la humanidad.”(Tratado teológico-político)

SPINOZA
“Baruch Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de) Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz”wikipedia

EL P.JOSEPH de ACOSTA Y EL SIGLO DIECISÉIS


 

La Historia del padre de  Acosta nos ilustra de la manera de pensar de los que en el siglo dieciséis llegaron a América.

El padre Joseph de Acosta (1540-1600) es autor de una la de las grandes obras que hablan del mundo náhuatl precristiano. Pero la manera en que lo hizo más bien es un documento valioso del pensamiento religioso cristiano del siglo dieciséis en América.

Los autores clásicos de ese periodo en México  son Fray Bernardino de Sahagún, Fray Diego Durán y el padre de Acosta. Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés más bien son historiadores de la conquista. Todos ellos españoles.

 Sahagún es extraordinario. A semejanza de un paleontólogo, busca las piezas desperdigadas, extraviadas o sepultadas, pregunta a los sobrevivientes inmediatos de la guerra,  coteja la información  con los pareceres de otros indios conocedores de diferente región, dirige la redacción de su monumental obra, aprende el náhuatl y les enseñanza el español.

 Es un enviado del cielo para desarrollar esa magna obra. Joven, bien parecido, los superiores lo esconden de las  mundanas tentaciones y,   tartamudo, no puede hablar en el púlpito.

Dedicará 60 años de su vida a escribir del mundo náhuatl. Vivirá dentro de los edificios recién  destruidos del imperio azteca y en los pueblos de la cercanía.

 Durán es minucioso y en algunas cosas dice lo que no se encuentra ni siquiera en Sahagún. A él debe la arqueología de alta montaña, y la historia del alpinismo  deportivo, el relato del monte Teocuicani, sur del Popocatépetl, norte del pueblo de Tetela del Volcán. También las noticias más abundantes que tenemos del monte Tláloc, sus ceremonias, etc.

No conocer la Historia natural y moral de las Indias del padre de Acosta es sin duda una gran carencia en el acervo cultural. Al estilo del que no conoce La Ilíada, El Cantar de los Nibelungos, el Popol Vuh o Una excursión a la región de los indios ranqueles.

Visto desde nuestro presente, en que está bien instituido eso que se llama derecho de autor, en este caso de un trabajo cultural, el padre de Acosta es muy controvertido.

En su gran obra hay capítulos enteros de otros autores, a los que no da crédito ni, como ahora se acostumbra, poner entre comillas. En su tiempo parece que tal cosa no era particularmente objetable.

La misma Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra celebrada Décima Musa, siglos  después, no escapará de esta práctica.

En especial se menciona al padre Tovar, autor de todo un capítulo que fue integrado a la Historia y que se le conoce como Códice Ramírez. Parece que el padre Tovar estuvo de acuerdo en ello.

Para el propósito de esta nota ello quiere decir que lo que ahí se escribe tiene una especie de consenso de varios autores europeos. Que no  fue intención de solamente el padre de Acosta.

En materia de religión el siglo dieciséis en México es de choque y el lector de la obra del padre de Acosta percibirá esta situación a través de sus líneas. Si el lector es católico deberá tener información amplia de este proceso para poder entender en sus dimensiones  tan abrupto cambio.

Es un soliloquio el que el padre hace, lejos de la dialéctica, del dialogo. Es el siglo en el que Santiago Apóstol y San Miguel Arcángel, general de los ejércitos del cristianismo, sacan la espada y cortan cabezas de indios y de sus dioses.

Leer el trabajo del padre de Acosta es como si estuviéramos leyendo a Tertuliano, catorce siglos atrás. Ardentísimo en la fe cristiana contra los dioses paganos del mundo europeo de la antigüedad. Igual hace el padre de Acosta en contra de los dioses del cielo náhuatl. Y apoya su texto, como Tertuliano lo hace, en abundantes citas bíblicas.

 El siglo del padre de Acosta es el de la conquista religiosa que debe imponer, no convencer, la cruz de Cristo, y dejar de lado la Cruz de Quetzalcóatl, adorada por milenios en estas tierras.

En efecto, durante milenos los indoamericanos han estado gobernados por el demonio y hay que arrebatárselos a fuerza de la espada y la cruz y llevarlos a la verdadera religión.

Esa es la tónica de la Historia. Poco dato histórico y más abundancia de citas bíblicas. Los dioses de Anáhuac son los medios por los que el demonio se hace presente en las sociedades indias para que se le adore.

De la prisa que el padre de Acosta muestra, por demonizar a los dioses mexicanos, tenemos una prueba cuando se refiere a Cholula y describe a su dios tutelar, Quetzalcóatl:  "Llamábanle Quetzalcoaatl, que es culebra de pluma rica, que tal es el demonio de la codicia." Es como decir, fuera de todo contexto y simbolismo, que Jesús, por haber convertido el agua en vino, no lo hacía por otra cosa sino porque era un alcohólico. De esa magnitud es su apreciación que hace de Quetzalcóatl  

Los informantes de Sahagún, en cambio, le comunican que sus dioses son buenos y los alimentan. Tláloc envía el agua, Ehecatl trae los vientos, Chicomecoatl da los frutos, pues es la representación femenina de la tierra generatriz, Huehueteotl el fuego.  Quetzalcóatl habla de los valores vitales, más allá del tiempo y del espacio, como sería el conjunto de conocimientos de las cosas divinas que agruparían a la teogonía y a la cosmogonía. ¿Dónde está la maldad?, preguntan.

Por lo demás, ¿qué es eso del demonio de que hablan los frailes? Los indios no saben de ningún  demonio ni del infierno. ¿Qué es eso de la culpa antes de haber respirado siquiera en el seno materno? Ellos sólo saben del paraíso llamado Tlalocan. ¿Que nuestros primeros padres nacieron en aquella parte lejana del planeta que los frailes llaman Medio Oriente? ¡Lo que sabemos es que nacieron en Chicomostoc, en algún punto de Aridoamérica!

Aparte de su celo cristiano el padre de Acosta no puede ocultar su eurocentrismo:

“Más en fin, ya que la idolatría fue extirpada de la mejor y más noble parte del mundo (Europa), retirose a lo más apartado, y reinó en esta otra parte del mundo (Indo américa), que aunque en nobleza muy inferior, en grandeza y anchura no lo es.”

El padre de Acosta (encarnación del siglo dieciséis) no hace caso de las realizaciones astronómicas, matemáticas, arquitectónicas y de escultura, en México, tan adelantadas como cualquiera ahora puede constatar en los museos de Antropología de la Ciudad de México, particularmente en el del Templo Mayor, en el “Zócalo”.

El padre de Acosta no puede ignorar lo anterior. El que conoce su biografía sabe que fue un religioso doctísimo y  además ocupó algunos de los más importantes cargos en instituciones religiosas de España.

 En su descargo diremos que su obra, junto a los autores arriba mencionados, más parece un trabajo de periodismo que una historia. Estuvo en México solamente un año, de  mayo de 1586 a mayo del año siguiente. En su abundante Historia habla prolijamente de cosas  de Perú, México, China y las Filipinas.

Ni siquiera Sahagún, en 60 años de infatigable trabajo con su equipo de naturales, muy sabedores de las cosas de su antigüedad mexicana, pudo lograr a plenitud.

Era un gran indagador el padre de Acosta y escribía casi de manera incontenible que alternaba con sus numerosos cargos administrativos en España.

La obra del padre de Acosta es más bien un amplio y valioso documento, a manera de códice, o título, que tenemos los mexicanos, no de nosotros, los mexicanos, sino de la manera de pensar de los que acababan de llegar.

Y por eso vale la pena leer esta obra con cuidado. Sobre todo para tener más información qué es eso del Dios de los cristianos, que tanto arrebataba a los frailes del siglo dieciséis.

Y sobre todo  por qué ese Dios  aparece tanto en los trabajos de los filósofos de todos los tiempos…

Joseph de Acosta
 

“José de Acosta (Medina del Campo, 1540 – Valladolid, 1600) fue un jesuita, antropólogo y naturalista español que desempeñó importantes misiones en América desde que en 1571 viajase al Perú sosteniendo que los indígenas americanos habrían llegado a América a través de Siberia. Aparte de la narración de las aventuras de un lego en Indias (Peregrinación del hermano Bartolomé Lorenzo), debe sobre todo fama a su Historia natural y moral de las Indias, obra publicada en Sevilla, en 1590, y pronto traducida al inglés en 1604. En dicho libro observó las costumbres, ritos y creencias de los indios de México y Perú… La influencia de la obra de Acosta fue extraordinaria. Tuvo numerosas ediciones en latín, alemán, neerlandés, francés, inglés e italiano, además de las que, ocultando el nombre de Acosta, publicaron los Bry en el volumen noveno de su serie Americae historia, destinada al mundo protestante. La primera traducción apareció en Venecia (1596), vertida al italiano por Giovanni Paolo Galluci, traducción que fue reimpresa en 1608. La francesa de Robert Regnault se publicó en nueve ocasiones entre 1598 y 1621 y la inglesa de Edward Grimstone, en 1604.…   ”WIKIPEDIA

 

 

 

 

CICERON Y LOS HOMBRES VIRTUOSOS


 

No perjudicar al grupo es la verdadera hazaña de los hombres virtuosos, lo demás es vicio, dice Cicerón en Los oficios o los deberes.

Este día los noticiarios de la mañana están diciendo que la Interpol busca a  personas  que apenas ayer eran, en muchos  países, respetabilísimos y encumbrados funcionarios.

Ese es el clima en el que Cicerón va a desarrollar su tema de la virtud. Temas viejos de la humanidad con validez universal que se renuevan siempre. Cicerón empieza así el capítulo XXV:

“Los que se destinan al gobierno del Estado, tengan muy presente siempre estas dos máximas de Platón: la primera, que han de mirar de tal manera por el bien de los ciudadanos, que refieran a este fin todas sus acciones, olvidándose de sus propias conveniencias: la segunda, que su cuidado y vigilancia se extienda a todo el cuerpo de la República, no sea que por mostrarse celosos con una parte desamparen las demás.”

Cicerón no es hermanito de la caridad ni partidario que los bienes y las cosas se repartan por igual a  trabajadores, estudiosos, gárrulos y perezosos (no entran en esta apreciación los “ninis” y desempleados, vergüenza de los Estados, no de ellos). Se inclina porque el dinero sea bien ganado por medio lícitos y después se reparta entre todos “como  lo merezcan”:

“Lo primero y principal es que la hacienda sea bien ganada, no por malas artes ni logrerías torpes, y después que se emplee en provecho de los más que se pueda como lo merezcan.”

En algunos países se exige a los políticos, del siglo veintiuno,recien llegados a las curules, declaren su estado patrimonial para así poder cotejarlo en el tiempo que deben dejar el sitio a otro.  Esta sola disposición de ley es una confirmación de la primera máxima de Platón mencionada arriba.

Cuando el interés común se desatiende equivale abrir la puerta a la anarquía, donde muchos  pierden y pocos ganan. El lenguaje es el pueblo contra el gobierno, es decir, dos abstracciones, no el todo:

“Porque los que se desvelan por una parte de los ciudadanos, y descuidan por otra, introducen un perjuicio, el más notable en el gobierno, que es la sedición y discordia; de donde nace que tomen unos el partido del pueblo, otros el de la nobleza, y muy pocos el del común.”

Pero la virtud y la grandeza de ánimo, dice Cicerón, tiene su más grande prueba en los aduladores. No porque los aduladores sean los peligrosos, ya que nadie sabe qué necesidad real, y hasta urgente, viva el adulador, que lo lleve hasta ese anonadamiento de su yo.

El peligro está para quien recibe la adulación. Resistir a la adulación es donde se prueba la virtud y la grandeza de ánimo. De ahí que Cicerón alerte:

“…es cuando más cuidado hemos de poner en no dar entrada a las lenguas lisonjeras, cerrando los oídos a las adulaciones.”

 Porque cuando la firma deja de tener poder, todos  abandonan al otrora líder.

La definición de virtuoso, en Cicerón, estriba en que el apetito obedezca a la razón. Logado esto, el barco no se zangoloteará hasta niveles de naufragio.

Cicerón está consciente que, para lograr que el patológico ego no rebase al terapéutico yo, es decir, comportarse como un hombre virtuoso, es más fácil domar a un toro salvaje, trepado en su lomo y teniendo las manos amarradas a la espalda.

Cicerón considera que la perspectiva está en el trabajo, la economía y la buena conducta, dentro de la liberalidad y la beneficencia, no las superficialidades de lujo y los deleites:

“El que observe estas reglas puede vivir magnifica, grave y animosamente, y también con sencillez y fidelidad y en la gracia y estimación de todos los demás hombres.”

En cinco palabras: no perjudicar a la comunidad.
CICERÓN
 
“Marco Tulio Cicerón, en latín Marcus Tullius Cicero1 (pronunciado ['mar.kʊs 'tul.liʊs ˈkɪkɛroː]), (Arpino, 3 de enero de 106 a. C. - Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana.WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HORACIO FLACO Y LAS COMUNES AMBICIONES


 

Antiguas costumbres morales de “occidente”, y que se le achacan al cristianismo como “puritanas”. Esa teoría filosófica, de conducta ética-moral del individuo, en sus normas sociales, viene del paganismo, no del cristianismo romano.

El padre de Horacio, y más tarde su amigo Mecenas, fueron los referentes que moldearon y confirmaron su conducta mesurada y, casi podría decirse, estoica. Horacio es pagano del último siglo antes de Cristo.

“Su padre le enseñó, poniendo como ejemplo viciosas conductas, a huir de los vicios tales como el derroche, la lujuria, el adulterio, condenados por las antiguas costumbres, Y lo hizo en tanto que Horacio, ya hombre, pudiera decidir por sí mismo.” (Horacio, Sátiras, UNAM, 1993).

El padre aprovechaba el error, de otros, como elemento didáctico para enseñar a su hijo.

Mecenas (mecenazgo), es tenido como alguien que acepta proveer de recursos económicos en vías de la realización de alguna obra de carácter cultural, al estilo, por ejemplo, el financiamiento en la publicación de un libro, etc.

Más,  primeramente, el mecenazgo  daba luz verde a las cualidades, no a “las comunes ambiciones”. Horacio, de cuna casi precarista (su padre había sido esclavo), es  aceptado, como amigo de Mecenas, por la honestidad de aquel:

Horacio “Ha logrado la amistad de Mecenas, tan exigente de probidad, no por el azar o la intriga, sino por la libre decisión de este hombre que no se cuida, para escoger a sus amigos, de la altura de su nacimiento sino de su alejamiento de las comunes ambiciones, su honestidad y la pureza de su pecho.”

Esto habla a nuestro mundo contemporáneo, competitivo y con frecuencia paranoico, intrigante, en el que el receptor debe estar en la misma frecuencia que el emisor. Unos en la equidad, otros en el solipsismo. En el que cada día regresa Diógenes con su linterna encendida, en pleno día, buscando los valores vitales.

En la fábrica, en el partido político, en el sindicato, en la universidad, en el templo, en el teatro, en el mercado, en el “metro”, por periodos muy largos sigue encendida esa lámpara, Diógenes no encuentra…

 En rigor, Horacio no es  puro,  blanco como la nieve. Horacio es humano. Pero tampoco es muy humano...

“Los vicios de Horacio son como pequeños lunares en un cuerpo hermoso; él no es avaro ni sórdido ni culpable, y es querido a sus amigos.”

Horacio invita a gozar sabiamente de la juventud pero, ¿quién se da cuenta que vive su juventud? Se da cuenta que fue joven hasta cuando ya es viejo.

Pero, ¿de dónde sacó Horacio esa conducta humana, no tan demasiado humana?

Es el mismo planteamiento de los pueblos que tiene el hábito de leer libros de cultura. ¿De dónde les viene esa costumbre de leer?

No precisamente del Estado. El presupuesto del Estado, para cultura, suele ser tan magro, en algunos países, que no alcanza para el progreso sino sólo  “para irla pasando”.

 En   primer lugar está la familia. Al menos ese fue el caso de Horacio:

“Eso se debe a su padre, quien  a pesar de ser pobre lo envió, con grandes gastos, a estudiar a Roma, como si fuera de la orden de los équites o de los senadores.”

El emperador Cesar Augusto le brindó su protección y le ofreció un puesto como secretario personal, cosa que rehusó debido a sus principios epicureistas. Buscaba una vida retirada, evitando perderse  en la  boruca patológica de  los pasillos del palacio que llevan a  la sala del emperador.

Para ir por la calle Horacio no necesita   guardaespaldas que lo rodeen ni tampoco lo precedan  en el restaurante donde piensa comer. Horacio es libre, no prisionero de sus protectores ni de sus aduladores:

“Horacio prefiere la vida modesta y tranquila, con el disfrute de las cosas elementales…pasea cuando quiere y por donde quiere; come pobremente, en vajilla barata.”

 


“Quinto Horacio Flaco (en latín Quintus Horatius Flaccus) (Venusia, hoy Venosa, Basilicata, 8 de diciembre de 65 a. C. – Roma, 27 de noviembre de 8 a. C.), fue el principal poeta lírico y satírico en lengua latina. Fue un poeta reflexivo, que expresa aquello que desea con una perfección casi absoluta. Los principales temas que trata en su poesía son el elogio de una vida retirada («beatus ille») y la invitación de gozar de la juventud («carpe diem»), temas retomados posteriormente por poetas españoles como Garcilaso de la Vega y Fray Luis de León. Escribió, además, epístolas (cartas), la últimas de las cuales, dirigida «A los Pisones», es conocida como Arte poética.” WIKIPEDIA

TERTULIANO Y SU POLÉMICO MUNDO SAGRADO


 

 

Tres contendientes había en la arena hace 18 siglos: gentiles, atomismo y monoteísmo. Con diferentes nombres han llegado hasta nosotros.

 Estos camorristas están a punto de ser historia. Un  nuevo enemigo ha saltado al ring y se llama “mundo moderno”.

Convertido al cristianismo, el pagano Tertuliano debe sufrir en propia persona las persecuciones que a la sazón, y ya desde hacía dos siglos, se desataban en contra de los seguidores de Cristo, por parte del Imperio romano.

Para el año 200 los cristianos todavía no eran considerados sujetos de la ley, dice Tertuliano, no se les juzgaba, sólo se buscaba exterminarlos. Se les exterminaba, sin derecho de ser oídos.

Tertuliano pide a las autoridades que señalen qué delitos contra el trono y contra el Cesar  cometen los de la nueva religión. Nada. Son perseguidos y condenados a muerte no porque hayan delinquido sino por ser cristianos. No por el delito sino por la etiqueta: cristianos, nada más.

“Por qué, si a todos los reos da la facultad la ley para responder, para altercar, para que sin ser oído ninguno sea condenado, a sólo el cristiano no ha de ser lícito abrir  la boca para purgar su causa, buscar ajena industria para defender la verdad, hablar por si para que no sea injusto el juez.”(Cap. II).

Es cuando Tertuliano empieza a hacer duros y abundantes señalamientos en contra de  los dioses del paganismo. Tertuliano, desbordante del sagrado convencimiento en su nueva fe, va a caer en el mismo lugar de los paganos que condenan al cristianismo.  Anatemiza.

Los valores vitales, esos que están más allá de toda fenomenología, esos no cuentan en la polémica. Es, como  dice el título de su obra, una apología al cristianismo y contra los gentiles.

Si los valores vitales están fuera del tiempo y del espacio, da lo mismo que se hable antes o después de Jesús. Es el devenir espiritual que lo mismo cuenta para atrás que para delante.

Dioses, Dios. Dios vs dioses. Parece más bien un ejercicio dialectico. Es como una dialéctica sagrada a la que no estamos acostumbrados por el afán de defender nuestro credo. No advertimos el método didáctico que acaso esté en el fondo de la polémica.  Algo se nos quiere enseñar que no vemos con esta polémica.  ¿Conducidos a pensar en las cosas sagradas? ”Todo el que hable de Dios es de los nuestros” dijo Jesús.

Pasa con la controversia de los filósofos. Tienen tantos puntos de vista, sobre algo en particular, y con frecuencia en abierto antagonismo, que a la sazón contamos en “occidente” con un pensamiento muy desarrollado, cabe decir, muy ejercitado.

¿Por qué no pensar que con la dialéctica del cielo pasa lo mismo? San Agustín así lo hizo: creía, dudaba, investigaba, polemizaba.

Para Bergson, en La evolución creadora, la abstracción es una parte del todo pero, “La vida es una totalidad.”   En la antigüedad cada abstracción teologal cerraba las puertas para dejar fuera a  las otras abstracciones. En la actualidad, del siglo veintiuno, esas puertas se están abriendo y a la entrada hay una sola palabra: Ecumenismo.

Lo mismo en la eterna confrontación de la dualidad realidad-idealidad o filosofía-teología. ¿Hasta dónde, apenas, habría llegado la filosofía sino tuviera la piedra en el zapato de la idea de la divinidad? Jean Wahl lo dice de esta manera, en su gran obra, Introducción a la filosofía:

“Con su aproximación a la idea de Dios han cobrado a veces los problemas de la filosofía una profundidad que parece no habrían tenido de otra manera; y el pensamiento humano ha madurado en medio de este ambiente teológico, a veces por medio de él, a veces en contra de él.”(Fin del Cap. XVII)

Es aquí cuando hace su aparición el cuarto contendiente y cuya bata de boxeador lleva el nombre de “mundo moderno”.

Este mundo moderno no hace caso de la vieja confrontación  de los credos religiosos como en la antigüedad la vivió Tertuliano.

Tampoco es el pleito de la materia con la idea, como la imaginaron Parménides y Platón o Lucrecio y Sócrates.

 El mundo moderno dice, no oye.

Ahora tenemos un mundo de una sola dimensión, como el de una fotografía. Virtual, que ha perdido dos dimensiones. Más adelante dice Wahl:

“Pudiéramos simbolizar este carácter superficial del mundo moderno llamándolo un mundo de film donde sólo se ven las superficies de las cosas.”

En mi pueblo del desierto, cuando llegaron los primeros radio –receptores, la ruda  gente del campo  creía que ahí adentro de la caja  estaban los que hablaban. Se asomaban y no encontraban hombres, sólo  grandes bulbos y cables. Y, en la actualidad, por más que busquemos detrás de la pantalla de la televisión, tampoco están los que durante horas vemos que dicen tantas cosas…

Con la lectura del libro nada más hablaba el autor y nosotros leíamos. Pero teníamos la opción de, a nuestra vez, también decir cosas por medio de la escritura. y el juego dialectico continuaba.

Los polemistas ahora dejaron de hablar, de intercambiar ideas. Es el tiempo de ver y oír, no de opinar, en el moderno mundo del film.

 
TERTULIANO

“Quinto Septimio Florente Tertuliano, más comúnmente conocido como Tertuliano (ca. 160 – ca. 220)1 fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Debido a su trayectoria controvertida por haberse unido al movimiento montanista es, junto con Orígenes, el único padre de la Iglesia que no fue canonizado. Nació, vivió y murió en Cartago, en el actual Túnez, y ejerció una gran influencia en la Cristiandad occidental de la época.”WIKIPEDIA





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

D.H.LAWRENCE Y EL CHISMORREO EN LA NOVELA


 

Conversar en la mesa redonda de filósofos, o en la reunión de obreros, en torno de una mesa de cervecería, sigue siendo dialéctica, que no es otra cosa que conversar.

Aquellos con método de ciencia y estos con nihilistas hipótesis, sin síntesis, pero vivida y sentida.

No podemos esperar que la palabra “chismorreo” tenga una  definición fácil.

¿De qué platican   los intelectuales en la Feria del Libro, en la presentación de las novelas que han publicado? De las vidas de las comadres en los lavaderos, personajes de sus novelas. O de la mujer que se arrojó a las vías del tren, por vivir entre dos hombres, como lo hizo Tolstoi.

Lawrence a los 23 años
Comer carne roja en lujoso restaurante, o comerla en el puesto callejero del mercado, sólo cambia el contexto  y el aderezo, pero sigue siendo carne roja. Así es la dialéctica, el conversar.

La novela encauza hacia nuevos horizontes nuestras vidas y deja atrás lo que ya no sirve, lo cual también ayuda a vivir. Se sirve de las experiencias del pasado pero no se vive en el pasado.

Pero también la novela puede glorificar los sentimientos más corruptos, escribe Lawrence en su novela El amante de lady Chatterley.

El Corifeo, en Las ranas, de Aristófanes, dice: "Vamos, a empezar ahora lo más pronto y haya palabras de buen gusto y elección, no pastiches ni vulgaridades."

Según Schücking las mujeres son las que más leen novelas. Y como de las lecturas salen las escrituras… Nos acordamos en este momento de las novelistas norteamericanas Margaret Mitchell y Louise Erdrich, las inglesas Emily Bronte y George Eliot, de la francesa George Sand… “También en Alemania las mujeres han tenido importancia decisiva en ciertos géneros literarios”, escribe Schücking.

Más adelante este escritor dice en El gusto literario:

“En los países anglosajones es hoy frecuente, mucho más que en Alemania, que los autores de las obras narrativas se quejan de que su público propiamente dicho se componga de mujeres y aleguen que a ello se debe el predominio de las historias de amor y el escaso realismo de sus relatos. Pero esta situación es antiquísima. Ya en la Edad Media las mujeres aparecen como las verdaderas lectoras de las novelas, aunque sea por el sólo hecho de que en general tiene mayor cultura, y saben leer, cosa más rara entre los hombres.”

La novela es el cuerpo de la composición lírica donde todo se puede contar, lo real, lo imaginario, lo imaginado con base en la experiencia real.

El chismorreo es la cantera donde se ejercita la dialéctica. Y eso sólo se da en los países democráticos. En los que se puede hablar con libertad de temas, sin límite de tiempo y si son dos o cuarenta individuos.

Va a depender a qué nivel se dé el chismorreo para que se le cuelgue la etiqueta correspondiente.

A nivel de piso son dos, o más, mujeres u hombres, que hacen chismes. Al parecer indiscreciones enredosas. Los escritores en sus novelas cuentan las vidas enredadas de las gentes.

Si observamos el tema desde el satélite parece que nadie sale ileso: Max Scheler vs Kant,  Berkeley vs Leibniz,      Schopenhauer vs Hegel…

Jean Wahl escribe en su Introducción a la filosofía: “Platón, Descartes, Spinoza, Malebranche, los hegelianos, Hamelin y Bradley, por un lado, y Hobbes, Hume, Kierkegaard y Bergson, por otro.”

Los críticos no están mejor posesionados en el arte o en la apreciación de alguna novela o película. En El Estilo literario J. Middleton Murry anota: “El crítico perfecto no existe”.

Pero además que es su profesión, remunerada para vivir, es buena ocasión para irrumpir entre los reflectores. Flaubert se quejaba de ellos, con motivo del lanzamiento de su obra La educación sentimental:

“Me tratan de cretino y de canalla…¡esos señores protestan en nombre de la moral y del Ideal. También me han despellejado en El Fígaro y en Paris…No dejan de asombrarme tanto odio y tanta mala fe.”

Así pues, el chismorreo, como la escala de valores de los filósofos, sólo es cosa de lugares en un  mismo casillero. O como la gama de grises, entre el blanco y el negro, del fotógrafo.

Pero leer, o el hábito de leer, no es cosa de generación espontánea. En los  países indoamericanos lo sabemos bien. Se rebanan los sesos sus autoridades, del renglón de la educación, para hacer que su población se ponga a leer.

Campañas oficiales van y campañas oficiales viene, Ferias del Libro van Y Ferias del libro vienen, y sus promedios de lectura no pasan de dos libros al año, o algo así. Por más bombos y platillos que se hagan en estos eventos y acontecimientos.

Leer viene de lejos, de muy lejos. Y hay que reconocer al “Viejo Mundo”. La escuela, pero, antes, la familia. Sigue diciendo Schücking:

“Como unidad espiritual y afectiva, la familia presupone una conexión entre los cónyuges, una relación entre padres e hijos y un afán común de lectura, que antes del siglo XVIII no se dijeron más que en casos muy excepcionales. La atmosfera espiritual que se formó a partir de entonces en el hogar burgués se alimentaba principalmente de libros buenos, que se leían en voz alta en el círculo de los padres y los hijos mayores. Desde mediados del siglo XVIII, el padre o la madre que leen algo a su familia es fenómeno típico en toda Europa.”

Luego Lawrence  puntualiza que: “La novela tiene la virtud de dar forma y encauzar hacia nuevos lugares la corriente de nuestra conciencia comprensiva, y también tiene la virtud  de alejar nuestra comprensión de realidades que ya están muertas….Pero la novela, lo mismo que el chismorreo, también puede dar lugar a espurios retrocesos y comprensiones de carácter mecánico, letales para la psique. La novela puede glorificar los sentimientos más corruptos siempre y cuando sean convencionalmente “puros”. En este caso, la novela, lo mismo que el chismorreo, llega a ser perniciosa.”

El cuerpo de la novela se compone de contar cosas. Escribir y leer novelas lo hace el que tiene cosas que contar- aprender, información, cultura, intuición. Por eso la mujer lee y escribe novelas, por la intuición. Bergson dice que la intuición es esa unión de instinto e inteligencia.
Lawrence
 
“David Herbert Richards Lawrence (Eastwood, Inglaterra, 11 de septiembre de 1885 – Vence, Francia, 2 de marzo de 1930) fue un escritor inglés, autor de novelas, cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos, libros de viaje, pinturas, traducciones y crítica literaria. Su literatura expone una extensa reflexión acerca de los efectos deshumanizadores de la modernidad y la industrialización,2 y abordó cuestiones relacionadas con la salud emocional, la vitalidad, la espontaneidad, la sexualidad humana y el instinto.3 4 Las opiniones de Lawrence sobre todos estos asuntos le causaron múltiples problemas personales: además de una orden de persecución oficial, su obra fue objeto en varias ocasiones de censura; por otra parte, la interpretación sesgada de aquella a lo largo de la segunda mitad de su vida fue una constante. Como consecuencia de ello, hubo de pasar la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo llamó "peregrinación salvaje". Wikipedia

 

 

 

 

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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