J.WAHL, VIVIR


 


Filosofía es más un preguntar que un responder.

Esto lo dice Jean Wahl en su bella obra Introducción a la filosofía.

Es un laberinto didáctico lleno, llenísimo, de antítesis. La meta anhelada es la síntesis. Pero, ¿Dónde está esa síntesis? En teología se vislumbra pero, ¿en  filosofía?

“¡Cada cabeza es un mundo!”

Nadie está contento, después de un arduo batallar, con haber llegado por fin a la tesis y al  éxtasis.

Abundan los trabajos, de mucha  calidad, haciendo precisiones, en la  referencia a la teoría escrita por otros autores, como Max Scheler lo hace en su Ética, de la obra de Kant.

A semejanza de lo que Schopenhauer hace con el mismo Kant, cuando dice que éste filósofo se pasó modificando su teoría, en la diversas ediciones que fueron apareciendo de su trabajo, Critica de la razón pura, al punto de ya no parecerse las posteriores ediciones al original.

Como vemos en el cine, y en la televisión, a famosos personajes cuyo rostro ya no tiene relación con el anterior, no merced al envejecimiento natural, sino a las cinco o más cirugías plásticas.

Así  Schopenhauer dice  de la Crítica de Kant:

“Nadie debería imaginarse que conoce este libro y que tiene un concepto claro de la doctrina de Kant si lo ha leído sólo en la segunda edición o en una de las siguientes, porque habrá leído un texto deteriorado y en cierto modo falso, es decir, mutilado por Kant.”

Esta especie de insatisfacción, por lo que  otros dijeron, así como de insatisfacción por lo que él mismo autor hace de su trabajo, no es privativo de los filósofos, sino al parecer, de todo el que escribe, trátese de poesía, novela, ensayo.

Y la literatura científica no es ajena a este (aparente) embrollo.

Por eso Henry James recomienda redondear el escrito y, de ser posible, publicarlo de inmediato. De otra manera las interminables “actualizaciones” harán de ese manuscrito algo irreconocible.

Con frecuencia hipostasiado en lugar de mejorado. Esto porque en cada revisión va dejándose ver un frío razonar, mismo que va desapareciendo, gradualmente, lo que produjo una composición llena de lírica pasión.

Schopenhauer tampoco elude su autocrítica en este sentido y escribe, en la tercera edición de su obra cumbre, como él  llama a El mundo como voluntad y representación:

“El lector no echará de menos en esta tercera edición de lo que la segunda contiene; al contrario, la hallará considerablemente aumentada, puesto que, debido a las anteriores ediciones introducidas, compone, en igualdad de impresión,136 páginas más que la segunda.”

Estos escritores son como los alpinistas que por fin han llegado a su anhelada cumbre en la que soñaron, y batallaron, en ocasiones durante años. Descienden al valle y al día siguiente ya están pensando en otra cumbre.

 
Es el devenir el que los atrae. Su meta concreta es la cima, pero su juego vital es la acción.

Los escritores hacen igual batallando en la interminable tarea de revisar, agregar o suprimir cosas a su manuscrito-compuscrito.

En eso estriba la coherencia de la teología, que trata de asuntos ya terminados, no desde la eternidad, sino desde la Creación. Y para frenar la inclinación de agregar o quitar cosas, como hemos visto que hacen los intelectuales, se advierte que el que aumente o quite una sola letra, tanto en la Biblia como en el Corán, perderá su alma. En religión ya no es cosa de estar intelectualizando, sino de llevar a la práctica la letra sagrada.

Pero no se trata en realidad de ningún embrollo. Los católicos preguntan, dialogan, dialectizan, con el cielo, sobre situaciones de la vida diaria que no entienden por qué pasan.

Para los ateos la tarea es más compleja. Tienen que enfrentarse a la repetición. Es decir, de un proceso dialectico que no termina. Teniendo en todo momento conciencia de su negatividad, que es el otro componente de su antítesis.

Como el que vive disciplinado su sobriedad, teniendo siempre a la vista una fuente de deliciosos manjares.

O como Jean Wahl lo expresa: “El acto de autodestrucción del filósofo va acompañado de un acto de construcción.”

En esta película no hay buenos ni malos (cada quien su modo).

 En el fondo lo que mueve  es el ser en el hacer. No hay la tercera opción de quedarse cruzados de brazos. Al estilo de los relojes de Schopenhauer que se mueven, porque alguien les dio cuerda, y pararán hasta que la pila se agote.

SER EN EL HACER

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich,1968
El que vive esta dramática antinomia es el filósofo que tiene ante sí, para él solito, al Absoluto, a la Cosa sin Nombre o, como   D. H. Lawrence le dice, la Deidad Oscura.

Pero a la vez siempre está pensando, el filósofo, en la Trascendencia que se mueve sin prisa, pero sin fin, en la Evolución. Creación-Evolución, Evolución-Creación.

Le es imposible pensar en una sin referirse a la otra.

Es el alpinista que vuelve a echarse la mochila al hombro, deja el valle a sus espaldas y se interna otra vez en el incomparable, en el incomprendido, ejercicio de subir o cruzar la ladera desnuda de la montaña, allá donde no abundan los glóbulos rojos y empieza lo vital.

J.WAHL
 Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).

 

 

 

 

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