LA SANTIDAD SEGÚN KANT


 

Es algo así como la heroicidad, pero no al estilo homérico. Más inaccesible: triunfar sobre mi solipsismo.

 Empieza todo con las preguntas ¿para qué creemos? o ¿para qué vivimos? Las preguntas eternas.

Ahora se trata de dar respuestas a estas interrogantes por medio de la teología, en religión, y en filosofía por la razón empírica.

Para ello se necesita tener idea histórica del progreso. Ya sea por evolución, o por creación. De esta o de aquella manera el humano apareció en el planeta y siempre quiso saber.

¿Saber para qué? Debe haber una intención y debe ver una meta.

 Todo alpinista se echa a caminar por desiertos, valles y cumbres teniendo una idea a dónde se dirige. Lo contrario, caminar sin un destino, es absurdo, simplemente no se da, al menos en alpinismo.

Sería como ver (se da con frecuencia) a alguien que ha sufrido repentinamente un ataque de Alzheimer y vaga sin rumbo por las calles. En filosofía es todavía más frecuente esta situación.

Dibujo tomado del libro

La psiquiatría en la vida diaria

de Fritz Redlich, 1968
Morente hace esta observación “todo el saber que el hombre ha logrado necesita recibir un sentido. ¿Por qué es por lo que el hombre  quiere saber? Pues, para mejorarse, para educarse, para procurar la realización, aunque sea imperfectamente  en este mundo, de algo que se parezca a la pureza moral del otro mundo.”

Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía, lección XX

La resurrección es la finalidad del cristianismo. Sin resurrección, ya lo dijo crudamente san Pablo, no hay nada. Todo lo que se escriba al respecto es puro desperdicio de tiempo, tinta y papel.

No se trata sólo de decir sí creo. El cielo hay que ganárselo. El cielo del catolicismo se gana través de las tres virtudes teologales que son fe, esperanza y caridad. Sin esta última las dos primeras son pura pose teatral de fariseos.

En filosofía se busca la intencionalidad sirviéndose de juicios lógicos y de los sentimientos morales. También los ateos, ilustrados, tienen que sudar la camiseta para lograr una vida de calidad.

De otra manera, como observa Nietzsche en Más allá del bien y del mal, todo se reduce a un lugar vulgar, favorece la mediocridad y le corta el paso a una humanidad más desarrollada para bien de todos.

Sin finalidad (en la religión)  y sin intención (en la vida secular) es como quedar en la fenomenología del atomismo de solo ir viviendo cada día, con la brújula descompuesta. Como dijo el personaje de la película Naufrago: “Mañana saldrá el sol y quién sabe qué cosas traerá la marea.”

En síntesis, venimos a este mundo, según la religión, o de alguna manera aparecimos en él, como dice la evolución, para caminar en pos de metas de calidad.

Lo que importa es para qué venimos, no el avión en el que llegamos.

Cuesta mucho imaginar que sólo venimos para sacarnos la lengua unos contra otros. Para esta vulgaridad, como escribe Schopenhauer, más valdría no haber sido.

Mejor la santidad, dice Kant. Es lo que Kant llama la realidad ideal, con la palabra santidad.

 Pero no es la santidad que hablan los teólogos, sino, ya lo dijimos antes, algo parecido a una heroicidad singularmente difícil de librar.

La santidad de los teólogos es difícil de alcanzar. Pero esta santidad de laicos, de que habla Kant, no es más fácil.
 

Morente: “Si el hombre pudiera por los medios que sea, de la educación de la pedagogía, o como fuera, purificar cada vez más su voluntad en el sentido de que esa voluntad pura y libre dependa solo de la ley moral; si el hombre va poniéndose  cada vez más, sujetando y dominando la voluntad psicológica y empíricamente determinada; al cabo de esta tarea tendríamos realizado un ideal; tendríamos un ideal cumplido. Se habría cumplido el ideal de lo que Kant llama la santidad. Llama Kant santo, a un hombre que ha dominado por completo, aquí, en la experiencia, toda determinación moral oriunda de los fenómenos concretos, físicos o psicológicos para sujetarlos a la ley moral.”

 

 

 

 

 

 

 

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