CICERÓN, ¿FILOSOFIA O MIGRAÑA?

 

Cicerón se siente atormentado por el poder. Señala como principal culpable a Cayo Julio Cesar que se ha elevado sobre todos y ahora sólo su voz se escucha.

 

Lo dice en su libro Los Oficios.

 

Cicerón no dispone ya de la tribuna para defender a la república. Es cuando encuentra refugio en la filosofía.

Años de su juventud empleó en estudiar a los diferentes pensadores griegos, con preferencia de Sócrates, Platón y Aristóteles.

 

Habitualmente su profesión de las leyes lo tenía ocupado pero en algún rato libre se apresuraba a volver a la filosofía. Con todo el tiempo disponible, ahora, en el destierro voluntario, le escribe a su hijo Marco, y le dice que su único consuelo es la filosofía. Marco, se encontraba a la sazón estudiando en Atenas con el filósofo Cratipo.

 

Hombre  de poder, y sabio, por haber formado parte del senado romano, Cicerón conoce de primera mano, en él mismo y en los demás de su nivel político, la dialéctica o yuxtaposición para vivir en un sano equilibrio: la abundancia, el poder, la riqueza, el decoro, la honestidad y (la disyuntiva clave por la que entregará su alma al diablo o vivirá en paz): el juicio de la elección.

 

Una disyuntiva que se topa con ella todo aquel que, en todos los tiempos, paralelos y meridianos, tiene algún poder de mando (y manos libres en el presupuesto).

 

El infierno, dice el poeta Virgilio a Dante, el infierno está repleto de  estos personajes. No por haber tenido el mando y el oro, cosas inanimadas, moldeables, como la cantera en manos del escultor, sino por el uso que hicieron del poder y el presupuesto.

 

Cicerón no condena la riqueza a ultranza, como hará el cristianismo, solo el uso que de ella se hace. El repudio a la riqueza es el barro donde se nutren las revoluciones.  Lo que Cicerón hace es una advertencia a los ricos que mejor será acabar con la pobreza.

¡Dos utopías por los siglos de los siglos!

 

Oro y poder son vistos por Cicerón como los sanos  alimentos que no tienen que ver con la medida que de ellos requiere el glotón.

 

Lo útil y lo honesto (por justo) es el binomio del buen vivir en paz para Cicerón y no pueden separarse uno del otro.

 

Se apresura advertir que hay zorros que tergiversan los valores: “Más los que no conocen bien esta verdad se dejan preocupar de algunos hombres artificiosos y astutos y califican la malicia de sabiduría”.

 

La filosofía se tiene como una “opción para leer” en los tiempos del coronavirus, y no morir de aburrimiento, cuando ya van más de cien días de destierro involuntario en las cuatro paredes de la propia  habitación.

 

O hacer como Thoreau, que se fue a vivir (por dos años) a los bosques lejanos y desconocidos, donde no hay migrañas ni virus patógenos…

 

Hay cosas primordiales que se tienen como opciones. Ejemplo  la geología que es la disciplina de la ciencia que estudia lo relativo a la constitución del planeta pero, ¿a quién le interesa lo que pasa un centímetro por debajo de la suela de nuestros zapatos?

 

Parecido sucede con la filosofía. La filosofía  es la respuesta, o más bien una serie de interrogaciones, respecto de la vida material, intelectual y espiritual del humano. Puede quitar de sufrir a los que padecen migrañas.

 

La filosofía es el arrecife de donde se alimentan la novela, el ensayo, la psicología y el  periodismo de altura. ¡Aunque pocos confiesan sus fuentes!

 

No se trata de meterse en el callejón filosófico que lleva por nombre “aporía”: las preguntas sobre la vida hace  veinticinco siglos que se formulan desde la filosofía  y, a la fecha, “nadie sabe”, aunque hay cien parecerse. ¡Todos dignos de conocerse a fondo!

 

El “Callejón Aporía” es como las cincuenta variaciones sobre un tema de Beethoven. O como escribió Plutarco de la virtud: “No hay más que una virtud con varios nombres.”

 

En todo caso, como dijo John Berryman en una entrevista sobre su obra literaria: “No me refiero a la idea de que todo el mundo quiera ser presidente de los Estados Unidos o tener un millón de dólares... La mayor parte de la gente sólo quiere bajar a la cantina y beber un vaso de cerveza. Son felices.”

 

Empero, como por ahora no se puede volver del destierro involuntario de la propia habitación, y bajar a la cantina, hay la “opción” de leer a los Presocráticos. O más acá, al mismo Cicerón.

 

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