Luego de leer a los filósofos
modernos es necesario volver a los clásicos de la antigüedad griega para
reencontrar la coherencia.
Un pleito de compadres de alto
nivel en la cancha de futbol con la portería del Romanticismo y la otra
portería de la Ilustración.
A semejanza del “efecto
cucaracha”, o “chapulines” saltamontes,
como decimos en México, en la política
de partidos, los filósofos de aquí se
van con los de allá y los de allá ahora están con los de acá.
Los postulados que se defendieron con tanto ahínco en un mismo
pensador quedaron como “escritos de Juventud”. Los seguidores de sus escuelas,
dejados de lado, se erigieron en los “neos” de esa teoría filosófica.
Neoplatónicos, neokantianos…
La filosofía pasa a ser como
un fondo en el que se dirimen, en el
modo intelectual, lo que en la tribuna hacen los políticos que velan por los
intereses de su grupo, pero siempre con la bandera de la “humanidad” por delante.
La filosofía es como el
arrecife en el mar: todos comen de ella
: psiquiatras, poetas, ensayistas, novelistas…
Aunque bien pocos revelan “sus fuentes”.
Los arquetipos que arrancan de
los tiempos prehistóricos que van a dar lo que conocemos como presocráticos y
luego la triada Sócrates, Platón y Aristóteles.
No es necesario retroceder
hasta los grandes pensadores de la remota Hélade griega. En el camino
encontramos a los prácticos pensadores romanos, tan prácticos como escasos.
Uno de ellos es Séneca, con la
razón por delante, el ideario de Séneca es que el hombre se forme por sí mismo.
No esperar, como en el cristianismo, el auxilio ( en realidad el veredicto) del
cielo para ser o no ser.
No es el materialismo de Demócrito
con los átomos de última frontera. Lo inmaterial en Séneca, como la belleza, el
amor, no reside en el cerebro según la cantidad de oxígeno, neuronas,
aminoácidos esenciales...
Sí en un cielo con deidades
antropomorfas que, se reservan la últimas palabra que acá abajo se conoce como
destino, azar, hado, la muerte de todos
lo que nace…
Séneca habla al hombre de
banqueta de todos los días, Le relata lo que él ha observado de la ira, de lo superfluo, de la amistad, de la vejez.
No se detiene a elucubrar si
la nada es o no es, si el en sí está
dentro de la fenomenología o fuera del tiempo, si el anhelo de libertad es
motivado por la angustia de un pecado que él no cometió, no niega la tradición
al negar la realidad del pretérito.
Hombre de inmensa fortuna material,
soldado, parte del círculo íntimo del poder romano, por haber sido instructor
del niño Calígula, figura muy conocedora de los pasillos de la corte y de los
tribunales, Séneca llegó a penetrar mucho en el modo de pensar y vivir de los
hombre de todos los niveles de la sociedad de su tiempo, desde los esclavos
hasta el emperador y los miembros del Senado, del que también era parte.
Séneca no hace retratos
humanos como Juan de la Bruyere. El esfuerzo intelectual de Séneca va
encaminado siempre buscando la senda en el que el humano pueda encontrar la paz
en su vida. No habla de superhombre ni de hombres mediocres, como lo hacen
Nietzsche y José Ingenieros.
Busca la famosa ataraxia, tan difícil de
encontrar ya en el imperio romano de su tiempo, como en el mundo de mayo del
2025. Veinticinco siglos de gran filosofía y veinte siglos de cristianismo y
tan gran sabiduría todo queda a nivel de una
simple narrativa ante las guerras, aranceles, política, balazos, siempre
presentes.
Séneca va en sentido contrario
del espíritu que llena las calles darwinizadas de la ciudad: “Los hombres han
nacido para la sociedad, la cual no subsistiría sin apoyo mutuo y benevolente
de que la componen”. Coincide con Chesterton y con Bergson para quienes la sociedad, no la violencia,
propició el avance de la humanidad.
El filósofo Séneca no habla
para ser oído y leído sólo por filósofos en conferencias, seminarios y
congresos. A modo de monólogo, en epístola a su amigo Lucilio, expone diversos
temas de la manera más sencilla.
El olvido de algunas cosas, situaciones o nombres, tanto la filosofía
como la psicología lo dirían en sendos párrafos. Séneca sólo dice: “ Me sucede como los libros
viejos, que se les pegan las hojas”.
“Lucio Anneo Séneca[a]
(Corduba, 4 a. C.-Roma, 65 d. C.), llamado Séneca el Joven para distinguirlo de
su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus
obras de carácter moral. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue cuestor,
pretor, senador y cónsul sufecto durante los gobiernos de Tiberio, Calígula,
Claudio y Nerón, además de tutor y consejero de este último emperador.[2][3]
Su papel de tutor durante la infancia de Nerón es representado en la famosa
obra de teatro Britannicus de Racine.”
Wikipedia
Francisco Montes de Oca, uno
de sus modernos biógrafos, dice en pocas palabras el espíritu que anima la
filosofía de Séneca: “ Se puede reducir a lo siguiente: “Amar a Dios, amar a
los hombres, conservar la propia libertad y respetar, extender y fortalecer la
de los demás”.
Lector frecuente de Epicteto,
estoico, Séneca, lo dijimos, pugna porque el hombre se haga a si mismo, a
diferencia de lo religioso que espera ver si el cielo, selectivo, lo favoreció
dándole fe de creer, o no.
El pensamiento de Séneca es prácticamente el mismo que el del cristianismo. Sólo que Séneca nació 4 años antes de Jesús. Su ideario ya estaba maduro, publicado y ampliamente conocido, en los círculos hasta arriba, al tiempo que los cristianos recién llegados a Roma, aun se escondían en la catacumbas, colonizando la mente de los romanos desde abajo.
En todo caso Séneca es de esos
pensadores que, por su modo de pensar y exponer las ideas, tiene la virtud de
hacer de la lectura de la filosofía tal vez
la más bella y edificante de las ocupaciones con las que el humano puede
acompañar su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario