Las diecinueve tragedias
Eurípides
Versión directa del griego, con una introducción de Ángel Ma. Garibay K.
Editorial Porrúa
Colección “Sepan cuantos…” número 24
México, D.F. 2006
Pocas maneras habrán de demostrar, llegado el caso, el amor por una persona, como es ofrecer la vida misma a cambio de la salvación de ese otro. Piénsese en Cartone, el personaje de Historia de Dos Ciudades, de Dickens, por ejemplo. Jesús, que murió en la cruz, para salvación de los hombres. El décimo hombre, de Graham Greene,el que ofrece su riñón para salvar a otro o su corazón o su sangre, etc. La “literatura occidental” abunda en este planteamiento. En México la bella novela de Clemencia, de Altamirano, recurre a esa misma solución.Los que van a la guerra para defender las ciudades de las que proceden,etc. Todo esto arranca de veinticinco siglos atrás, cuando Eurípides escribió Alcestes.
Tiene otro elemento esta obra. Ante la pérdida de un ser querido, más de uno habrá deseado tener la facultad, o el poder suficiente, de poder regresar a esta vida a quien ha fallecido. Es el tema de la resurrección.
Admento va a morir pero Alcestes, su esposa, s e ofrece a morir en su lugar, dado el inmenso amor que siente por él.
Alcestes, o Alcestis, era una muchacha muy hermosa, pretendida por muchos. Su padre, Pelias, puso como condición darla en matrimonio al que fuera capaz de uncir a una carreta a un oso y a un león y la condujera en competencia deportiva. El único que aceptó el reto fue Admento, rey de Feres. Llevó a cabo esa condición porque le pidió ayuda al dios Apolo.
Por celos de la diosa Artemis, cuando Admento entró a l tálamo nupcial, esperando encontrar en él a Alcestes, se topó con una serpiente venenosa puesta ahí por Artemis. Apolo intervino con esta diosa para que Admento no muriera a causa de la mordida de la serpiente. Artemis aceptó, pero a condición que alguien se ofreciera a morir en lugar de Admento.
Admento fue a pedir a sus padres que murieran en su lugar pero estos se negaron. Fue cuando su mujer Alcestes s e ofreció a sacrificarse para salvar a su marido.
El cuadro, que puede parecer muy romántico, es contrastado por la intervención del padre de Admento. Él y su esposa, madre de Admento, no aceptan morir por su hijo y Admento se lo reprocha. ¿Por qué? tendría que morir por ti, es tu vida y mi vida es mi vida, le dice su padre. Admento le dice que por eso va a morir sin gloria y el padre le contesta: “ Y,¿A mí que la gloria, si muerto estoy?” Y acto seguido señala a Alcestes, tendida ya sin vida, y su expresión quita toda idea de heroísmo al decir que murió porque “fue loca”.
Heracles llega a la casa de Admento. Éste acaba de perder a Alcestes. Lleno de dolor, no obstante, Admento le da posada y le ordena al siervo: “Guíalo, llévalo, ábrele las puertas, ponlo en los departamentos de los huéspedes. Manda que sea atendido con esmero. Y después, cierra las puertas del patio. No conviene que un huésped oiga los lamentos de quienes se deshacen en dolor por un muerto”.
Heracles es un héroe, o semidiós. Heracles es hijo de Zeus y de Alcmena, mujer mortal. Cuando Heracles precisaba ejecutar algo, que ahora llamaríamos un milagro, invocaba a su padre del Olimpo. Alcmena tenía a su esposo mortal, llamado Anfitrión. Cuando éste supo que el padre del niño era Dios, ya no quiso tener relaciones maritales con Alcmena.
Al nacer el niño hombre-dios, llamado Heracles, su madre lo abandonó en el campo. Zeus envió a Atena a recogerlo y se lo llevó a Hera, quien lo amamantó. De ahí su nombre Heracles. Hera, al darle el pecho para que el bebé comiera, lo apretó tanto que la leche se le salió del pecho, con tal fuerza, que regó el cielo y ese fue el origen de la Vía Láctea. Este lío entre los olímpicos no viene al caso para nuestra historia de Alcestes. Sólo es una anécdota para explicar un poco el contexto del Olimpo en las ocasiones en que Zeus se metía entre las sábanas de las mortales.
Ya instalado Heracles en la casa de Admento empieza a darse cuenta que en el lugar hay luto. Piensa que algún amigo o tal vez familiar de Admento haya sido el que falleció. Cuando se da cuenta que fue precisamente Alcestes, la esposa de Admento, comprende que un hombre de tan noble sentimientos, que no sólo no le negó hospedaje sino que le ocultó su tragedia para que no se sintiera incómodo, merece que se le ayude. Es cuando pide a su padre Zeus que le permita derrotar a la muerte. Eso no ha sucedido nunca. Pero en esta ocasión se da la resurrección y Alcestes es arrancada del Hades y devuelta a su esposo.
Incrédulo, Admento Exclama: “’Dioses, qué diré? Esta es una maravilla no esperada. ¡Es mi mujer, es mi mujer la que yo miro… “
Heracles le dice: “Tu esposa es. No es otra la que miras”.
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