Es el eterno tema de los trasterrados. De los que por una causa o por otra dejan su amada tierra donde nacieron y se van a otra. Perseguidos por unos y mal vistos por otros. Por necesidad económica, por la guerra, señalados por su posición política, ideología filosófica o preferencia religiosa, deben irse. O hasta por comodidad económica, donde su moneda vale más que en la tierra de origen, allá van a vivir a tierra extraña. De esta manera las poblaciones siempre s e están moviendo. Todas las del planeta. Nadie puede hacerse la victima única. Pueblo a pueblo, país a país, continente a continente, todos son los trasterrados.
La angustia de los que tocan las puertas del nuevo país (reino en este tiempo del relato) se reflejan en esta súplica dicha por los heraclidas: “Ciudad sin dioses fuera la que cerrara el oído al ruego de extranjeros suplicantes”.
Los Heraclidas son los hijos de Heracles. En esta pieza Heracles ya ha muerto. Fue el héroe o semidiós que en la tragedia Alcestes habló a su padre, Zeus, a favor de Admento para que éste pudiera rescatar del hades a su esposa Alcestes.
Murió Heracles y sus hijos quedaron chicos al cuidado de un anciano llamado Yolao, que fue muy amigo de Heracles. Los niños de hecho quedaron desamparados. Más aun, son perseguidos de cerca por Euristeo, rey de Argos. Siempre huyen guiados por Yolao y al lograr establecerse en otra parte hasta ahí llega la gente de Euristeo para expulsarlos de nuevo. Junto con el anciano Yolao va Alcmena, madre de Heracles y abuela de los niños. Pero ambos protectores son impotentes, por su edad, para defender del todo a los niños.
Al último se van a refugiar a Maratón, 40 kilómetros al noreste de Atenas, cerca de un templo en el que se venera a Zeus. Hasta ahí llega el heraldo de Euristeo para echarlos una vez más. Ahora quiere llevarse cautivos a Argos a los niños Heraclidas. Yolao s e opone. El heraldo se burla del viejo. Forcejean y Yolao cae a tierra. Grita pidiendo auxilio. Los de Atenas llegan e inquieren qué sucede. Desde luego están decididos a proteger a los niños. Demofonte, rey de Atenas, es el que, después de oír los argumentos del heraldo de Argos y el de Yolao, decide proteger a los heraclidas.
Una de las dificultades de esta tragedia es que el texto presenta contradicciones en las decisiones tomadas. El coro hace ver a los atenienses que habrá problemas con los de Argos por proteger a los heraclidas. La situación se salva si alguien se ofrece a morir como víctima propiciatoria para que los de Atenas ganen la guerra inminente.
Nadie está dispuesto a morir voluntariamente para que unos extranjeros se beneficien. Macaria, la hermana mayor de los heraclidas se ofrece para el sacrificio: “Con eso venceréis al enemigo. Aquí está mi vida: la doy de buena gana y no me retracto. Yo lo pregono: muero por salvar a mis hermanos y por salvarme yo misma”.
Después de haber muerto Macaria ambos bandos entran en combate. Vencen los atenienses y llevan prisionero a Euristeo ante Alcmena, abuela de los niños.
Vencido el enemigo, a los de Atenas parece no importar ya la suerte de Euristeo. Pero Alcmena es implacable: “Enemigo es: provechosa es su muerte”.
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