Eurípides y Los Suplicantes

“Aprender a usar la victoria” es una frase que se dijo hace veinticuatro siglos. No se le hizo caso al poeta, declarado por algunos eruditos como el poeta trágico pacifista y, por todos lados vemos guerras que buscaba tomarse la revancha.

Al dialogar Teseo, rey de Atenas, con Adrastro, rey de Argos, le ruega le entregue los cuerpos de los guerreros muertos al intentar conquistar la ciudad de Tebas. Han fallado en el intento y ahora los cadáveres  yacen esparcidos por el suelo y son devorados por los animales.  Creón es el gobernante  de la ciudad de Cadmo, ante cuyas murallas se encuentran tirados los cadáveres y es el que se opone a  entregarlos. Una ley en Grecia mandaba que a los muertos se les diera sepultura, pero los de Argos se oponen  a tal cosa. Y con ese empecinamiento, y apoyados en su fuerza, porque han vencido, no hacen  caso de la ley.  Etra, madre de Teseo, rey de Atenas, dice algo de lo cual nadie hace caso en muchas partes: “Quien respeta las leyes, salva al pueblo”. No que las manipule, que las respete.

 Teseo, extrañado porque no les entregan los cadáveres, pregunta la causa. Es cuando Adrastro le responde: “Aun no aprenden a usar la victoria”.

Eurípides ofrece en este lugar una excelente página de los temas dictadura- democracia. El asunto no es el leit motiv de la mencionada tragedia pero de alguna manera el autor encontró el lugar para ofrecernos su punto de vista. Es el tema que se ha discutido por los siglos y es el modo de gobernar un pueblo: deben gobernar muchos o sólo uno debe gobernar. Sabemos que escritores de uno y otro modo de pensar han compuesto sendos tratados defendiendo un sistema y condenado el otro modo. Sus libros llenarían el Mediterráneo, el Océano Pacifico, el Golfo de México y los hielos de la Antártica.  Rousseau habla muy parecido a Eurípides, por ejemplo. En un breve ejercicio dialectico Eurípides nos ofrece ambos pareceres.

El diálogo, en Los Suplicantes, es con motivo que el mensajero de Tebas lleva un comunicado a Teseo, rey de Atenas. Ambas ciudades están a punto de entrar en conflicto y de ahí el tono polémico del dialogo. Teseo ya había dicho al mensajero que él tiene “una monarquía de libres,  una ciudad sin trabas y con voto igual” Y sigue:

Yerras desde el principio, extranjero: buscas un rey aquí. Esta ciudad no es gobernada por un solo hombre. Es una ciudad libre. El pueblo reina: uno en pos de otro se van turnando los magistrados cada año. Aquí no hay privilegio para el rico: rico y pobre, tienen el mismo derecho.

Mensajero:

¡Te gano un punto, desde luego, como quien juega a los dados! ¡Sí, la ciudad de donde yo vengo es regida por un solo hombre, no es dominada por la plebe, ni en ella se apoya! No hay ahí quien con jactanciosas palabras soliviante a los hombres y los mueva a su antojo para servir a sus propios fines, a uno o a  otro lado. Esos que son ahora el encanto del pueblo, para ser sus desgracias al día siguiente. Para encubrir sus faltas alzan voces contra los rectos y contra lo más sagrado. De ese modo s e libran ellos de merecida pena.

Dime, ¿cómo es posible que  un pueblo que ni siquiera puede regular lo que piensa, pueda con rectitud regir una ciudad certeramente? La experiencia del tiempo es la que enseña, no la apresurada precipitación. El que la tierra labra, el hombre pobre, si acaso no es sin ciencia ¿va a dejar los trabajos de que vive para entregarse al régimen de los intereses comunes?

Teseo:

¿Qué hay para el pueblo peor que un tirano? ¡Se acabaron las leyes que escritas sólo quedan! ¡Un hombre solo manda! La ley, es letra muerta. Iguales son ya los hombres. Pero si hay leyes fijas, si gobierna el derecho, tiene el mismo derecho el pobre, como lo tiene el rico. Al de abajo le toca responder y alegar. Y si tiene razón apoyada en derecho, el pobre de abajo vence al rico tan alto. ¿Libertad, dices? ¡Oye, todo el que pueda ,debe dar consejo a su patria, si lo halla justo. ¿Ves, cada uno debe salir a la luz pública, o esconder su grandeza, si le place callarse. ¿Hay acaso algo mejor que esa igualdad?

Y vamos adelante. Donde gobierna y dicta la doctrina del pueblo, ¡cómo se goza al ver que crece y medra la juventud radiante. No el tirano es así, al contrario. Hostil a todo. A los más destacados aborrece. Si tiene su modo de pensar propio, los aniquila. Un solo temor lo domina: el de perder el mando. ¿Puede una ciudad tener fortaleza, si como al campo en plena primavera se le viene a despojar de las espigas? ¡Muerta la vida juvenil, ha muerto todo!.

Mensajero:

La esperanza es un mal enorme: a muchas ciudades las hundió en la ruina: es que irritaron a los enemigos. Cuando en un pueblo se delibera acerca de la guerra, al dar su voto  nadie piensa que el mal de ella  ha de caer sobre su cabeza: todo el mundo piensa en los otros. ¡Ojalá que al votar tuvieran ante sus ojos la muerte que los amenaza…

Etra, la madre reina, convence a su hijo Teseo, de rescatar los cadáveres: “Iré a salvar a los muertos. Primero, intentaré convencer con palabras. Y si no, por la fuerza de mi lanza tengo que conseguirlo. Y se hará con la ayuda de los dioses”. Chocan los ejércitos: “Y fue terrible el combate: golpe por golpe, ataque por ataque, y la muerte como resultado en ambos ejércitos, Se oían grandes clamores…” 

Al final Teseo gana la batalla. Los espartanos de Creón retroceden hacia la ciudad y cierran sus puertas. Los atenienses de Teseo quieren derribar las puertas y comenzar el saqueo y las violaciones. Es cuando Teseo les muestra que él sí sabe hace uso de la victoria: “No he venido a arruinar la ciudad, vine a rescatar a los muertos”.

Es de malandrines no aprovechar la ocasión para la paz: “El que fue bien forjado en su crianza, nunca perpetra cosa vergonzosa…Mínimo es el lapso de la vida: hay que vivirla sin afán alguno y no agravarla con locos infortunios…

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