D. H. Lawrence y el caos indoamericano

D.H.Lawrence
La Cruz de Quetzalcoatl y sus escandalosas guacamayas marcando los solsticios.Los brazos son los anteriores cuatro soles. El centro es el Quinto Sol.
Mañanas en México
D.H.Lawrence
Universidad Autónoma Metropolitana (México)
 1987

Lawrence observa que el mundo maya, a través del Popol Vuh, se dirige  al antropocentrismo. Y éste quedaba atorado en el gancho de la Evolución, dentro de  sucesivos katunes. La causa y el efecto. La biología y la paleontología. Los dioses de Mayapan hicieron tablas matemáticas al menos  para los  próximos diez mil años.

Teotihuacán, en cambio,  nada tiene que ver con la humanidad. Es el molcajete (mortero)  del universo donde se apagan y se encienden los soles. La cronovisión, la desnuda astronomía. Es hora que haya luz en el cielo, dijeron los dioses, reunidos en San Juan. Hicieron una gran hoguera. El dios Nanahuatzin saltó hacia las llamas purificadoras. De su consumido cuerpo surgió otro sol. ¡El Quinto Sol!

En el universo todo se apaga y todo vuelve a encenderse. No hay porque  estar entreteniéndose con la fugaz célula primordial. Este descubrimiento  del cerebro humano nada tiene de común con la mecánica de las estrellas. Lawrence advierte que hay más sensatez  en las reiteradas  generaciones espontáneas, y el caótico proceder de los dioses del Popol Vuh, y de los dioses del Altiplano Mexicano, que en el aburrido retorcimiento de ese invento llamado Evolución.

Los periquillos  que marcan los equinoccios,  de la Cruz de Quetzalcóatl, se ríen escandalosamente  de la causalidad de esos animalitos que se arrastran por el suelo, que nacen por la mañana y a las cinco de la tarde ya son ancianos. Los soles de los aztecas han cautivado la pluma del autor de El amante de Lady Chatterley. Un sol hace ¡pop!, todo se oscurece. Otra serie de  lucecillas empiezan a revolotear en algún lugar de la oscuridad. Se oye de nuevo el alboroto de las guacamayas, un gato sale corriendo entre la selva y el lagarto vuelve a asomar su arrugado lomo entre el lodo de la orilla del río…

Cuando nuestros preclaros mexicanos, hombres de letras del Humanismo, hacia mediados del siglo veinte, trataban de meter, con calzador,  al indio-mexicano, en un esquema psicoanalítico procedente de Europa, ora parricida ora matricida, ya mucho antes que ellos, Lawrence, un anarquista europeo,  escribía sobre el indio-mexicano in situ. Pero ya mucho antes conocía su alma. Lawrence viajo a México en la década de los veintes y, en un ambiente apacible, se puso a escribir sobre pericos parlanchines y las ruidosas guacamayas. Lawrence quizá no volvió a escribir nunca  una metáfora tan formidable como ésta de la sociedad mundial de su tiempo.

En su carácter de hombre  absolutamente libre, que desarrolla una novela, “lejos de los lagartos del tren presidencial”, no conocerá el molde que le prohíba llamar dioses a los dioses, a  cambio  del laicismo que  le imponga la camisa de fuerza de “héroe cultural”.

Veía en la pared  de enfrente, de su cuarto,   un cuadro de la Cruz de Quetzalcóatl. De él  parecían salir  cuatro aves como guacamayas... Su vuelo no iba más  allá del grado 24, 3 minutos, arriba de la línea equinoccial, el 21 de junio. Ni bajaba más de los 24 grados, con 3 minutos, el 21 de diciembre.  Fue cuando concibió que, en la catástrofe cíclica de los Soles de los aztecas, hubiera más congruencia que en la aburrida teoría de la Evolución. Entonces el anarquista escribió, en la hoja en blanco que tenía en su mesa:
“Por mi parte, no creo en la evolución; y mucho menos como una cinta atada a la Primera Causa, que vaya enredándose  lentamente en una ininterrumpida continuidad a través de los siglos. Me satisface más la teoría de los aztecas  acerca de los Soles, es decir, una serie de mundos sucesivamente  creados y destruidos. El Sol, de repente,  entra en convulsiones, y los mundos se apagan  del mismo modo  que otras tantas velas  cuando alguien tose en medio de ellas. Después, sutil y misteriosamente, el sol vuelve a estremecerse y una serie nueva de mundos parpadeantes comienza a iluminarse.

“Esto satisface  más a mi fantasía  que el interminable y aburrido  retorcimiento de la cinta del Tiempo y de la Evolución, atada del giratorio gancho de una Primera Causa. Me llena de regocijo pensar en la explosión de todo ese espectáculo-¡pop!- y el que no quede nada de él sino astillas  de caos volando aquí y allá. Y luego nuevos y menuditos centelleos apareciendo en la oscuridad, resurgiendo no sé cómo ni dónde.

“Me complace pensar en un mundo que estalla-¡pop!-cuando los lagartos se han hinchado demasiado y es tiempo de bajarles los humos. Después, millones de colibríes encendiendo en la oscuridad, y una interminable sucesión de pájaros sacudiéndose sus alas al salir de la oscura matriz; de flamencos  surgiendo sobre una pata a la manera del alba naciente; de loros gritando-hablando casi-al mediodía; de pavos reales desplegando sus colas al atardecer como noches de estrellas…

“Los aztecas decían que  hubo cuatro soles, siendo el nuestro el quinto. Un tigre, jaguar, o monstruo enfurecido con manchas  de noches en su piel, saltó de no se sabe dónde  y engulló al primero de nuestros soles con la multitud de sus piadosamente  desamparados insectos. El segundo Sol estalló  en medio de un gran viento: seguramente cuando los lagartos perecieron. El tercer Sol hizo explosión en el agua, ahogándose aquellos animales considerados como innecesarios…

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