La enfermedad inventada, según Schopenhauer

El mundo como voluntad y representación
Arturo Schopenhauer
Primera edición: 1818
 Primera edición  en la Colección Sepan cuantos...Editorial Porrua, México: 1983
 Libro Cuarto

Arrepentirnos de algo que hemos hecho tiene ecos para todos los años que nos quedan de vida. Nos lleva al remordimiento:” La causa de nuestros dolores  como de nuestras alegrías  no reside casi nunca  en el momento presente, sino que dimana de razonamientos abstractos.” Acorralado por los acontecimientos, Wallenstein, el experimentado guerrero, Schiller le hace decir: “A quien temo es al insensible  enemigo que se alza  contra mí en la conciencia de los hombres.”

 El remordimiento nos lleva al dolor. Pero nos arrepentimos no por lo que hicimos sino porque el hecho cometido nos conduce a un conocimiento más profundo de nosotros mismos, como voluntad: “El remordimiento que nos produce  el recuerdo de una acción pasada no es el arrepentimiento. Es el dolor que el conocimiento de nosotros mismos como voluntad nos hace  experimentar,  y se basa precisamente  en la convicción  de que la voluntad  es siempre la misma.”

Un ejemplo casero: Después de una comilona nos arrepentimos de haber comido en exceso,  pero  no por el exceso de comida ingerida, sino por el descubrimiento que somos tragones. Este descubrimiento, propio, es el problema.  Nos arrepentimos pero eso no quiere decir que no lo volveremos a hacer. El sobrepeso y la obesidad,  que a diario matan a media humanidad, son una confirmación que nos arrepentimos pero que de todas maneras lo volvemos a hacer, una y otra vez.

Sea lo que sea, nosotros no vamos  a cambiar nuestra voluntad. Los milagros pedagógicos y los libros de autoayuda, dicen bonitamente  que es posible. Schopenhauer dice que es como querer cambiar nuestra estatura o la forma de nuestras orejas... El que más cerca está para convencernos, que podemos cambiar, es el que nos pide limosna. Un segundo después nos convencemos que lo único  que cambio de manos  fue el dinero.

Con disposición  pedagógica  podemos meter en la licuadora estos tres elementos de remordimiento, arrepentimiento y conocimiento, de nosotros mismos pero, al final, nada cambiará nuestra esencia, que es la voluntad: “Si ésta cambiase y el remordimiento  no fuese más que arrepentimiento, se anularía a sí propia. Lo pasado no podría producirnos angustia  porque revelaría una voluntad  que ya no eran la nuestra.”

Si esto es un determinismo pregúntenselo a Cuvier o a Darwin. La estatura  alta o chaparra se “ve obviamente” pero de la voluntad se duda que sea tan determinante. O que acaso exista. En un siglo en el que el amor se explica mediante fórmulas químicas, la huida  puede llamarse “Ratilín”,  así se llamaba, en tiempos del movimiento hipi, el avión que se evadía   entre las nubes, muy lejos de la tierra, para no ver lo feo de este planeta.


Si se diera  el milagro pedagógico,  como apunta Schopenhauer, y el arrepentimiento, el remordimiento y el conocimiento, nos cambiaran, seríamos otros. Y en este caso ya no nos llegaría el recuerdo de aquella acción. Pero como esa acción, que nos reveló cómo somos, nos acompañará hasta el último día de nuestra vida, quiere decir que nunca cambiamos. Que siempre fuimos como somos, como voluntad: “El arrepentimiento es siempre la rectificación de un conocimiento  y no un cambio de la voluntad, lo que sería imposible.”

En la imposibilidad de cambiar como somos, y por lo tanto de cambiar lo que hicimos, buscamos la manera de evadirnos de ese recuerdo. Es entonces cuando inventamos una enfermedad física, real e inmediata,  para evadirnos del abstracto: “los tormentos morales  llegan hasta hacernos  insensibles el dolor físico, y bajo la presión de dolores intelectuales  extraordinarios provocamos intencionadamente  otros físicos para sustraer nuestra atención a aquellos.”


Pero en el supuesto que no se inventara un mal físico, la situación moral, silenciosa, anónima,  también destruye: “ las pasiones y las preocupaciones, que también son juegos  del pensamiento, destruyen el cuerpo antes que los males físicos.”

 En esta intención hay grados de evasión. Desde la “normal” aceptada por la sociedad, como ver mucha televisión (patología del voyerismo de tanto ver vidas ajenas en las telecomedias), o el alcoholismo (patología del Club de Tobi), como los casos extremos de algunas locuras.

Recientemente la ciencia médica ha emprendido la lucha por rescatar al individuo del Alzheimer. Que no se vaya: “¿Cómo se llama usted, a qué fruta corresponde este olor, qué día es hoy, cómo empieza el tango Volver…?”

Jesús y Nietzsche hacen desesperados esfuerzos porque el individuo se conozca, que no huya  hacia otros planos, otras dimensiones, no se borre, no invente enfermedades inmediatas para evadir el abstracto. “Vete y no peques más”. No le dijo que ya era una mujer nueva. Le dijo que ahora ella misma  ya se conocía. Nietzsche sí habla de un hombre nuevo, pero con relación a lo que el actual  puede irse degradando, huyendo, inventando enfermedades, empastillándose, borrándose entre el humo… Schopenhauer lo dice directamente: la esencia del hombre es la voluntad  y esta no cambia.

Como el pasado ya se fue y con él la posibilidad de restaurar absolutamente  nada, es por lo que Schopenhauer nos recuerda que estamos en el presente, y que hay que cuidarlo porque dentro de una décima de segundo ya también será pasado.  Y del presente nos damos cuenta hasta que ya pasó: “ Y como nada de esto conocemos de antemano sino sólo a posteriori, debemos trabajar y luchar durante nuestra existencia  temporal a fin de que  el conjunto de nuestros actos  sea propio para tranquilizarnos  lo más posible  y no para angustiarnos.”

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