SÉNECA Y LA SALUD DEL ESTADO


Tratados filosóficos
Séneca

 La hipertensión y la falta de educación tienen un destino común…

La sal de mesa  y la falta de educación tienen en común que son  tan destructivas para el individuo como para el Estado. Y también tienen en común que  sus resultados, mortalmente  patológicos, se van a manifestar no en lo inmediato sino hasta la generación siguiente.

Séneca llama a no esperar ver la actitud de los adultos sino a cuidar la educación de los niños. En lo particular cabe esperar que ocurra un milagro, pero en lo social no se puede escapar del fenómeno de la causalidad, del efecto según haya sido la causa. Y se busca que el niño, sano, sea  la causa del efecto, no el efecto, maltratado, de la causa.

Todo empieza en el hogar. Roma, de la que Séneca fue alto funcionario, cayó no por la violencia del enemigo sino porque la educación hogareña de los niños romanos se había descuidado.

Más tarde la educación  será responsabilidad del Estado, con presupuestos suficientes para la universidad pública, etc. Pero en el hogar se sientan las bases que apuntalarán o debilitarán al Estado. Leibniz habla  directamente de  esta cuestión cuando dice que a la escuela van los niños cuando ya saben todo.

Y en el símil que hacemos de la mesa común, del cloruro sódico o NaCI, empieza en la mesa de la cocina. Al alcance de nuestra mano está permanecer sanos o destruirnos. La  sociedad de cardiólogos norteamericanos (American Heart Association) considera como riesgos clásicos a la hipertensión, igual que el colesterol, el tabaquismo, la diabetes y el sedentarismo.

La presión arterial va subiendo sin que nos demos cuenta y de la cifra 120 hacia la 140, rango en que podemos revertir por nosotros mismos, con menos ingesta de sal en los alimentos. Rebasada la cifra 140, hacia la 160, más vale llamar al médico, al notario y al sacerdote, los tres al mismo tiempo.

Traer  esta especie de metáfora dietética, al campo de la conducta humana, nos lleva a encontrarnos con Séneca, cuando habla de la educación del humano pero arrancando desde la niñez. Los niños, la educación de los niños, sobran decirlo, pues ya se ha dicho muchas veces, son la causa del efecto social.

Si queremos saber cómo se educaba en el hogar a los niños en el  país sin nombre, hace cincuenta años, basta asomarnos desde la ventana de nuestra casa y mirar hacia la calle. La calle estará llena de gente laboriosa que va al trabajo, a la escuela, al deporte, a divertirse, o estará llena de rufianes de toda calaña, aspecto, estatura e investidura. Esa será la respuesta.

De igual manera, una visita a la cama del hospital nos informará cómo se comportó ese individuo el medio siglo anterior con el salero de la cocina.

Luego de referirse a las dos primeras etapas, la niñez y la adolescencia, Séneca   habla de la equivalente a la hipertensión: la cárcel o el cementerio. O bien, en lo general, la delgadez o  destrucción del Estado.

De la primera dice: “Nada predispone a la ira tanto como una educación demasiado muelle y complaciente. La molicie enerva de lo cual resulta que cuanto más se mima a un hijo único, se extrema la indulgencia o se afloja la brida, más se echan a perder sus buenas cualidades.”

De la adolescencia hace esta observación: “Un niño que se había criado en casa de Platón, al volver al seno de su familia  se maravilló oyendo los gritos de furia de su padre, y no pudo menos que decir: “En casa de Platón no he visto eso.”

Y de la edad madura, con descuidada educación, Séneca alerta a sus conciudadanos porque en el horizonte se oyen ya los tambores que derribarán los muros de Roma.

 El Impero había durado mil años. Cuantos barbaros arremetieron a sus puertas acabaron derrotados. La educación había sido cuidada. A la salud del cuerpo asistía la salud de la conducta.

 Mientras la presión arterial de su juventud fue de 120, Roma fue invencible.

Pero ahora:

“En nuestra generación ha producido  ya su efecto el azar de la cuna  y de la educación. Ha pasado para nosotros el  tiempo de remediar ciertos vicios, y nos contentaremos con reformar la edad madura.”


“Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C.65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”

















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