TOMÁS DE AQUINO Y ARISTÓTELES


Fe, Razón, Eternidad, Creación y Resurrección. ¿Cómo poner al alcance del entendimiento, del hombre del sueldo mínimo, semejante empresa? ¡Evangelios y Aristóteles!
 ¡Pero Aristóteles es el filosofo pagano de la razón! 

Abrir el polvoso desván, por curiosidad,  y sacar un escrito que  su autor acaba de arrojar y al que había dedicado 44 años de su vida (una vida cuya duración fue sólo de 49 años), pero que ahora considera con valor poco relevante, es algo que llama la curiosidad:

“Había trabajado con denuedo para llevar adelante un proyecto de vida que consistía en intentar conciliar la racionalidad humana, los saberes de este mundo, con la Revelación de Dios a través de Jesucristo y de su Iglesia. Tal vez estaba equivocado pero ya no había marcha atrás: todo estaba consumado. Si había habido soberbia en su actuación, también había habido buena fe. Dios sabría perdonarle, sin duda: se ponía en manos de su misericordia. Se sentía exhausto, sin fuerza y sin motivación, quizá enfermo. Ya no podría  dedicarse en adelante en continuar su proyecto, un proyecto en el que había puesto su vida, pero que, visto desde cierta perspectiva, resultaba a lo mejor desmesurado, demasiado poco humilde, tal vez prometeico hasta el exceso. No se sentía  demasiado bien de salud. Tenía 48 0 49 años. El poco tiempo que tal vez le quedara de vida ¿no debía dedicarlo a la contemplación de la luz serena que viene de la cruz?” (José Egido Serrano, Tomás de Aquino a la luz de su tiempo, Ediciones Encuentro, S. A. Madrid, 2006)

Este fue Tomás de Aquino. Se cree que procedió de esa manera metafórica nuestra, que acabamos de presentar, por la posibilidad de haber tenido en determinado momento, la revelación   espiritual de lo que él tanto había escrito como hombre de fe en el cristianismo romano.

Como si buscáramos con afán, durante 44, años una moneda con valor de un dólar y en  lugar de eso al final nos encontráramos con el más grande y valioso de los diamantes.

Un escrito que casi pierde todo interés para el que acaba de encontrarse con la Verdad eterna, tan  cuestionada y a la vez buscada por teólogos y filósofos.

Pero para nosotros que andamos bregando (por no decir perdidos) entre valores esenciales y valores de civilización, esa obra intelectual de Tomás resulta excepcional.

Sus lecturas, sus escritos filosóficos y teológicos le parecieron, bajo la luz de la suprema Verdad, algo mundano, perecedero y hasta pretensioso. ¡Y a eso le había dedicado toda su vida! Prácticamente desde que, a la edad de cinco años, su familia lo llevó al convento de Montecasino, Italia, para que siguiera una vida religiosa.

Situación discutible que se comete con alguien al desconocer la vocación de la criatura. Pero que en el niño Tomás fue como una premonición experimentada por la familia. Estaba depositando en el convento a un niño que  se identificó con su nueva vida y, desde entonces, lo habitual para él  fueron los ecos de filosofía y teología que rebotaban por todos los rincones del convento.

Se dice que los primeros cinco años de edad son los que van a marcar la vida del individuo. Así sucedió con Tomás. Para la gente del común esto nos parece extraño. Pero, en el mundo de las vocaciones, alguien que va a ser virtuoso en la música ya está con el violín a edad que los otros niños están jugando todavía  con los carritos o con las muñecas.

Por lo demás, Tomás fue de suyo un gran polemista y siempre estuvo apoyado por la orden religiosa a la que perteneció que es la de los dominicos. De manera cercana por Alberto Magno, maestro suyo en Paris y después compañero en la docencia y en la investigación filosófico-teológica.

Uno de los grandes afanes intelectuales de Tomás fue acercar los argumentos de razón en la teología cristiana, con el concurso del conocimiento que tuvo de Aristóteles. A diferencia de San Agustín que tiene más argumentos espirituales referidos a los Evangelios, propios para la gente del claustro, pero un tanto distanciados para le gente de banqueta.

Premonición porque su familia, humana primordial ( en realidad su familia de toda su vida fue la orden de Santo Domingo de Guzmán), no  llegó a verlo, cuando 244 años después de haber fallecido Tomás, fue declarado por el Vaticano como Doctor de la Iglesia. Algunos años después de su muerte, en 1323, había sido elevado a los altares mediante le ceremonia de canonización por el papa Juan XXII.

Esto último debido a su vida ejemplar como hombre religioso y lo primero por haber escrito una obra intelectual de proporciones casi ingentes por su volumen y revolucionaria en su proyección que consistió en tratar de llevar al pueblo de la calle un Evangelio que se entendiera desde la razón. Fe, Razón, Eternidad, Creación y Resurrección. Cómo poner al alcance del entendimiento, del hombre del sueldo mínimo, semejante empresa.

Estudió toda su vida para él entenderlo, luego luchó para que lo entendieran los hombres de letras que llegaron casi hasta considerarlo un hereje (estamos hablando del siglo XIII) y no sólo los ateos sino, tal vez con más virulencia, muchos teos, hombre de Iglesia, que defendían su bagaje ortodoxo de la teología.

Poderosas dignidades eclesiásticas veían con recelo ese giro que Tomás deba a sus trabajos teológicos relacionados con Aristóteles.

Que un Plotino  se dé en la cauda de la filosofía pagana ya tiene toda la libertad para hablar del Ser, de la Inteligencia (y con esto de Dios, del Alma, etc.).Libre en su mundo del siglo tres lleno de polvo provocado por el derrumbe del Imperio Romano que hacía perder de vista a la gran filosofía de la Hélade. Pero  ya en medio de una Iglesia vigorosa que todavía era perseguida por lo que quedaba de autoridad de los cesares.

Pero que un Plotino, hablando de lo mismo, se de en el seno de la Iglesia católica, del siglo trece, cuya jerarquía es muy vigilante frente a todo tipo de distorsiones  que se le da a los Evangelios, ya es en sí toda una revolución en sí mismo, y puede resultar peligrosamente revolucionario para el campus intelectual teológico-filosófico al que pertenece ese niño llamado Tomás.

Aristóteles habla de Eternidad que niega la Creación, pero ahora Tomás defiende la idea que todo viene de Dios.

Al leer con atención ese manuscrito que acabamos de sacar del metafórico  polvoso desván, en el que al parecer su autor lo ha confinado, nos damos cuenta que es un Tratado teológico que, como encontramos en la obra documentada, extensa y amena, de Egido Serrano:

 “…es sin duda uno de los que más han influido, si no el que más, en toda la historia de la teología, de la Iglesia y de la fe católica y, en general, cristiana. En casi ochocientos cincuenta años que nos separan de la redacción de la Suma de Teología apenas hay un Papa, un concilio o un teólogo que no la haya citado, elogiado y tenido en cuenta, de uno u otro modo como autoridad doctrinal. Los libros y artículos científicos, hermenéuticos, sintéticos o críticos sobre cada uno  de los aspectos de la Suma se cuentan por decenas o centenas de millares.”

Tomás encontró su Luz que vale más que todos los diamantes y se fue en pos de ella. Pero a nosotros, hombres “callejeros” que andamos aturdidos entre metros, celulares, sueldos mínimos y hábitos del consumismo, nos dejó ese diamante que es la Suma.

 
Tomás

“Tomás de Aquino, en italiano Tommaso D'Aquino (Roccasecca o Belcastro,1 Italia, 1224/1225 – Abadía de Fossanuova, 7 de marzo de 1274) fue un teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, el principal representante de la enseñanza escolástica, una de las mayores figuras de la teología sistemática y, a su vez, una de las mayores autoridades en metafísica, hasta el punto de, después de muerto, ser el referente de varias escuelas del pensamiento: tomista y neotomista. Es conocido también como Doctor Angélico , Doctor Común y Doctor de la Humanidad, apodos dados por la Iglesia católica, la cual lo recomienda para los estudios de filosofía y teología.Sus obras más conocidas son la Summa theologiae, compendio de la doctrina católica en la cual trata 495 cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gentiles, compendio de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados en 4 libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort.” Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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