E. CECILIA FROST BUSCA LO MEXICANO


 

Dos grandes culturas espirituales, y muchas civilizaciones materiales, hacen el agar-agar, o gelatina, en el que nos movemos los mexicanos del siglo veintiuno.

La indoamericana y la occidental, en ese orden.

De la nuestra original ya casi ni oímos ni practicamos. De la occidental escuchamos todos los días, con intensidad ensordecedora, pero de la que apenas conocemos más que la nuestra.

Lo que flota por la superficie, cubriéndolo casi todo, son las comedias de las abuelitas y los niños embelesados viendo la Guerra de los mundos.

Pocos mexicanos, en realidad, muy pocos, hacen alto para escuchar, y algunos profundizar, en el hecho que a partir del siglo dieciséis se nos señala según la potencia en turno que ha ocupado nuestro suelo.

Vale en tanto influye la potencia que le da sustento, pero los descendientes perpetúan esas categorías hasta el presente. De ahí que el nombre de las distintas categorías parezcan que todas ellas son vigentes.

Así, somos hispanoamericanos, latinoamericanos o indoamericanos. Las dos primeras llegaron con las naves de Colón hace seis siglos. La primera caminando desde Mongolia hace más de veinte mil años, según apunta Paul Rivet en El hombre americano. Otros más por la Antártida, caminando también sobre hielos.

La hispanoamericana se refiere a la época colonial, la latinoamericana es el nombre que se adopta  en la época republicana, la indoamericana es el nuevo concepto revolucionario creado por el aprismo, de APRA (movimiento político peruano),el panamericanismo, dice la autora, oculta la ambición imperialista de los yanquis.

Frost hace una aclaración respecto de cómo se aplica el nombre de “América Latina”, que se confunde con “Angloamericana”. Por un lado son los pueblos conquistados por los ingleses, de otro los pueblos americanos que hablan una lengua romance, como el español, francés portugués.

La nacionalidad del que escribe, o del que habla, le va a dar el origen al que pertenecen sus padres, sin detenerse mucho a considerar con objetividad el todo histórico.

Con lo que el agar-agar se vuelve un verdadero caldo de cultivo de bacterias culturales no siempre benéficas para aclarar lo necesario. Más bien en la práctica es un caos que tiende al relativismo  con la perspectiva de acabar siendo nadie sabe qué. Algo así como un eclecticismo disolvente, no incluyente, como en el discurso se pretende.

Derivado de las dos principales culturas están las subcategorías como la criolla, la llamada sucursal, la heredada, la heterónoma y la colonial. A estas se añaden  las categorías señaladas como  de la complejidad, la fusionada, la síntesis y la mestiza.

Cada categoría y subcategoría con sus rasgos distintivos, son las etiquetas que le han sido impuestas al mexicano  desde el exterior.

Ora son hijos de Ion, ora de Eva.

Ion es hijo de la mortal Creusa y del dios todopoderoso que, con el nombre(uno de sus varios nombres) de Febo, dice Eurípides:

“el dios Febo le tiene reservado a Ion el destino de ser padre de descendencia que gobernará  las cercanas y las lejanas naciones de la Tierra. Y esos hijos pasarán más tarde a las llanuras de ambos continentes, Asía y Europa, una frente a otra. Y se han de llamar jonios, por el nombre de éste. Y su renombre ha de invadir el mundo”.

 Pero el mexicano no deja de intuir que, sobre todo, son hijos de Chicomecoatl, de la Leyenda de los Soles teotihuacanos y del Popol Vuh. Todos los pueblos tienen su madre primordial, o su padre, así también los mexicanos.

Chicomecoatl
Con toda propiedad Elsa Cecilia Frost lo dice en su valioso libro Las categorías de la cultura mexicana, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1972 y reeditado en 1990.

“Hubo, En consecuencia, una aparente desaparición del idioma, la religión y las costumbres indígenas a favor de las modalidades europeas. Pero esta desaparición fue siempre más aparente que real; el indio, tomando como ejemplo de los mismos españoles, decidió obedecer pero no cumplir”. En ello  lo ayudó su indiscutible superioridad numérica frente al conquistador, y como no estuvo dispuesto nunca a abandonar su cultura, adoptó frente al amo la cultura que éste le impuso, pero una vez lejos de su mirada volvía a ser él mismo “Cap. XI.

Como se apuntó, hay mexicanos hijos de mexicanos y mexicanos hijos de extranjeros. Cada quien va a vivir su mexicanidad según el origen de sus padres. Cada etnia extranjera tiene sus mitos y  modos de practicarlos.

Chicomecoatl
Es la tierra nutricia.
Su falda de mazorcas con los que alimenta
 a sus hijos mexicanos.
Un  otomí nada tiene de común con las creencias de alguien del extremo este del Mediterráneo.  Tampoco un suizo se sentirá identificado con el Xibalba del Popol Vuh. Como adquisición cultural o académica muy posible pero jamás  espiritualmente. El Mefistófeles de Fausto en nada se parece al Mictlantecuhtli náhuatl.

Cabe citar a Thoreau para los que creen que la vida nació  con el sol de esta mañana, y sólo en un pueblo, no en otros.

“Los que no conocen ninguna fuente más pura de la verdad, que no han rastreado su corriente, se paran y se dejan reposar suavemente en la Biblia y en la Constitución, bebiendo de ellas con reverencia y humildad. Pero aquellos que van más allá y buscan el origen del agua que gotea sobre el lago o el charco, se ciñen los lomos una vez más y siguen su peregrinación en busca del manantial”. H, D, Thoreau, Desobediencia civil.

Nosotros, como alpinistas, decimos otra metáfora que dice lo mismo que Thoreau: Muchos viven en la morrena del glaciar, y sólo pocos remontan hasta encontrar la zona  de acumulación de nieve en donde tiene origen ese río de  hielo.

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