LUCRECIO EXONERA A LOS DIOSES

 


Por el efecto se conoce la causa. Los dioses, se deslindan, nada tienen que ver cómo fermenta la pasta humana.

No  se hace  tabla rasa, pero sí  tantos que ya hacemos estadística.

Ese afán de querer ver a la Divinidad, es un dudar de su existencia. Disentir es propio del hombre libre, en  un  sistema político de libertad. Pero ese disentir, dijo una vez Aristóteles, en alguno punto tiene que parar.

¿Quién podrá demostrar, por el orden mecanicista, que la Divinidad existe? ¿Quién podrá negar, que existe la Divinidad, por el orden vital?

Los politeístas de la Hélade (no los modernos  politeístas que se llaman a sí mismos monoteístas), aceptaban con sensatez el lugar para cada naturaleza: el hombre en la tierra y los dioses en el Olimpo.

El atomista Lucrecio, seguidor de Epicuro, razona de esta manera:  “Tampoco puedes presumir que tengan los dioses sus moradas sacrosantas en una de las partes de este mundo: porque ellos son sustancias tan sutiles, que el sentido no puede percibirlas, ni el espíritu apenas comprenderlas: si escapan al tacto de las manos, no debe tocar ellos ningún cuerpo que podamos tocar, porque no puede tocar el que de suyo es intangible: luego muy diferentes de las nuestras deben ser sus moradas, tan sutiles como sus cuerpos.”

Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas, Colección  Austral número 1403, Espasa Calpe, S.A. Madrid 1946.

Dice  que se quiere ver desde el fenómeno, de la cantidad mensurable, lo que es de cualidad inefable.

 


"Las cosas son reales, posibles y necesarias si concuerdan con nuestra manera de pensar"

                                        Dibujo tomado del libro

                                 La psiquiatra en la vida diaria

                                          de Fritz Redlich, 1968

Y, sin embargo, es mirando a los hombres que tiene enfrente, no hurgando entre las estrellas, que Lucrecio no cree en la existencia de los dioses:

“no puede ser hecha por los dioses maquina tan viciosa e imperfecta.”

Como decir que nuestra  democracia no existe, no puede haber sido hecha, por los demócratas ortodoxos, maquina tan viciosa e imperfecta.

Así pues, por este camino de relativismo, que lleva a la disolución, al eclecticismo desintegrador, mejor creer que  los dioses habitan  su Olimpo y que  los hombres siguen luchando, en buena lid,   por la democracia desde su Cámara de Legisladores.

Dudar de la existencia de los dioses es un legítimo ejercicio filosófico en libertad. Pero dicha esta duda como  imperativo categórico es una negación del pensamiento libre.

 

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