Trato hecho, es el poco atractivo título de este
cuento de W. Somerset Maugham, que se encuentra en su obra Cosmopolitas.
Era un Estado libre del
continente americano, país civilizado, democrático y de gran tradición, con
calles amplias y bien ventiladas, con uno que otro edificio viejo de origen
español.
A este país llegó una bella joven, procedente de Michigan, de la que el presidente de ese país se enamoró. Para su buena fortuna ella estaba dispuesta a corresponderle, pero se detuvo ya que el presidente no era soltero.
Como era un país
que observa rigurosamente la
tradición y el orden, el presidente llamó a los diputados de su partido y entre
todos coincidieron que las leyes estaban
anticuadas.
Se aprobó por mayoría
facilitar las cosas cuando se tratará de divorcio. Ahora sería muy rápido, en
lugar de aquellos plazos dilatados y llenos de inconvenientes legales. Las nuevas disposiciones de sólo treinta días
era el plazo máximo y estuviera de acuerdo o no, y hasta en ausencia, de uno de
ellos, el divorcio sería un hecho dentro de lo legal.
El presidente que promovió
esta nueva modalidad de divorcio pronto cayó ante una revolución, pues era un
país en el que, no obstante, ser tan libre y democrático, siempre había
revoluciones. El presidente fue apresado y colgado de un poste y la bella dama
de Michigan se fue del lugar.
Sin embargo, la iniciativa de
la nueva ley se respetó y el divorcio fasttrack
siguió su curso.
Era, como se apuntó, un país
con una democracia fuerte en verdad, con el resultado lógico de contar con una
oposición también fuerte. Sus marchas muy frecuentes y gigantescas de protesta,
que llenaban las principales avenidas,
no eran recibidas a balazos, como sucede en otros países del área, sino
atendidas de manera conveniente por funcionarios del gobierno.
Aunque nunca faltan los cabezas huecas que quieren
arreglar todo a balazos. Tal fue el caso del presidente que colgaron del poste.
Pero, aun así, los poderes del
Estado de ese país les facilitaban el camino a la legalidad y la democracia
como excelente recurso para dirimir las diferencias. Con el feliz resultado que,
con no poca frecuencia, los rijosos entienden cuál es el camino correcto y algunos ahora ocupan
curules de las cámaras baja y alta de legisladores.
Aun los más rebeldes entienden
que eso de comprar votos o robarse las urnas a punta de balazos, ya pertenecen
a tiempos remotos y definitivamente superados.
La normalidad y al orden son
señales de los nuevos tiempos en este democrático país. Las urnas de votación
son respetadas y, mediante una limpia y ordenada votación, los progresistas de
la oposición se ven favorecidos con la voluntad del pueblo y llegan a la
presidencia de la república. Al tiempo, y siempre mediante todo dentro de la
ley, los conservadores recuperan la presidencia, pero ante sus gestiones
blandengues, los progresistas conquistan otra vez el poder, cuando el pueblo
entiende que al populismo se le pasó la mano, regresan los tradicionalistas…Ahora
no es como antes, ahora es el pueblo el que dice quién se queda y quién se va.
En un continente tan convulsionado, este país es paradigma a seguir.
Todo esto Maugham no lo dice
explícitamente pero lo da a entender
cuando escribe: “era un país civilizado, democrático y de gran tradición”.
El caso es que no tardaron en
llegar a ese lugar mujeres de prácticamente todo el planeta a tramitar su
divorcio. Viajar para visitar a su mamá que vive en el extranjero o algún
argumento parecido, facilitaba a las
mujeres en cuestión el ausentarse sin que el marido sospechara los planes de
divorcio de su pareja.
Llegaban a alojarse en el Gran
Hotel, el mejor hotel de la localidad. Permanencia de treinta días y el propietario
vio crecer su fortuna de manera considerable.
Para no aburrirse las mujeres
se reunieron a tomar café y organizaron bailes. Pronto el lugar se llenó de
generales, coroneles y caza fortunas con quienes bailar.
Entre tanto, un viejo y
próspero oficio se vino abajo. Fue cuando tres distinguidas damas de la localidad se reunieron con Manuel el nuevo
presidente para exponerle los problemas económicos de sus trabajadoras y los
propios.
Carmencita, una de las damas, tenia dos hijas estudiando en un convento en Nueva
Orleans y la otra dama, conocida como la “Gorda”, un hijo estudiando en
Harvard. Sus casas, así en cursiva,
ya no eran frecuentadas. ¿Qué iban a hacer? ¡Su situación realmente era
desesperada!
Carmencita le recordó al
presidente los días de su extrema pobreza, cuando trabajaba en su casa llevando
recados, digamos subrepticios.
En efecto, en esos tiempos era
muy pobre pero con habilidades para abrirse camino en la vida y tanto que llegó
a ser presidente de ese bello país.
Les prometió que estudiaría la
situación. Con felicidad las tres mujeres escucharon las palabras del
presidente: “!Trato hecho!”
Prohibir el divorcio rápido imposible pues era señal de los
civilizados nuevos tiempos que corrían por el mundo y el país no iba a dar un salto para atrás o,
como ahora se dice, flashback.
Los concejeros del presidente no tardaron en encontrar la solución: toda mujer que
llegara al país a solicitar su divorcio, tendría que llegar acompañada con su
esposo.
De inmediato la nueva disposición se puso en
práctica. Con el resultado que generales, coroneles y los pisaverdes regresaron
a frecuentar las casas.
El relato termina de la
siguiente manera:
“Se modificó ligeramente la
ley, dentro de los términos que había sugerido don Manuel, y la prosperidad
volvió a reinar en la capital de aquel simpático país.
“Las dos hijas de Carmencita pudieron terminar sus estudios
en el convento de Nueva Orleans y el
hijo de la “Gorda” se graduó en la Universidad de Harvard.
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