SÉNECA, EL RESCATE DE LA FILOSOFIA

 


Luego de leer a los filósofos modernos es necesario volver a los clásicos de la antigüedad griega para reencontrar la coherencia.

Un pleito de compadres de alto nivel en la cancha de futbol con la portería del Romanticismo y la otra portería de la Ilustración.

A semejanza del “efecto cucaracha”, en   la política de partidos, los  filósofos de aquí se van con los de allá y los de allá ahora están con los de acá.

Los postulados que  se defendieron con tanto ahínco en un mismo pensador quedaron como “escritos de Juventud”. Los seguidores de sus escuelas, dejados de lado, se erigieron en los “neos” de esa teoría filosófica. Neoplatónicos, neokantianos…

La filosofía pasa a ser como un fondo en  el que se dirimen, en el modo intelectual, lo que en la tribuna hacen los políticos que velan por los intereses de su grupo, pero siempre con la bandera de la  “humanidad”  por delante.

No es necesario retroceder hasta los grandes pensadores de la remota Hélade griega. En el camino encontramos a los prácticos pensadores romanos, tan prácticos como escasos.




Lucio Anneo Séneca  4,a C-65

Tratados filosóficos y Cartas


Uno de ellos es Séneca, con la razón por delante, el ideario de Séneca es que el hombre se forme por sí mismo. No esperar, como en el cristianismo, el auxilio ( en realidad el veredicto) del cielo para ser o no ser.  

No es el materialismo de Demócrito con los átomos de última frontera. Lo inmaterial en Séneca, como la belleza, el amor, no reside en el cerebro según la cantidad de oxígeno, neuronas, aminoácidos esenciales...

Sí en un cielo con deidades antropomorfas que, se reservan la última palabra que acá abajo se conoce como destino, azar, hado,  la muerte de todos lo que nace…

Séneca habla al hombre de banqueta de todos los días, Le relata lo que él ha observado de la ira, de la amistad de lo superfluo, de la   vejez.

No se detiene a elucubrar si la nada es o no es, si el en sí está dentro de la fenomenología o fuera del tiempo, si el anhelo de libertad es motivado por la angustia de un pecado que él no cometió, no niega la tradición al negar la realidad del pretérito. No abusa de neologismos a los que serán tan inclinados no pocos pensadores del siglo veinte, dificultando su lectura, buscando un toque de originalidad.

Hombre de inmensa fortuna material, soldado, parte del círculo íntimo del poder romano, por haber sido instructor del niño Nerón, figura muy conocedora de los pasillos de la corte y de los tribunales, Séneca llegó a penetrar mucho en el modo de pensar y vivir de los hombre de todos los niveles de la sociedad de su tiempo, desde los esclavos hasta el emperador y los miembros del Senado, del que también era parte.

Séneca no hace retratos humanos como Juan de la Bruyere. El esfuerzo intelectual de Séneca va encaminado siempre buscando la senda en el que el humano pueda encontrar la paz en su vida. No habla de superhombres ni de hombres mediocres, como lo hacen Nietzsche y José Ingenieros.

Séneca va en sentido contrario del espíritu que llena las calles darwinizadas de la ciudad: “Los hombres han nacido para la sociedad, la cual no subsistiría sin apoyo mutuo y benevolente de que la componen”. Coincide con Chesterton para quien la sociedad, no la violencia, propició el avance de la humanidad ( Chesterton, El Hombre eterno).

Pero sí, con  con frecuencia, tal como  el cirujano, debe explicar de qué tamaño es el tumor para tener modo de extirparlo.

El filósofo Séneca no habla para ser oído y leído sólo por filósofos en conferencias, seminarios y congresos. A modo de monólogo, en epístola a su amigo Lucilio, expone diversos temas de la manera más sencilla.

El olvido de algunas cosas,  situaciones o nombres, tanto la filosofía como la psicología lo dirían  en sendos párrafos.  Séneca sólo dice: “ Me sucede como los libros viejos, que se les pegan las hojas”. 

Le dedica buena parte de su trabajo a las diversas manifestaciones de la ira y la consecuente inclinación de todo ofendido de pensar en la venganza: " ¿Qué puedes desearle a tu enemigo más que la muerte? Pues no pienses en dársela, que ella habrá devenir". 

En las relaciones del diario vivir ofendemos y nos ofenden, según el estatus, nos sentimos débiles o poderosos. Hay algo que nos empareja dice Séneca: " Tu esclavo o tu amo, tu protector o tu cliente provocan tu enojos...Pues déjalo pasar: ahí viene ya la muerte que ha todos nos hace igual."

Francisco Montes de Oca, uno de sus modernos biógrafos, dice en pocas palabras el espíritu que anima la filosofía de Séneca: “ Se puede reducir a lo siguiente: “Amar a Dios, amar a los hombres, conservar la propia libertad y respetar, extender y fortalecer la de los demás”.

Un espíritu campea en toda la obra de Séenca, como no podía ser menos en un pensador que abreva su cultura en las fuentes grecorromanas: en él no se encuentra el sentimiento de culpa primordial de lo que estará saturado el cristianismo y que impacta fuertemente aun terrenos del razonar puro como la filosofía. En una parte de su obra,  Consolación a la madre Helvia, dice: " Soy yo mismo quien declara que no soy desgraciado; y digo más, para tranquilizarte más aún: es imposible que nunca llegue a serlo...El destino del hombre  es ser feliz."

Lector frecuente de Epicteto, estoico, Séneca, lo dijimos, pugna porque el hombre se haga a si mismo, a diferencia de lo religioso que espera ver si el cielo, selectivo, lo favoreció dándole fe de creer, o no.

El pensamiento de Séneca es prácticamente el mismo que el del cristianismo. Sólo que Séneca nació 4 años antes de Jesús. Su ideario ya estaba maduro, publicado y ampliamente conocido, en los círculos de hasta arriba, al tiempo que los cristianos, recién llegados a Roma, aun se escondían en la catacumbas, colonizando la mente de los romanos, desde abajo.

Con la Iglesia victoriosa de la Edad Media, se esparció la leyenda que San Pablo había convertido a Séneca a la nueva religión.

En todo caso Séneca es de esos pensadores que, por su modo de pensar y exponer las ideas, tiene la virtud de hacer de la lectura de la filosofía tal vez  la más bella y edificante de las ocupaciones con las que el humano puede acompañar su vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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