MARCO AURELIO: ATARAXIA VS BOURNOT

 

 

 

 


 

Marco Aurelio no quiere dar lecciones de moralidad ni ser el pedagogo de nadie. Sus reflexiones son para  él mismo. Se pregunta: “En qué empleo en este momento mi alma. De quién es el alma que tengo ahora. ¿Será la de un niño, la de un mancebo, la de una mujerzuela, la de un tirano, o por ventura la de un jumento o de una fiera?”

 

No obstante, leer a Marco Aurelio llena dos necesidades del humano: conocer (conocer una manera de pensar) y una guía para la vida. Antonio Gómez Robledo apunta, citando a Cicerón: “La filosofía no es, o no tan sólo, una visión intelectual del mundo, sino ante todo una guía  de la vida y la conducta humana”.

 

Antes de referirse a la razón, a los dioses,  a la actitud de la gente y en general a cosas de la vida de que hablan los filósofos,  Marco Aurelio nos recuerda que esta vida se va. Tiene por lo tanto  que cuidar vivir, bien, el día de hoy. Cada día restamos un día a nuestra permanencia en este planeta. 

El emperador-filósofo no conoció los síntomas de la extrema vejez pues murió a los  59 años de edad (121-180). Aun así logró una observación aguda  de la vida. Porque  es el caso que, llegado el momento, no nos vamos tan frescos como cuando llegamos. Mucho antes  del último año vamos experimentando un deterioro y está lo que ahora conocemos como Alzheimer  o en la paulatina e irreversible falta de colageno en las rodillas,etc. “En cuanto comenzamos a chochear…y examinar si no habrá llegado la hora de abandonar este mundo... Hay que darse prisa, por lo tanto, y no solo porque a cada instante nos aproximamos a la muerte, sino porque perdemos antes de morir la capacidad de comprender las cosas y de seguirlas con atención.

 

        


                         Marco Aurelio

“Marco Aurelio fue un emperador romano, un filósofo estoico y uno de los últimos "Cinco Buenos Emperadores" de Roma. Nació en el año 121 d.C. y gobernó entre 161 y 180 d.C., destacándose por su sabiduría y virtud, así como por sus extensas campañas militares en la frontera norte del imperio. Su obra más famosa, "Meditaciones", es un testimonio de su filosofía estoica y sus reflexiones sobre la vida, la ética y el deber.”Wikipedia

Marco Aurelio, Pensamientos

Prólogo, traducción y notas de  de Antonio Gómez Robledo

Coordinación de Humanidades

Universidad Nacional Autónoma de México

1992

 

Dice que los grandes sueños  en los que se entretiene los hombres (y las mujeres) acaban en humo. Hace mención a los piojos de dos patas ( Los que decidieron la muerte de   Sócrates). Marco Aurelio no quiere pasar como el más grande de los estocicos, pero con el ánimo que no perdamos el tiempo en jueguitos, inventados por la fama presente, o por la gloria a posteriori, y en cambio aprovechemos  este día, nos ofrece la siguiente reflexión:

“Hipócrates, habiendo curado a muchos enfermos, enfermó él mismo y murió. A muchos predijeron la muerte los caldeos, y en ellos a su vez hizo presa  el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo Cesar,  habiendo arrasado tantas ciudades y destrozado en el campo  de batalla a tanta miríadas de infantes y caballeros, al fin ellos mismos salieron  de esta vida. Heráclito, después de haber disertado interminablemente sobre la conflagración del mundo, murió hidrópico y untado de estiércol. Demócrito murió comido de piojos, y a Sócrates, fueron otros piojos los que lo mataron.”

 

La obra filosófica del emperador Marco Aurelio  la conocemos gracias a los monjes medievales que formaron dos códices de sus pensamientos, el Vaticanus y el Palatinus.

 

En su momento, Marco Aurelio fue implacable con la secta de los cristianos. Supo con toda claridad que bajo la faz de amor al prójimo escondían la intención colonizadora, muy peligrosa para el imperio. Pronto se verían confirmadas sus intuiciones.

Bajo su mandato  la locura romana  no se conformaba con matar a los seguidores de Cristo sino que entregaba sus cuerpos como alimento de las fieras. Irónicamente a los frailes se debe,  de alguna manera, la conservación de la obra literaria del emperador.

 Más tarde, cuando el cristianismo dejó de ser perseguido y pasó a ocupar un lugar  cerca del trono romano de Bizancio, mucho del mundo pagano  fue arrasado y en su lugar se puso  lo cristiano.

 

 Entonces se dio  el fenómeno que se repetiría  en el siglo dieciséis en México  y el  continente indoamericano. Primero fue arrasado por los españoles y sus indios aliados y, acto seguido, los frailes inmediatos a la conquista, se dieron a la  ingente tarea  de rescatar  cuanto les fue posible del mundo destruido, al estilo de fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán.

Merced a esa irónica doble labor de la Iglesia católica, de destructora y rescatadora, al menos en lo que corresponde  a las concordancias morales, conocemos  los pensamientos de Marco Aurelio.

De ser un convencido defensor del universo religioso de la antigüedad, Marco Aurelio va dirigiéndose hacia el pensamiento racionalista: “En el siglo de las luces, sin embargo, así como en el que le sigue, la prospectiva o enfoque  cambia por completo, porque al paso que la Iglesia lo va dejando de lado, el pensamiento racionalista  se apodera con creciente entusiasmo de Marco Aurelio, en quien ven sus adeptos la revelación de la razón pura, de frente al silencio eterno de Dios y de los dioses.”

Sin embargo Marco Aurelio nunca derribó el puente que unía a los dioses con el pensamiento lógico: “En la ciudad para los dos hay lugar”.

 

Marco Aurelio está consciente que los hombres sabios no necesitan de ninguna orientación moralizadora. Pero es la cuestión que  en el mundo nacen tantos humanos,  cada media hora,  que ni escuelas laicas ni templos religiosos son suficientes para proporcionar  la mínima información de qué se trata la vida civilizada.

De ahí que en las calles  de la ciudad,  en las oficinas, en los talleres, en la universidades, los sindicatos y en los partidos políticos, sea frecuente encontrar seres que todavía  viven  en perpetua  guerra darwiniana:

“La moral media no se dirige a los hombres  perfectos ni sabios en grado eminente, sino aquellos en quienes lo mejor  que podemos hacer  es suscitar en su espíritu cierta imagen o simulacro de la virtud.”

 

Insiste en que es necesario vivir la vida. Moverse en lo individual de tal modo que impacte positivamente a la sociedad. Dejar de lado, de una vez por todas, la guerra como negocio donde pocos ganan y millones mueren.

Podemos estar juntos pero no peleándonos. Chesterton cree, al contrario de Darwin, que la sociedad se desprendió de la caverna por la solidaridad, no por miedo al matón del barrio.

 Laicidad y religiosidad son insuficientes para proporcionar orientación educadora a los, en la actualidad, siete mil millones de humanos. Y si laicidad y la religiosidad se la pasan peleándose mutuamente, significa que sus mejores esfuerzos no se dirigen hacia  el erial:

Marco Aurelio insiste: “Hemos nacido, en efecto, para colaborar entre nosotros, como lo hacen los pies, las manos, los parpados y las hileras de dientes, los superiores y los inferiores. Actuar como adversarios entre nosotros, es, pues, contra la naturaleza, como lo son la ira y la aversión.”

 

 Pero vivir la vida no quiere decir, según marco Aurelio, desbocarse y morir como caballo hiperactivado. Estresado hasta los callos por el síndrome de Bournot o, como se decía en la literatura del siglo pasado. el surmenage.

Marco Aurelio llama a  la reflexión: “Ponte a pensar, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano, y verás que sucedía lo mismos que hoy: gentes que se casan, crían hijos, enferman y mueren, hacen la guerra, celebran fiestas, trafican, cultivan la tierra, lisonjean,  son arrogante,  suspicaces, arman celadas y desean la muerte  de otros, murmuran del actual estado de cosas, aman, atesoran, ambicionan el consulado y el imperio.  De la vida de esas gentes no queda nada en parte alguna.”

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores