La angustia, según Kierkegaard

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Sören Kierkegaard
Tan fácil como no desear nada y se acabó la angustia.
Pero el hombre tiene necesidades. Y con facilidad se brinca la raya de la necesidad, para vivir, hacia la ambición. Si lograra no desear nada sería atípico para el contexto de la cultura occidental. Si desea mucho se perderá en la patología del consumismo. Trátese de cosas o de afectos.

La angustia, o el bacilo de Koch, deben ser como el colesterol. Necesarios para vivir pero rebasada la medida se vuelven agresivos.  Kierkegaard es un pensador religioso y su lógica va a incursionar entre la teología, la  filosofía y la psicología. Habla de “pecado” más que de falta. Precisamente en él la angustia es producto del pecado. Su cristianismo liberal se sirve en esa parte del Antiguo Testamento donde la enfermedad es resultado del pecado. Sentirse presa de un sentimiento  de angustia es haber perdido la libertad.

¿Por qué alguien tendría que sentir angustia sino ha dado motivo para que se anide este sentimiento en su estado de ánimo? Kierkegaard lo resuelve con suma facilidad: por el pecado original del Antiguo Testamento.
Lo que Kierkegaard tiene a la vista es alguien que ya es presa de la angustia y encuentra, como dice Horacio, que  en el estado de angustia no hay libertad. Kierkegaard en El concepto de la angustia  previene: “Sólo teme al pecado, pues éste es el único que puede robarte la libertad”.

En algunas partes  el  relato se ve angustiosamente  alterado por ese conflicto religioso, tan marcado de su siglo, donde su cristianismo liberal (su "atormentada religiosidad", dicen sus biógrafos)  gustaba de llenar de adjetivos a  ciertos   principios del cristianismo romano. Quedaba un largo trecho de camino para llegar al ecumenismo. Pero esto no debe nublar al grado de restarle mérito al trabajo culto y profundo suyo  que aquí tratamos.

La angustia es de una relación  forzosa con su antítesis lo sereno o calma de ánimo. No se puede hablar de extremos sin una secuencia lógica.Como la escala de grises entre el blanco y el negro.  Debe haber un punto en el que la angustia deja de ser patológica y sirva para poder salir adelante en la vida. Por eso Kierkegaard habla de “angustia del bien” y de “angustia del mal”.

Se siente angustia no por inseguridad propia, inmediata, sino por temor  a perder el bien, como consecuencia de haber pecado. En el espíritu religioso del autor  el bien significa revelación y salvación. Por eso la angustia es para él algo que se identifica con lo demoniaco. Uno de los recursos terapéuticos a los que el angustiado puede recurrir, dice este pensador, es a la palabra. Confinarlo al silencio, o que él se auto confine, conduce a su destrucción mental.

Otro tema tratado que conduce a la angustia  es  la idea de la eternidad: “no se quiere pensar gravemente en la eternidad. Se siente angustia ante ella y la angustia busca cien escapes. Pero esto es precisamente lo demoniaco”. La eternidad es la repetición. Pero, como dice Epicteto, la repetición tiene por  objeto  la experiencia y ésta a su vez la oportunidad de la prevención o la corrección.

 La angustia de la impotencia llega cuando se vuelve al error no obstante la experiencia de la repetición. Esto explicaría las palabras de Jesús que están sobre la arista entre el Antiguo y  el Nuevo Testamento: “Vete y no peques más”. En esta ocasión no va a morir a pedradas, como decía la Ley,  y sí en cambio tendrá de nuevo la oportunidad de servirse de la experiencia de la repetición para no volver  a caer en la angustia. Puede hacerlo, pues para eso tiene la libertad de decisión, pero ya el sentimiento de la angustia la ha flagelado  tanto que siempre hay la posibilidad que no lo haga más. Como el aficionado a las bebidas embriagantes que ha sufrido cien resacas... Cuando esto sucede, todo va en la dirección de la perfección: “La angustia es, sin embargo, una expresión de la  perfección de la naturaleza humana”.

Desde luego Kierkegaard no les da oportunidad de salud mental (despojarse de la angustia)  a los que pertenecen al mundo de la finitud, como él dice para referirse  a los laicos o ateos. Para salvarse es necesario tener fe: “Si al comienzo de su educación entiende mal la angustia, de tal forma que ésta no lo conduce a la fe, sino que lo aparta de ella, está perdido”

Es necesario no perder de vista una cierta confusión del autor. Trata la angustia  del pecado original con la Ética, que es herramienta de la cultura griega, donde no existe el concepto del pecado original. Éste es de la Dogmática del Antiguo Testamento. Y debido al pecado original afirma  que se carga más este sentimiento de la angustia  en la mujer que en el hombre:” la mujer tiene más sensibilidad y siente más angustia que el varón”.

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“Sören Kierkegaard (Copenhague, 1813-id., 1855) Filósofo danés. Hijo del segundo matrimonio de un acaudalado comerciante de estricta religiosidad, era el menor de siete hermanos. Jorobado de nacimiento, la opresiva educación religiosa que vivió en la casa paterna está en la base de su temperamento angustiado y su atormentada religiosidad, origen de numerosas crisis. Sin embargo, de puertas afuera mantuvo una disipada vida social, en la que se distinguía por la brillantez de su ironía y su sentido del humor”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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