Eurípides, Ifigenia en Aulide

En tanto haya guerras en este mundo, y hay cuarenta guerras todos los días, el drama de Ifigenia durará, como ha durado treinta siglos. ¿Por qué mi hijo tiene que morir en la guerra para que se salven los que se quedaron en la ciudad? ¿Por qué no ellos? En todos los paralelos y meridianos y épocas hay padres que se quedaron sin hijos porque murieron lejos del hogar ( hay un tango del siglo veinte que dice de una madre que perdió a sus cinco hijos en la guerra).  Pero estas preguntas se las hace más bien Clitemnestra, madre de Ifigenia. Los hombres son muy afectos a inventar guerras en las que mueren muchos porque no pasaron el proceso del embarazo, parto y posparto, como sucede a las madres. Derrochan vidas humanas como  si se tratara de jugar a los bolos. Por eso Clitemnestra es la primera que sale en defensa de su hija  Ifigenia.

Es un dialogo que tiene Agamenón (rey de todos los helenos) con su hermano Menelao, al que Paris le robo a su esposa Elena. Es respecto de la conveniencia, según cree el “adivino”, de que Agamenón sacrifique a Ifigenia, en aras de que se tengan buenos augurios en la guerra que apenas van a empezar contra Troya. Habla Agamenón: “El adivino Calcas  contesta a nuestra s preguntas y vacilaciones diciéndonos que sacrifiquemos a Ifigenia, mi hija, para honrara Artemisa, que mora en este suelo, y que si así lo hacemos, seguiremos nuestro rumbo  y destruiremos a los frigios; y que si no, nada lograremos”. 

Eurípides
Desde luego Agamenón rechaza la idea de sacrificar a su hija. Pero el otro insiste y acaba por convencerlo de realizar el sacrificio: “Mi hermano, estrechándome vivamente, me ha persuadido que consienta en tales atrocidades”.

Más adelante Menelao piensa diferente y ya no quiere que Ifigenia, su sobrina, sea sacrificada: “Duélome  también de esta infeliz doncella, pensando en los lazos de la sangre  que a ella me unen, y en su sacrificio en aras de mi himeneo”

Pero ahora Agamenón se siente presionado por el ejercito y decide seguir adelante con el sacrificio: “L a necesidad me obliga a consumar en sangriento asesinato de mi hija”.

Es necesario traer a Ifigenia a Aulide, lugar en el que el ejército griego se encuentra listo a zarpar. Para lograr convencer á Ifigenia le dice que Aquiles quiere contraer nupcias con ella. Clitemnestra, la madre, se empeña en acompañarla pues sencillamente  quiere estar en la boda de su hija. Con esto no contaba Agamenón y   se ve contrariado.

 Es un ardid porque Aquiles es ajeno a todo eso. Aquiles se queda sorprendido cuando descubre la trama: “Nunca, ¡oh mujer, pretendí la mano de tu hija y jamás los atridas me hablaron de mi himeneo” La descubre cuando Clitemnestra le dice que se siente complacida por la boda. El “anciano”, un antiguo esclavo de Clitemnestra les revela el asunto tramado por los hermanos guerreros: “Los oráculos, como dice Calcas, para que los dioses favorezcan la navegación del ejercito”.

Al final Clitemnestra le pide a Aquiles que la ayude a salvar a su hija. Y éste acepta: “te consolaré en cuanto puede un joven como yo, nunca será sacrificada por su padre la hija tuya…” Dice que no hay que hacer caso del adivino: “¿Qué es un adivino sino quien dice muchas mentiras y pocas verdades”.

La misma Ifigenia al final está convencida que es necesario morir para la buena marcha del ejercito griego. Le dice a Aquiles: “¡Oh extranjero, no mueras por mi, ni mates a nadie, sino déjame que si puedo salve a la Helade”. Y a su padre Agamenón le dice: “aquí me tienes, que de buen grado vengo a dar mi vida por mi patria y por la Helade, para que me sacrifique en aras de la diosa, ya que así lo pide el oráculo”.

En presencia del ejército, el sacerdote levanta la cuchilla para sacrificar a Ifigenia.  Clitemnestra ni aun ahí pierde la  fe que Aquiles  salvará a su hija. Es uno de los casos, sin solución, en que en la literatura interviene el Deus ex machina o intervención divina para sacar a los personajes del embrollo. No hay que perder de vista que Aquiles es hijo de Zeus y por lo tanto mitad dios y tiene poderes sobrehumanos.

 Se escucha el golpe mortal pero, en lugar de Ifigenia, la que todos ven sacrificada es una cierva de los montes. El sacerdote Calas pide al ejército que acepte ese cambio efectuado por la diosa. Ifigenia, les dice, ha volado al Olimpo.
Y cierra con estas palabras: “Inesperados sucesos  ocurren a los mortales por mandato de los dioses”.


“La madre de Eurípides se llamaba Klitonis o Clito y su padre Mnesarco o Mnesárquides. Durante la infancia de  Eurípides tuvo lugar la Segunda Guerra Médica, decisiva para los griegos y el mundo occidental. Parece ser que, de muchacho fue copero de un grupo de danzantes, con clara significación religiosa, por lo que se supone que su educación fue la convencional de su época. En 466 a. C. cumplió dos años de servicio militar. Odiaba la política y era amante del estudio, para lo que poseía su propia biblioteca privada, una de las más completas de toda Grecia. Durante un tiempo estuvo interesado por la pintura, coincidiendo con el apogeo del pintor Polignoto en Atenas. Tuvo dos esposas, llamadas Melito y Quérile o Quérine. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras de Eurípides. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, muriendo dos años después en Pella.
Se cree que escribió 92 tragedias, conocidas por los títulos o por fragmentos, pero se conservan sólo 19 de ellas.  Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo a las crueldades de la guerra”. Wikipedia


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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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