Séneca y la brevedad de la vida

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La vida de los apresurados es más corta, empieza diciendo Séneca en su obra Sobre la brevedad de la vida. Se refiere en seguida a los tres tiempos de la vida del humano: pretérito, presente y futuro. “De estas tres situaciones de nuestra vida la más corta es la que vivimos en el presente: es dudosa la que nos falta por vivir y la única cierta  es aquella que ya hemos vivido”. Al pasado ya nadie lo puede  cambiar, está sellado, ni siquiera al más experto psiquiatra le es dado modificar un ápice de lo anterior. Puede, cuando mucho,  meter mano en sus consecuencias. De ahí que sea necesario cuidar el presente, que en una hora más ya será pasado.

La ciudad es el gran invento del humano. Cuántas maravillas del arte, de la ciencia y de la sociología encierra. Pero su masificación es también propicia para las patologías. Los rumores y las rutinas sin salida. La costumbre de seguir a otros  nada más porque esos siguieron a  otros: “Vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación”.

Anota que ser muy sociable  tal vez busque llenar un vacío propio: “No es que  quisieras estar con el otro, sino que no podrías estar contigo mismo”. Sin darse cuenta siquiera el individuo suele gastar lo más valioso de la vida, que es la vida. En platicas inocuas con otros o sentado frente a l televisor viendo programas y comerciales, igualmente inocuas, se gasta la vida: “No se encuentra ninguno que quiera repartir su dinero; y, en cambio, ¿entre cuántos distribuyen su vida  todos y cada uno de los hombres? Cuando llega la ocasión de perder el tiempo  entonces es cuando  precisamente se conducen con la mayor de las liberalidades en el único asunto  en el que la avaricia  estaría más justificada”.

La vida es tan corta que sólo vale si sabemos perseguir la felicidad. Que solamente se consigue con la libertad. La libertad con respecto de mí mismo. El hombre que va por la calle puede ser más prisionero que el de la cárcel. Con  mucha frecuencia la “presión social” lo obliga de cierta manera. Hay el riesgo de llevar una vida vacía, creyendo lo contrario. Séneca nos pone un ejemplo que vivió de cerca, respecto de lo que ahora llamamos consumismo: “los romanos  también se han dejado seducir por esa manía idiota de aprender cosas inútiles y sin contenido”.

Séneca
Séneca era del pórtico de la Stoa y no se dejaba marear con necesidades inventadas. Pero, qué es un estoico. Alguien que nació  como todos, creció y respira como todos. Pero que  tal vez no haga todo lo que hacen todos. Tiene prevención contra el dinero más allá de haber solventado lo necesario para vivir, no para sobrevivir. Si las riquezas fueran un bien  “harían buenos a los hombres .Ahora bien, como resulta que el dinero se encuentra entre los malos, no puede llamarse bien”. El estoico es un simple mortal, pero los otros ya no simples mortales. Quisieron aprender de los romanos  en su peor época.  La ladera de la montaña era de una misma consistencia pero los agentes erosivos la fueron penetrando y acabó  derrumbándose. Sólo quedó una roca, el Peñón Martínez del lado oeste del Aconcagua. No es que fuera más resistente, los otros se reblandecieron. Se dejaron invadir por agentes erosivos.

El mundo lo han hecho los que se esfuerzan  y  se refiere a los que han hecho de la inconformidad una patología: “cuando se enfurecen contra el cielo, no digo que  cometan un sacrilegio, pero sí digo que están perdiendo el tiempo”. 

No le pasan desapercibidos aquellos que son casi esclavos treinta años para ser libres mañana, con lo que se olvidaron vivir este día: “¿Quién te garantiza, a fin de cuentas, que has de vivir una larga vida?”. Algo en apoyo de lo que dice Séneca, en este pensamiento, ofrecemos el dato que en México, donde casi no existen semáforos para peatones, mueren 150 mil personas al año por atropellamiento al cruzar la calle.

La vida para Séneca hay que vivirla hoy. Por eso no s e le puede tomar como un pesimista, al estilo de Schopenhauer. Recomienda Séneca que se quiten las telarañas para efecto de, en realidad, poderla vivir en plenitud. Paul Auster, novelista norteamericano de nuestros tiempos, ha escrito:  “Es el azar quien gobierna al mundo. Lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida; una vida de la que se nos puede privar en cualquier momento, sin razón aparente”.

Séneca nació, el año  1 de la era cristiana, en la ciudad de Córdoba, de Hispania, como se conocía a una de las tres provincias en que Augusto había dividido a la Península. Una tierra que, veríamos en los tiempos venideros, ”produciría” sabios pensadores de “todos los colores” y también pensadores sin color, es decir, de dimensiones universales. Pero él decía que había nacido en el mundo.

¿Cuál es, para Séneca, el bien vivir? Preparar desde hoy los caminos mejores  escuchando las opiniones más sublimes que han nacido para nuestro bien: “ Nos  es permitido discutir con Sócrates, dudar con Carnéades, descansar con Epicuro, con los estoicos, vencer la naturaleza del hombre; con los cínicos, rebasarla; caminar a la par  con la naturaleza de las cosas, asomarnos al concierto  de todas las épocas”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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