EL ABUELO QUE PAGABA POR LEER LIBROS


 

De niño quería ser presidente para cambiar al mundo. ¿Ves aquel volcán, me dijo mi abuelo, el Popocatépetl? Es como el presidente de cualquier país del planeta.

-No entiendo.

-Es la manera en la que se manifiestan muchas fuerzas que no vemos. Abajo, en el subsuelo, hay unas placas enormes, llamadas tectónicas, que con su frotamiento unas contra otras generan mucha energía y ésta forma esos conos volcánicos  por los que sale los materiales piroclásticos como vapores, gases y roca liquida.

-¿Si desaparezco el volcán¡

-Las fuerzas de allá abajo formarán otro volcán.

-Ya no quiero ser presidente. Ahora quiero ser periodista.

-Entonces necesitas leer mucho, pero de pocos autores. Son mayoría los que creen que por  agarrar la computadora  saber escribir.

-Entonces ya no quiero ser periodista. Mejor quiero comprarme una bicicleta... Pero siento que con lo que me dan mis padres de “domingo” voy a tardar mucho tiempo en reunir lo necesario y poder adquirirla.

Tramposamente quería que mi abuelo me regalara el dinero que me hacía falta.

Fue cuando me dijo.

-Te voy a pagar cincuenta pesos por cada libro que termines de leer. De esos llamados clásicos para niños. No te los regalo, tienes  que ganártelo, como en cualquier trabajo.

-¿Leer un libro es un trabajo? ¿He oído que es una delicia y muy bonito y demás?

Dibujo tomado de
El País
23 de junio de 2018
 
-Si fuera bonito y una delicia… ¿Sabes que en el país se leen dos libros  como promedio al año por cabeza. Hay países en los que se leen veinte. En otros más.

-Eso he oído.

-No. Leer un libro es un trabajo, y arduo. Como el campesino que construye su casa con los materiales de la región. Cuando viene a la ciudad tiene que conocer los nuevos materiales y las últimas técnicas.

Así el lector. Necesita  conocer modos de expresarse de autores que escriben según su modo personal. Modo  que  va a contener mucho de su lugar de origen. Modos de pensar y expresarse muy ajenos al nuestro.

-¿Por dónde empiezo?

-Por donde empiezan a leer los niños mexicanos: Julio Verne, Lo Pardallán, Emilio Salgari, La Iliada, el Popol Vuh para niños, la Leyenda de los Soles Teotihuacanos para niños…

Con el tiempo me compré la bicicleta y después seguí leyendo lo suficiente para adquirí una motocicleta.

 Cuando mi vuelo murió yo fui el último en estrecharle su mano antes de que entrara a la inconsciencia. No me dijo los lugares comunes del caso: cuida a tus padres, llévate bien con hermanos, etc. Lo recuerdo bien:

- No lo olvides, me dijo: los libros son como la comida, unos nutren  y otros enferman.

 

TLALOC, ¿UN DIOS OBSOLETO?


TLALOC, ¿UN DIOS OBSOLETO?

¡Son puerilidades! dicen los de la gran religión espiritual

¡Son fantasías! aseguran los fenomenólogos  y de la razón pura.

¡El gran debate está entre Creación y Evolución, no con los viejos ídolos de piedra.

Entretanto, ¿qué hacemos con el aire viciado que recorre las calles de la ciudad y manda al panteón más cadáveres que la batalla de Waterloo?

La espiritualidad (en la que creemos con firmeza) nos habla de una vida feliz en la otra vida. Pero, ¿qué hacemos, mientras, con el aire sucio de esta vida?

¡Y no es metáfora! ¡Sino podemos resolver lo material, menos vamos a poder con  la esencia de lo  metafórico!

Los de la razón pura ya no hablan de dioses, pero tampoco encuentran la salida del laberinto de la contaminación.

El antropocentrismo se ha puesto en el escalón más alto de la escalera. Bueno, que el antropocentrismo nos limpie la atmosfera en el Valle de México.

No estamos jugando a las canicas. A mediados de mayo (2019) cincuenta millones de estudiantes  suspendieron clases dos días por los elevados puntos IMECAS que recorrían ciudades y campos.

¡Lo que eso significa en dinero, retardo de adquisición de conocimiento y entorpecer la labor académica! 
 

Tiempo de volver  nuestra mirada hacia los museos de antropología. Detrás de la vitrina está la representación, el avatar, del dios del agua.

Tláloc debe ser una figura antropomorfa horrible para el mundo occidental: dos grandes ojos, chorros de agua que salen de su boca en forma de colmillos, las orejas enormes y arriba, en la cabeza, un hato de serpientes.

Las orejas corresponden a Ehecatl, dios del viento.
Tláloc
Encontrado en la cumbre más
alta del monte Ajusco
por Javier Osorio Betancourt y
Armando Altamira.
(ahora en el Museo Nacional de
Antropología e Historia.

Para el mundo náhuatl era, y sigue siendo, en las cincuenta etnias originales del país, una figura altamente benéfica.

Las serpientes son la representación de las mazorcas de maíz. Para que surja el maíz de la tierra, sabido es, se necesita  agua, y  sol, y para que el agua llegue, es necesario que sople el viento y traiga y lleve las nubes de mares, lagunas y ríos. Así de sencillo.

La contaminación atmosférica ciertamente es asunto global, ya que ahora todo está mundializado. Si alguien enciende un cigarro en China nos llega el humo a México, y viceversa.

Pero, como escribió Lawrence en su novela Canguro: basta de recetas mundiales. Que el hermano amarillo y el hermano negro barran sus banquetas, nosotros concentrémonos en barrer las nuestras.

La vida  en el Valle de México sigue como era hace muchos, muchos siglos. Antes, cuando la sequía se prolongaba y amenazaba con la muerte por hambre, se sacrificaban prisioneros de guerra para que Tláloc enviara su agua.
Monte Ajusco
Sierra sur del Valle de México
El punto rojo marca el sitio, del flanco norte,
en el que fue encontrado el Tláloc arriba mencionado

En la actualidad, cuando la contaminación atmosférica ha subido tanto que ya es una amenaza para la vida, se sacrifican funcionarios por no haber podido, por más planes que se elaboran, contra la contingencia ambiental.

Y, mientras esto sucede, todos, pueblo y dirigentes vemos esperanzados y muy angustiados, hacia el este. Ahí, entre las grandes montañas Iztaccihuatl y Popocatépetl, está el puerto elevado, arriba de los tres mil y de cinco kilómetros de extensión entre volcán y volcán.

¡Por ahí  llegará Ehecatl-Quetzalcóatl, que regresa de la legendaria Tlapallan, y trae vientos frescos y limpios.

Es el último tercio de mayo, ya casi junio, Tláloc-Ehecatl llegará y con los vientos tendremos las lluvias y todos volveremos a ser felices con menos aire contaminado.

A Tláloc y a sus dioses auxiliares, los tlaloques, los volveremos a meter en las vitrinas de los museos de antropología.

¡Regresaremos al  gran debate de altura de los tiempos modernos! ¿Creación o Evolución?

El próximo año, en el mes de mayo, habrán muerto más por contaminación.Sacaremos a Tláloc de su vitrina.

En junio, cuando ya los vientos y lluvias se hayan llevado buena parte del aire contaminado tornaremos a meter a Tláloc a su vitrina.

El  apriorismo nos dice que así será año tras año. 

Cada vez  volveremos a meter a Tláloc a su vitrina.

Nosotros reanudaremos nuestro debate de gran altura de los tiempos modernos: ¿Creación o Evolución?
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UN EPICTETO PARA TODOS LOS TIEMPOS


 

 

¿Dignidades del poder o méritos de la academia? Esa es la cuestión.

 

Epicteto nació, esclavo, el año 50 de nuestra era y murió el 130.En Hierápolis, una de las ciudades de la Frigia meridional, pasó sus primeros años y después fue conducido  a Roma por su dueño, el liberto  Epafrodito (cercano a Nerón) quien se percató de la inteligencia de Epicteto y le permitió acudir a las enseñanzas del estoico Musonio Rufo.

En sus ochenta años de vida Epicteto pudo observar, de cerca, las cosas del palacio así como desarrollar una aguda penetración de los valores materiales y espirituales en los que se mueve  la gente de todos los estatus.

Llegó a desarrollar  estilo, propio, de exponer las ideas, con tanta claridad y sencillez, que ni siquiera Nietzsche pudo igualar. El que más se le acercó en su modo accesible de escribir fue Schopenhauer.

En sus ochenta años de vida Epicteto se dio cuenta que el poder se adquiere si se está cerca del poder, y que el mérito poco importa.

Importaba  mucho el mérito en su tiempo pero sólo se le llamaba para cuando el poder ya no sabía cómo arreglar las cosas. Y en ocasiones las cosas habían sido  tan deterioradas por el poder que ya  no había  remedio posible y el que cargaba  con la culpa era el del mérito.

Así, Epicteto pudo observar que el imperio encargaba la dirección de construcción de barcos a alguien que no sabía nada del mar. Hacia responsable de la agricultura  sin tener el designado el menor conocimiento de las cosas del campo. Ponía al cuidado del tesoro del imperio a uno que su vida era la historia, nada que ver con el tesoro, pero  eso sí muy cercano a Nerón.
 

 
Dibujo tomado de
El País
23 de diciembre de 2017
 
 
Por eso pudo escribir en una de sus Máximas:

“Cuando oigo llamar feliz a alguno porque cuenta con los favores de un príncipe, pregunto en seguida: ¿Cómo le ha favorecido? Ha sido  nombrado  gobernador de una provincia. Pero, ¿ha obtenido al mismo tiempo cuanto es preciso para cumplir debidamente su misión? Cuando me dicen: Fulano ha sido nombrado pretor, ¿Cuenta con lo necesario para serlo debidamente? pregunto al punto. Porque no son las dignidades las que dan la felicidad, sino el desempeñar bien y acertadamente los cargos que van unidos a ellas.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AQUELLA VIEJA FE DEL PAGANISMO


 

Virtud del pensamiento occidental es cuestionar. Elegantemente la filosofía   le llama dialéctica. La metafísica del cristianismo libre albedrío. Una gran cultura hecha a base de tesis y contratesis. ¡Ni Dios se escapa! Mejor dicho, es el primero al  que se cuestiona.

 Los mejor intencionados lo sientan en el banquillo de los acusados. Los obnubilados lo confunden con el negro de la feria…

Extensas y profundas meditaciones preguntándose por qué siendo Dios (del cristianismo) tan bueno, y puro amor, hay tantos pillos en todos los estatus de la sociedad. En la calle, en los pasillos del palacio laico, en los tribunales de justicia y aun entre los príncipes de la Iglesia.

 ¿Por qué Dios permite esto? ¿O cuál es el plan que los humanos no entendemos? ¿Y si no entendemos por qué esa limitación? ¿Por qué ese suspenso de novela policiaca?

Grandes filósofos desde la antigüedad cristiana, y la teología católica, no se han quedado atrás con esas preguntas.

Así es como se ha logrado un enorme y rico edificio  de pensamiento dialectico a base de buscarle solución a las dudas, de tanto dudar, cuestionar, y tanto responder, o suponer.

Un océano de  opiniones vulgares, junto a conceptos bien estructurados. ¡La ciudad donde habita el hombre está  revuelta de moralidad y utilidad!

¿Eso le sucede por no frecuentar los bosques altos de las montañas, donde soplan vientos menos contaminados. Está encerrado en la ciudad que  cada tercera semana se decreta contingencia ambiental por rebasar los 100 puntos IMECAS.

La región en la que los vientos están menos contaminados
Sierra de Pachuca, Hgo. México
Foto de Omar Altamira A.
Por una parte, pero ya desde Demócrito, Hacia una moral sin dogmas, de José Ingenieros y Aurora, de Nietzsche. Por otra, las cartas de los apóstoles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Descartes, Leibniz con el mundo perfecto y su armonía preestabelcida, Kant y su hipotética “facultad fuera del mundo” (Critica de la razón pura), Coplestón con su monumental Historia de la filosofía.

El mismo ateísmo no es tan absoluto  como para no tener momentos de preguntarse ¿creación o evolución?  Su firme apoyo en el razonamiento de la fenomenología va en sentido contrario al del creyente ¿Y si no hay? dice el creyente, ¿Y si hay? dice el  del pensamiento laico. Esa es, en dos líneas, el pensamiento occidental.

La tercera  posición es al estilo de José Fouché. “Creo, total, si no es cierto, nada pierdo, pero si es verdad,       ya me gané el cielo”

El pensamiento étnico del continente americano, desde los remotos siglos hasta el presente del siglo veintiuno, al igual, exactamente igual, que el pensamiento de la Helade, no cuestiona. Cuestionar ya es dudar (el preludio de una fe mediocre, convenenciera). No duda. Sólo obedece, más allá de lo inexplicable.

Epicteto, en su Manual, escribe  “Condúceme, oh Zeus, y tú, destino, a donde esté ordenado por ustedes que yo vaya, les seguiré gustoso. Y si no quisiere, por ser malo, aun así los seguiré de igual modo.”

Siglos antes Sócrates había declarado a Critón, estando en la cárcel sentenciado a muerte por el Estado: “ Si los dioses amenazan mi vida con las funestas señales de una horrible tempestad y si han resuelto la sentencia de mi muerte, mi  espíritu se somete sin resistir.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ESTAR EN LA NEOTRADICIÓN DEL SIGLO VEINTIUNO


 

Lejos de las caminatas por los bosques altos, los puertos arriban de los cuatro mil y las caminatas a través de los desiertos del norte mexicano. Lejos. Muy lejos de la lluvia, el sol, el frío, el calor, la sed,  la rehidratación, el  cansancio sano.

Ahora ya se ven pocos niños caminando
por los bosques altos de las montañas
 
Sierra de Pachuca Hgo, México.
Al fondo, en el centro, la pared de
Las Ventanas
 
Foto de Omar Altamira A. 17 marzo 2019
 
Es propio de una generación que se dedicó (solamente) a la civilización  del comercio, y atender los asuntos de la ciudad.

 
Estar al pendiente, muy pendiente, del utilitarismo, el consumo y deshecho, en ver en qué dirección soplan los vientos de la política local,  nacional, continental  y transcontinental.

Dibujo tomado de
El País
20 octubre 2018
 

 
Y, como dice Sabinas, de los chicos más violentos del futbol que regresan de la Bombonera, gritar:” ¡Hoy ganamos el partido!”

¿Es el mundo que dejamos para nuestros hijos?

¡Estarán bien situados en lo que se llama neotradición…!

DE REGRESO A LAS MONTAÑAS DE LA SUPERSTICIÓN


 


"Creo que todos debemos fijarnos,precisamente,en las cosas que no entendemos"
Paul Kirchhoff autor de Historia Antigua de México.


El apartado número 33 de Aurora, el libro de Federico Nietzsche,  habla de preceptos religiosos que ordenaban bañarse, no por higiene sino porque la divinidad es la que ordenaba el baño.

De seguro los líderes religiosos veían que los habitantes de ese pueblo eran muy inclinados a la suciedad y no se bañaban por iniciativa propia.

Nietzsche  lo comenta como una señal  de lógica supersticiosa, si puede hablarse así. Pero, al fin y al cabo,  así lo vemos nosotros, el resultado era en bien de la salud corporal individual y de grupo.

Una analogía la encontramos en el mundo náhuatl, particularmente en el azteca. No en lo que respecta al baño al que según, ya lo consignaban los cronistas españoles de la conquista, los aztecas se bañaban todos los días (y siguen los mexicanos con esa costumbre).

Por precepto religioso había que ir a las montañas, al menos cuatro veces al año. En lo particular  cada pueblo iba con mucha frecuencia. Y en muchas partes los pueblos están ubicados en las vertientes mismas de las montañas.

No hay que olvidar que el país tiene dos grandes cadenas de montañas que corren, paralelas, de norte a sur, a lo largo de unos tres mil kilómetros, y son  conocidas como la Sierra Madre Oriental y la Sierra Madre Occidental. Mesetas altas, valles profundos, montañas nevadas, selva y desiertos.

Según esto el mexicano, del centro-sur, es  un montañés por naturaleza. Nada extraño a los panoramas abiertos. Y el del centro-norte sus pueblos están en medio  de  llanuras inmensas.

Pero, no obstante esto, había el  mandato divino de ir a las montañas, chicas y grandes, cuatro veces al año. Y para que a nadie se le olvidara está consignado, esculpido en piedra, en el décimo tercer mes del Calendario Azteca. A la ascensión –ceremonia se le llamaba Tepeilhuitl, la “fiesta de las montañas”. Se subía a “pedir agua” y en respuesta el Dios Tláloc beneficiaba con agua las tierras de sembradío.

Esta superstición (vista así por los occidentales), se prohibió cuando llegó a México, en el siglo dieciséis, la religión espiritual  del cristianismo.

Ahora sólo los alpinistas se atreven a subir
a esos bellísimos lugares de la superstición

En el flanco norte del monte Chichimeco 4,150m),
lado este del Pico de Orizaba.

Foto de Armando Altamira G.
 
A cinco siglos de distancia vemos los resultados: piernas flacas, abdomen abultado, sobrepeso, diabetes, hipertensión, polimedicación…

¡Ojala se tratar de un loco lirismo nuestro  eso de ir a las montañas! ¡La realidad es otra!

Las temperaturas en la ciudad de México van de los 10 a los 25 grados C. El Valle, del mismo nombre, se cubre de una capa ligera de nieve cada 25 años, por decir algo.

Esto quiere decir que nuestros sistemas fisiológicos, de adaptación al medio natural, oscilan en un rango muy estrecho, apenas de  15 grados. En contraste en el Desierto de Altar, Sonora, y en el Desierto de Samalayuca, Chihuahua, ambos desiertos en el norte, las temperaturas diarias pueden ir del  cero, por las noches, a los 50 en el cenit.

En términos de temperatura ambiental, y para muchas actividades de sus habitantes, en comparación con países de otras latitudes, el Valle de México, es el Avalón, la tierra de las hadas.

El precio de vivir en tan agradable ambiente, en cuanto a temperaturas se refiere, es que nuestros organismos se anquilosan.

La otra gran paradoja es que el Valle de México, en los 2,200 m.s.n.m. está rodeado de altas montañas de 4 mil metros de altitud y otras que rebasan los 5 mil. Y tan cercanas de la ciudad de México que a tan solo  una hora en automóvil se alcanzan  sus primeras laderas.

Además otras cien montañas en los 3 mil, a lo largo de dos cadenas montañosas  que corren paralelas a lo largo de 150 kilómetros (y son las que forman la Cuenca o Valle de México), desde la sierra del Ajusco, en el sur, hasta la sierra de Pachuca, en el norte.

La manera como se alejó al pueblo mexica de las montañas fue mediante el dicho que los ídolos eran la representación del demonio. Se destruyeron los ayahucalli, o casa de niebla, edificadas en todas las serranías.

Varios de estos ayahucalli fueron localizados por José Deseado Charnay en el siglo diecinueve. En el siglo veinte José Luis Lorenzo los visitó y los dio a conocer en una publicación del INAH, con el título Zonas arqueológicas  de los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl, 1957.

A esos ayahucalli  nosotros agregamos(por no aparecer en dicha publicación) dos de máxima importancia que es el gran adoratorio a Tláloc, en al cumbre del monte del mismo nombre(4,150m), y la del monte Teocuicani(3,200m), vertiente sur del Popocatépetl y al norte cercano del pueblo de Tetela del Volcán.

Una idea sirvió de lubricante para su ulterior imposición y es que ni en el cristianismo ni en la religión náhuatl, existe la muerte definitiva. En ambas está siempre en perspectiva la vida post mortem.

Pero en "esta" vida, en lo inmediato, había una  gran diferencia. En el azteca prevalecía el pensamiento de soy inocente, de nacimiento, hasta que se demuestre  lo contario. En el cristianismo, ya al nacer, soy culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Así veían los aztecas a su gran teocali,
templo a Tláloc-Huitzilopochtli
en el centro del coatepantli de
México-Tenochtitlán
 
 Dibujo tomado de la revista
Arqueología Mexicana Núm33 diciembre 2009

La generación de la conquista en el siglo dieciséis no se la creyó. No entendían eso del demonio. En el Popol Vuh y en la Leyenda de los Soles Teotihuacanos no hay caída, no hay demonio.

La segunda generación  encontró que ni soldados ni religiosos sentían inclinación por la dialéctica, sino sólo por el imperativo categórico y se les obligo (literalmente) a creer en la existencia del diablo.
Esta esta es la visión que impusieron
del gran teocali. Demonios por
dentro y por fuera.
Y esa fue la temible visión de que
fueron rodeados los ayahucalli de
las montañas.
De la obra de Fray Diego Duran

Luego vino la tercera generación y la cuarta…

Los ayahucalli fueron quedando abandonados no por estar en lugares lejanos, y altos desniveles, sino porque en ellos habita la superstición.

La consecuencia es que ahora, en lugar de emprender la ascensión entre los bosques, hay que ir a surtir  la receta a la farmacia…

UNA EXCURSIÓN A LOS BOSQUE DE SANGRI-LA


 

Un hombre de ochenta años de edad va a ser un libro abierto de cómo llevó su vida. No es necesario oír el veredicto del geriatra, se ve en su cara y su manera  de caminar. En su mirada apagada.

¡Del modo de hablar, si todavía Alzheimer no lo visita. ¡Y de cuántas pastillas, por prescripción médica, toma al día!

Artículos publicados recientemente en periódicos, y re vistas especializadas, han tomado el tema llamado la polimedicación.

No es que la ciencia médica se equivoque, sucede que cada médico, según su especialidad, receta lo que considera que el enfermo necesita. Si se trata de cinco patologías, esa va ser la cantidad de pastillas que va tomar al día, por lo menos.

Las clínicas, los hospitales, están saturados y los médicos (mal pagados, por cierto, y no con puntualidad), hay que aceptarlo, no pueden hacer como si sólo atendieran a dos o tres “pacientes” al día.

Cincuenta  años atrás, como dicen en las películas, este individuo eran un deportista de tiempo completo, por decirlo así. Jugaba tres partidos de futbol a la semana, nadaba, se levanta a correr  a las cinco de la mañana y hasta participaba en maratones: Ciudad de México, Nueva York, Tokio… Los hábitos patológicos “propios de la juventud”, según se estilaba entonces en las películas del extranjero, y que la sociedad mexicana  se apresuró a imitar, fumar, copetines y desveladas, no hacían estragos.

Del libro Técnica Alpina
de Manuel Sánchez y Armando Altamira,
UNAM 1978
A los treinta y cinco años de edad dejó de hacer ejercicio. En México se practica deporte, por salud, (amateur) de los quince años de edad a los treinta y cinco. A partir de ahí ¡cero! Las excepciones no hacen estadísticas. Sólo quedaron los hábitos patológicos…

Lejos del bosque, del sol, el aire, el frio y la lluvia, nos volvemos mentalmente, y físicamente, blandengues. Muchas horas en la sombra de la casa, nos priva de la vitamina D, por ejemplo.

“El doctor Serra se topa con muchísimos mayores carentes de vitamina D, fundamental para paliar la osteoporosis. Es una población que está menos expuesta al sol, imprescindible para la síntesis de esta molécula tan necesaria para combatir  las temidas fracturas y la debilidad muscular.”

(El País, sábado 13 de abril de 2019, Pág. 24.De un reportaje de Ana Alfageme, con título: Tantas pastillas perjudican seriamente su salud.

Llega el sobrepeso y con ello  un rosario de enfermedades.

Conocemos algunos montañistas octogenarios que no dejan de echarse la mochila al hombro y se van bosques arriba, con alguna frecuencia. No están exentos de tomar las píldoras, pero distan muchos de ese cuadro patológicos de la gente que no sale de la moderna ciudad llena de cosas que nadie necesita. Y esas pastillas, según el artículo referido, menos que nada se necesitan, salvo las que el medico deje de la polimedicación.

Deberíamos haber empezado esta nota de otra manera, con lo principal, con lo sustantivo: ¿Cuál es el precio por no frecuentar la soledad terapéutica de los bellos amaneceres en las montañas?


Alto es el precio a pagar si se aleja de estos
amaneceres en la montaña.
De libro citado.
En el  desván hay dos bolsas llenas con medicinas de tratamientos abandonados. Ya no sirven esas medicinas para  llevarlas al dispensario más cercano, ¡están caducadas!

Esas bolsas de medicinas abandonadas es el testimonio de una gran soledad patológica. ¡El medico sí me atiende, el medico sí me hace caso! En casa el viejo sólo es un mueble   abandonado, por ahí, en algún rincón. ¡Cada ida al medico se le toma en cuenta como ser humano!

Nuestra facultad imitativa de la Naturaleza para vivir, y sobrevivir, en tiempos remotos, nos hacía parecernos a las rocas, a lo árboles, por eso que se llama mimesis.

Amanecer en la Sierra de Pachuca Hgo.
Foto de Omar Altamira Areyán 12 abril 2019
 
Como la mimesis sigue funcionando, ahora nos parecemos más a los semáforos, a los edificios. Ya no hablamos con el viento ni dialogamos con la lluvia. Hablamos con  el celular. Y la televisión exige sólo ver y callar, pero no opinar.

Los dioses, desde detrás de las nubes, nos ven que nos quejamos, amargamente contra el cielo, de nuestros dolores, mientras vemos la comedia de la tarde, sentados en frente de la televisión, y comiendo chetos...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores