Goethe y su siglo

Trayectoria de Goethe
Por  Alfonso Reyes
Editado por Fondo de Cultura Económica (México- Buenos Aires).
1964

El modo intelectual de Goethe casi no tiene sistema. Werther y Fausto son como excepciones. Escribe cuando le llegan las ideas, no forza a estas  a que lleguen. Lo contrario de Schiller. Goethe es  capaz de una mirada panorámica pero recomienda “adiestrarse en los pequeños asuntos, empezar por lo particular y los temas concretos”. Y en toda su aparente dispersa obra encontraremos la idea para algunos y la experiencia para otros, la eterna disputa entre el sujeto y el objeto, abstracción especulativa y realismo. 

Al menos  tuvo que ver, en la vida real, de una manera o de otra, con diecinueve mujeres. Desde la que inspiró al joven Werther hasta la mujer que trata de  engañar al mismo Mefistófeles del Fausto. Entre estas Lilí Schönemenn fue su amor  más verdadero, Cristiana Vulpis  su amor más duradero, Carlota Stein a la que le envió cartas durante cincuenta años, Bettina Brentano (“Orlanda Furiosa”) la que lo fascinaba con su ímpetu y se quedaba dormida en las rodillas del poeta, Otilia Pogwisch, su nuera, fue la que  cerró los ojos de Goethe al morir… Este enorme trato femenino lo moldeó. Las figuras femeninas  de sus novelas famosas  no son las principales pero son las que mueven a los personajes  principales.

Goethe es un poeta, no un militar ni mucho menos un guerrero. Es un humanista. No menciona el criterio antropológico  que los poetas y escritores florecen en los países que viven en la guerra. Los que tienen la despensa llena por el tratado de paz en desfavor de los vencidos. Así fue México-Tenochtitlán durante más de un siglo. Y las ciencias y las artes alcanzaron alturas insospechadas. La  guerra es algo que lo perturba: “No le era dable rechazar la justificación de ciertos principios, ni aceptar que los  envilecieran el odio y violencia”.
Goethe

Escuchamos al autor del romántico Werther. Se refiere sin compasión a los emigrados franceses de Napoleón que incendiaron su propio país y a las puertas de la derrota  huyen dejando a su pueblo inerme  frente  a las bayonetas del vencedor: “aquellos aristócratas, ostentosos hasta en la humillación, falsificadores de billetes, jugadores empedernidos, siempre los primeros en la huida, son los responsables de que los ejércitos extranjeros destrocen ahora los campos de la dulce Francia”.

 No era un poeta llamado Novalis. Él se llamaba Goethe. No concebía la humanidad en eterna guerra florida sino en la paz donde florecen las artes.

Sin embargo, la realidad de la guerra ahí estaba. La Revolución Francesa  invadía Europa  y la Coalición europea levantando catorce ejércitos para aplastar al mejor militar de la Revolución convertida en Terror. Al contrario de otros pensadores alemanes que en un principio coqueteaban, teóricamente, con la Revolución en Francia, Hegel, Kant, Schiller. Goethe no entra en ese juego. Aunque fascinado por Napoleón, al que trató personalmente, y éste a su vez, decía haber leído el Werther siete veces.

 Le horroriza que en Alemania  pueda levantarse la guillotina. Pero en ninguna parte acepta que ese Terror sólo se puede acabar con otro Terror más grande. Porque Waterloo no fue un paseo de comadres en día de mercado. No puede escribir así. Goethe es un poeta, esencialmente. Le cuesta mucho trabajo leer a Kant.
Monumento a Goethe en Leipzig

 Grandes escritores  de su tiempo llegaron a  cerraban toda posteridad en la literatura después de Goethe: “El más grande hombre de letras alemán”, “El último verdadero hombre  universal”.

La antiquísima leyenda europea, Fausto, Goethe la retoma y de sus manos  sale una obra inmortal. La  oscilación del hombre que gusta de vivir en los extremos. Hombre de ciencia hasta niveles neuróticos, después “quiere vivir”, le vende su alma al diablo y se va a los aquelarres de las brujas de Walpurgis, con mujeres de las tinieblas donde hasta el mismo Mefistófeles se siente rebasado…






“Johann Wolfgang von Goethe (ˈjoːhan ˈvɔlfɡaŋ fɔn ˈɡøːtə) ( 28 de agosto de 1749, en Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania – 22 de marzo de 1832, en Weimar, Turingia, Alemania) fue un poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán que ayudó a fundar el romanticismo, movimiento al que influenció profundamente. En palabras de George Eliot fue "el más grande hombre de letras alemán... y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra". Su obra, que abarca géneros como la novela, la poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores, siendo incalculable en la filosofía alemana posterior y constante fuente de inspiración para todo tipo de obras. Sus ideas acerca de las plantas y la morfología y homología animal fueron desarrolladas por diversos naturalistas decimonónicos, entre ellos Charles Darwin. Su apellido da nombre al Goethe-Institut, organismo encargado de difundir la cultura alemana en todo el mundo”. (tomado de Wikipedia).

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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