La Edad Media y el caos

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Se trata de dos historias. La seglar  que se hunde en el caos y la religiosa cristiana que asciende y se extiende. Considerarla como una sola historia es lo que ha  llevado a una inmensa confusión, casi un galimatías de mil años, a los historiadores.

La Edad Media ha sido señalada como Temprana, Alta y Baja. Empezó cuando el Imperio Romano se colapsó. El proceso empezó con una imparable fragmentación del poder. Los ejércitos de cada región impulsaban a sus generales a hacerse del poder. O los potentados movían a los generales. A la vez, los invasores germanos encontraban cada vez menos resistencia e iban penetrando hacia Roma.

Los antiguos senadores romanos, los militares, los capitalistas de esa época, y los vencedores germanos y otros, fueron estableciendo cotos de poder regional que la historia conocería como señores feudales.

 Parte del poder, y a la vez protectora de las masas indigentes, con frecuencia la Iglesia chocó con eso intereses Rescató lo que pudo  del Imperio Romano y, reorganizándose, defendió las áreas centrales de Europa de las invasiones árabes y de las asiáticas.

 Y también tuvo que bregar fuerte en medio de los belicosos señores feudales, ya todos cristianos, de la misma Europa que continuamente se lanzaban unos contra de los otros para acaparar más poder.

 La Iglesia lo hacía lo mejor que podía resguardando sus intereses religiosos y con frecuencia quedaba bien en una parte pero frente a resentimientos con la otra parte. Piénsese, por ejemplo, en los tiempos de Juana de Arco cuando  los cristianos ingleses invadían  a los cristianos franceses….

Cuando finalmente el Imperio colapsó tuvo lugar un inmenso maremagnum de creencias, intereses, mitos y supersticiones venidos de todas partes (más o menos lo que sucede en la actualidad con las ciudades llamadas cosmopolitas, piénsese en México, Los Ángeles, Estados Unidos o Brasil, pero sin autoridad que ponga orden). 

Una sola institución se erguía en medio del caos y era la Iglesia de Cristo. Después de ser perseguida durante trescientos años fue declarada, por Constantino, religión del Estado o Imperio o, de alguna manera, oficial. Una Iglesia universal, o católica, no por su extensión geográfica sino porque en su seno caben los santos, los humanos y los demasiado humanos. 

Los que se consideraban puros guardaron su distancia y se organizaron religiosamente por su lado.


Biblioteca encadenada de la Catedral de Hereford, Inglaterra, fundada en el año 1079!
Se encontró así esta institución, en ausencia de universidades, escuelas y centros de educación de la antigüedad, en medio de una batahola tratando de civilizar y organizar,  como pudo, a donde iba penetrando las regiones del paganismo con su mensaje de espiritualidad.

En un mundo todo fragmentado, dividido, por los egos de los señores, y por el afán de  acrecentar su poder, atropellándose entre ellos y explotando de cien maneras a los pueblos, la Iglesia fue de hecho el punto de apoyo, el que buscó un  eclecticismo coherente, para lo que conocemos como cultura occidental. Una voz autorizada desde la filosofía, no de la teología, lo explica de esta manera:

"El Estado o poder público primero que se forma en Europa, es la Iglesia. De la Iglesia aprende el poder político que él  también no es originariamente sino poder espiritual, vigencia de ciertas ideas, y se crea el Sacro Romano Imperio. De este modo luchan dos poderes igualmente espirituales que, no pudiendo diferenciarse en la sustancia, vienen al acuerdo de instalarse cada uno en un modo del tiempo: el temporal y el eterno... Poder temporal y poder religioso..."
José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Cap. XIV.

 Literalmente la Iglesia se encontró con una tortilla caliente entre sus manos. Sus “armas” eran los Evangelios y la cultura griega con la que había polemizado por tres siglos. 

Enseñaba y, a la vez, aprendía. Destruía y, en la medida que sus frailes  eran sensibles e instruidos, conservaba  la antigua creencia pagana, la escribía y la guardaba en las bibliotecas de sus conventos. En ocasiones un celo excesivo reunía estos escritos y los desaparecía en la hoguera. Igual que hacen las dictaduras de todos los tiempos y de todos los colores que queman libros que no salen de sus imprentas.

Esta época vio aparecer las catedrales góticas, la Suma Teológica, La Divina Comedia y, al filo de la Edad Media, pero como producto de ella, la imprenta de Gutenberg, etc.

La Iglesia no  estuvo exenta de errores y de corrupciones. De ahí que la Iglesia misma encontrara necesario ir haciendo Concilios o, como se dice en lo seglar, congresos legislativos hacia  el interior de la Institución. Se convirtió en paradigma y, a la vez, fue blanco de muchos intereses. Como sea, seguía unida en tanto lo demás se desintegraba.

 Seguramente existían grupos esotéricos también desde la antigüedad pero eran de existencia tan  secreta que nadie ubicaba. En cambio la Iglesia estaba a la luz del sol y en medio de todo o, como se dice, en medio del siglo. Viviendo, a través de sus propios errores y de los ataques que le llegaban de fuera, la validez de las palabras de Jesús: "Estaré con ustedes todos los días..."

Ante un mundo tan abrumadoramente numeroso para catequizar, no había suficientes  sacerdotes. No era cosa de esperar a doctorarse en teología para empezara enseñar. Así fue como en algunos sectores de la Iglesia existió un clero  cuya preparación era deficiente.

Igual sucede en los docentes de la enseñanza laica. Ante más de cien millones de habitantes ese país no puede  esperar a doctorarse en filosofía para empezara impartir clases de enseñanza primaria (como sí sucede en la actualidad en países de economía sana y de veinte millones de habitantes...).

Como sea, aquella secta incipiente del pasado fue dando coherencia cultural a Europa y al mundo   con la cruz, primordialmente. Fue enseñando sus virtudes teologales y fue aprendiendo de sus errores humanos. 

En otros tiempos  hubo príncipes de la Iglesia que en ocasiones eran también príncipes del poder político.  Según las costumbres de las épocas hubo papas  vestidos de guerreros o de rey o, de antes de la institución del celibato, tenían familias propias como las habían tenido los mismos apóstoles. O, más atrás, los personajes   del Antiguo Testamento.: 

“Desde principios del siglo VII, el papado había acrecentado considerablemente su autoridad, gracias a la enérgica  y sabia política de Gregorio el Grande, Y poco a poco la Iglesia había ido adquiriendo una organización cada vez más autocrática y jerárquica debido a la progresiva aceptación, por parte de los obispos, de la autoridad pontificia. La conversión de diversos pueblos conquistados a la ortodoxia había permitido y facilitado esta evolución de modo que, al promediar el siglo VIII, el papado poseía una  autoridad que le permitía gravitar sobre la vida  internacional del Occidente con manifiesta eficacia” ( La Edad Media, José Luis Romero, Fondo de Cultura Económica,1995).

Y con la conquista armada de esos  imperios o reinos, el cristianismo romano y el espíritu de la Hélade se extendieron  por los continentes que se iban descubriendo. La Edad Media empezó a declinar cuando un solo pensamiento, el religioso, se enseñoreó de casi toda actividad humana. Nunca faltaron los filósofos pero abundaban los teólogos.

Entonces, desde el seno mismo de la Iglesia romana, y desde las universidades imperiales y pontificias, empezó a surgir  otra necesidad y se volteó la mirada hacia el Humanismo que dio pasó a lo que se conoce como Renacimiento. Laicismo no agresivo que enriqueció la cultura, con su vuelta  a los filósofos griegos, empezando desde los Presocráticos. Fue cuando los árabes se apresuraron a traducir a Aristóteles y los europeos a Platón-Sócrates, Plotino, San Agustín, Santo Tomás de Aquino…

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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