Shakespeare y Otelo

Es una tragedia motivada por  los celos que siente  Otelo hacia su esposa Desdémona
Al asunto de los celos no es que se quiera mucho a la persona que se cela sino que se quiere mucho a sí mismo el celoso. Se adora. Tiene expresiones como estas refiriéndose a Desdémona su esposa: “También es suyo mi honor”, “Pedazos quiero hacerla. ¡Engañarme a !” Los celos nunca son razonados. Son celos porque lo son, monstruo que se devora a sí mismo” dijo Emilia, la esposa de Yago. Los celos son el punto central de esta tragedia. Rebasada la medida necesaria que nos dicen los antropólogos para la cohesión familiar y social, el agua entra por las fisuras de la roca más compacta y acaba erosionándola.

Es un egoísta el celoso  pues impide la libertad de la otra persona. Para que esto pueda darse se necesita que la contraparte tenga algo de masoquista. Muchísimas contrapartes, en la vida de todos los días, por lo general mujeres, no les gusta sufrir y, por diversas razones, aguantan hasta que la liga se ha estirado al máximo y finalmente  viene el rompimiento. En ocasiones es por la engorrosa vía legal. En otras, como en La Carta de Maugham, o como en esta obra de Shakeaspeare, por la vía violenta. El psiquiatra W, Stekel dice, en La Mujer Frígida, que se van dando pequeñísimos detalles de disonancia en la pareja hasta que un día el conflicto estalla con incontenible violencia. 

Desdémona no tiene absolutamente ningún impedimento de orden económico ni social para dejar a Otelo cuando éste empezó a  insultarla con sus celos. Su familia es de las más encumbradas en el gobierno de Venecia. Y en  el medio al que pertenece hay al menos media docena de guapos y distinguidos galanes que suspiran por ella. Pero ella ama a Otelo.  Y es sincera cuando aduce su enorme amor por el moro.  Pero su capacidad de sufrimiento tiene algo de sospechosa. En una escena dice: “Lo amo con tal extremo que hasta sus celos y sus furores me encantan”.

La inseguridad por parte de Otelo lo hace presa fácil del intrigante Yago. El calibre de Yago como intrigante es de los que intrigan a través de hablar bien de su víctima…Es de tal naturaleza que cree que todo en el mundo “de arriba” está mal puesto y él se siente llamado a señalarlo: A una pregunta que Desdémona le hace, Yago contesta: “No me desafiéis, señora, porque no acierto a decir nada sin punta de sátira”.”

Casio, uno de los personajes centrales, tiene una novia que se llama Blanca. Yago se las ingenia para que, platicando de ella, Otelo crea que se refiere a Desdémona. Para hacer un símil, Yago en la intriga amorosa se desempeña con igual habilidad que Fouché en la intriga política en e l contexto de la revolución francesa y Napoleón. Yago utiliza a Rodrigo para que coteje a Desdémona. Y también a Miguel Casio para que Otelo entre en celos.

Otelo es un general al servicio de la república de Venecia. Y Yago su alférez. Este le pide a aquel que lo ascienda a teniente. Por algo que no se especifica Otelo eleva a otro, llamado Miguel Casio. Esta situación va a despertar  en Yago  todo un potencial de intrigante que trabajará desde ese momento para causar mal a su superior, y al mismo Casio. Pero no lo hace de manera frontal sino por medio de ir incubando celos para predisponerlo  en contra de Desdémona. Y también con sus amigos y su suegro de Otelo, Barbárico, a base de murmuraciones calumniosas. Otelo es de procedencia africana y con frecuencia Yago se refiere a él  en su ausencia como “el moro” o “el de los labios gruesos”.


Aristóteles, en el capítulo sobre la amistad, en su obra Gran ética, ya había señalado, hace veinticuatro siglos, “el que odia  es el enemigo cercano, que echa por tierra hasta los méritos reales del otro”.

Pero también hay en Yago algo contra las mujeres que a la postre no se sabe a quién odia más si a Otelo por no haberlo ascendido de rango o a Desdémona por ser mujer. Le confiesa a Rodrigo, su cómplice en el juego de los celos contra Otelo: “Antes de ahogarme por una mujer, me convertiría en mono”.

Yago y Rodrigo se confabulan para meter ruido en el matrimonio de Otelo y Desdémona. Yago por su odio a Otelo y Rodrigo porque desea a Desdémona. En términos de la maldad, es el que más cerca está el que  puede hacer daño a otro. Nadie se confía a un enemigo, pero  a un amigo sí. Yago lo dice: “Él me estima mucho, así podré engañarle mejor”. En especial si el intrigante se encuentra con alguien que cree en la buena voluntad de la gente. Habla Yago: “el moro es un hombre sencillo y crédulo, a todos cree buenos, y se dejará llevar del ronzal como un asno”. 

En esta obra son frecuentes las frases filosóficas que han hecho pensar a los eruditos que Shakespeare aquí acusa fuertes influencias de Séneca, el estoico del imperio romano de tiempos de Nerón.

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Al final, por intriga de Yago, Casio pierde su puesto de teniente de Otelo. Para tratar de recuperar su empleo Casio acude a Desdémona para que interceda por él ante Otelo. De esta situación se sirve Yago para meter ideas a Otelo en el sentido que Desdémona y Casio se ven en sitios apartados. Sin malicia y llena de buena voluntad de rescatar el empleo para Casio Desdémona intercede por aquel. Lo cual contribuye a que Otelo sospeche cada vez más.

Otelo se encuentra enloquecido por los celos y cree en justicia agradecer  a Yago por todas las revelaciones que éste ha hecho de la infidelidad de Desdémona. Le concede el cargo de teniente que siempre buscó y que tenía Casio. “Yago, desde hoy será mi teniente” le comunica Otelo

Finalmente Otelo ya no puede soportar esa carga terrible de los celos y da muerte a Desdémona. Yago se les ingenia para que Rodrigo su cómplice mate a Casio pero este responde defendiéndose y da muerte a Rodrigo. Cuando todo parece  ajustarse a  los cálculos perversos  que  Yago a elaborado y puesto en practica, Emilia, la esposa de éste descubre toda la intriga  a las autoridades y es metido en la cárcel.

Al descubrirse todo, Otelo no puede soportar el dolor de haber dado muerte a su esposa, que mucho quería, y se da muerte. Lo último que dice es :“me dejé arrastrar como loco por la corriente de los celos”.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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