Protágoras y Sócrates.

Existía,  hacen ya  veinticinco siglos,  hablando de educación, el dilema  de virtudes innatas o aprendizaje. Protágoras y Sócrates son los que van a intercambiar puntos de vista. El que escribirá más tarde será Platón. La obra se conoce como Protágoras.Nos apoyamos en una edición de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1994.

En nuestros días, de sendos sistemas de aprendizaje, y de insospechados descubrimientos en la genética, el asunto sigue tan caliente  e inacabado como entonces. Pero mucho se ha ganado. Hablando de otros temas, tan polémicos como éste, Schopenhauer dice algo que podemos citar en este lugar: “sirve para rectificar los pensamientos y también lograr nuevos puntos de vista”. 

El asunto de esta obra es la virtud.¿Pero qué tipo de virtud? Protágoras dice que es tener éxito en el mundo. Requiere saber cómo hacerlo. Por lo tanto, la virtud se enseña. Aquí es donde la discusión agarra actualidad. Sócrates asegura que se trata de otro tipo de éxito. Hay fortunas que se amasan explotando al trabajador o bien por medios manifiestamente ilícitos. ¿Es este un triunfador?

Si la virtud se enseña, pregunta Sócrates, ¿por qué Percicles no pudo transmitir a sus hijos, por medio de la enseñanza, su brillantez en materia de política? Agrega que es la disposición de ánimo para hacer las cosas la que da la pauta para la excelencia y no la enseñanza. Es un don que se trae. Protágoras insiste en que se enseña. Pedagogía y determinismo se enfrentan.


Ofrecemos las dos tesis que contiene esta obra.
Protágoras dice (en la introducción Ute Schmidt Osmanczik sintetiza): La virtud es enseñable, lo cual se confirma plenamente durante el proceso de socialización: la educación moral y cívica de los niños principia desde que son pequeños y se prolonga hasta le edad adulta, lo que no se haría si no se creyese que la virtud es enseñable. (Ahora habla Protágoras): Desde que los niños son pequeños y mientras viven, les enseñan y los amonestan. Tan pronto alguno comprende lo que se le dice, la nana, la madre, el pedagogo y el padre mismo se esfuerzan para que el niño sea lo mejor posible, enseñándole y mostrándole en cada acto y discurso que eso es justo y esto injusto, esto bello y esto feo, esto pío y esto impío. Pero si no, tratan de enderezarlo-como a un árbol torcido y doblado- con amenazas y golpes. Después de eso los mandan con los maestros…


Sócrates responde (escribe Platón): 
Nuestros ciudadanos más sabios y nobles no son capaces de transmitir a otros la virtud que ellos poseen; pues Pericles, el padre de estos jóvenes aquí presentes, los educó perfectamente en todo lo que depende de maestros, pero en lo que él mismo es sabio, ni él mismo los educa ni los entrega a algún otro…Este mismo hombre, Pericles, cuando era tutor de Clinias,  el hermano menor de Alcibíades aquí presente, temeroso de que por Alcibíades aquel fuera corrompido, lo separó de él y lo educó en casa de Arifrón; y antes de que  hubieran pasado seis meses, éste se lo regresó, no sabiendo qué hacer con él. Y puedo mencionarte machismos otros que, siendo ellos mismos buenos, nunca han hecho mejor a otro, ni a un familiar, ni a otro.

En realidad Sócrates quiere ir más allá de esta polémica: robar  a los dioses la facultad de señalar sólo a algunos  y poner la enseñanza en manos de los maestros para que la impartan  a todos en las aulas. De esta manera el innatismo se volverá enseñanza. Mientras eso no ocurra, hay que enseñar castigando. No como venganza sino como aprendizaje. Con el castigo de los presentes aprenderán los que están por llegar.  Aunque habrá otros, como  dice Schopenhauer, que “ya nacieron con su bolsa de veneno y no pueden cambiar”. Con lo que volvemos a encontrar el innatismo.
En tanto  no  logre robar el secreto a los dioses, Sócrates se pregunta: ¿Por qué hay tantos hijos malos de padres buenos?

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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