Aconcagua, filo noreste


Informe del trabajo  expedicionario sobre el monte Aconcagua que la Federación Mexicana Excursionismo rinde al C. Luis Echeverría Álvarez, presidente constitucional  de los Estados Unidos Mexicanos.
México, D. F.
1974
30 páginas

Presentación

Por alguna causa los mexicanos siempre irán al Aconcagua.
Pero no solamente nosotros sino que a la ciudad de Mendoza, o a Santiago de Chile, llega cada temporada una cantidad impresionante de grupos con la idea de subir esta montaña. Pero a tal punto que uno se pregunta qué tiene el Aconcagua.

 Los datos que siguen fueron tomados de Internet para lo que se refiere al monte Aconcagua para una sola temporada:
"En la temporada actual (2008 – 2009) ingresaron 4041 personas con intenciones de hacer cumbre (la temporada anterior fueron 4548). De esta cifra, 83,89% fueron extranjeros y el resto, 16,11%, Argentinos. Las dos primeras semanas de Enero fueron las que más montañistas ingresantes registraron siendo las cifras 590 y 533 personas respectivamente."




 Foto tomada del libro Ascensión al Aconcagua, de Renne Ferlet y Guy Poulet, 1956

No es el récord de la altura, que se ha convertido en un síndrome del alpinismo, pues hay en el planeta montañas más altas que el Aconcagua. Tampoco es la dificultad que busca el escalador pues es una mole tremendamente aburrida que se sube a puro pulmón. Ni busca la belleza de su forma ya que se trata de un impresionante amontonamiento de estratos sobre estratos, como levantados de la manera más caótica desde el fondo del mar y  devastadas sin piedad por la erosión. Tampoco busca el alpinista mexicano trascender sus límites pues en México hay distancias, problemas alpinos y alturas para todo eso.

 Y, sin embargo, este año, como todos los años que  pasaron y como todos los años que vendrán, hombres y mujeres preparan ya su mochila desde los más remotos  confines de la tierra para dirigirse al Aconcagua. Los chinos, los neozelandeses, los alemanes, los franceses, los polacos, los norteamericanos, los canadienses, etc. Los mexicanos de Monterrey, de Chiapas, de la Nezahualcoyotl, de Toluca, de Pachuca, del Pedregal de San Ángel… También preparan ya su mochila para el Aconcagua.


Es probable que sea su historia, su leyenda, su mito y su símbolo el que los llama, no sus dificultades ni su altura. Es probable que sea su trasfondo religioso prehispánico pues el Aconcagua es una montaña limpia, a diferencia de los muladares en que los alpinistas han convertido a otras montañas del planeta. La verdad no  sabemos por que el Aconcagua llama tanto al humano. Creo que nadie lo sabe.
Como sea, con el ánimo de facilitar las cosas, ofrecemos una noticia de cómo subir esta montaña por él lado noreste. En el tiempo que nosotros fuimos no había relaciones diplomáticas entre México y Chile y fue preciso dará un rodeo  enorme desde Buenos Aires y luego regresará a la cordillera central y subir desde la ciudad de Mendoza. En la actualidad los mexicanos  van directamente por Santiago de Chile. Se trata de un tramo de carretera, al Cristo de los Andes, y de allí a Punta de Vacas, de menos de 100 km.


De Punta de Vacas (un pueblito o caserío) es desde donde se sale, ya caminando, hacia el noreste del Aconcagua. Aquí es necesario comunicar el proyecto de ascensión a los militares del lugar.
 Estos militarse son los que llevan a cabo la ingente tarea de armar expediciones para, de vez en vez, limpiar el Aconcagua de cadáveres de alpinistas que quedan en sus laderas. En el campamento 2 nosotros pasamos varios días a pocos metros del cadáver de Janet, una alpinista norteamericana. Llevaba  varios años en ese lugar.
Se trata de una caminata de unos 30 km hasta el emplazamiento del campamento base, al pie del monte Ameghino(ver plano). Se avanza por la cañada de Río Vacas hacia el norte y después por la cañada de Relinchos de los Guanacos hacia el oeste.


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Una última consideración (exclusivamente para novatos, los expertos no la necesitan) es la relativa a la aclimatación a las alturas. Este aspecto es algo  que golpea  y,  con tal fuerza, que el montañista debe dar marcha atrás (después de vomitar o desmayarse) y en ocasiones morir ahí mismo o en breve tiempo a consecuencias de lo mismo. En México ese asunto se le conoce como “mal de montaña”.Es el precio que pagamos por subir en pocas horas lo que debería llevarnos días.
Lo más propio es consultar a la ciencia médica del deporte respecto de este tema. Aquí damos una noticia sucinta del asunto. La intención es despertar el interés para que el individuo se documente más sobre este tema del mal de montaña.
Adolf Mokrejs, en su Guía practica del excursionismo II, (ediciones Roca, México, 1986, Pág. 112) dice que “El “mal de montaña o altura no es una enfermedad sino un indicio de que la aclimatación no ha tenido lugar”. Da enseguida unos datos. Se pueden dividir las diversas zonas de aclimatación. Abarcando cada una de ellas 1,500 metros de altura. Y exigiendo una semana de adaptación. Para la zona entre los 3,000 y los 4,500 se requiere una semana. Para la situada entre los 4,500 y los 6,000, dos semanas.
Es decir que para ir, de la Ciudad de México (2,200m.s, n. m.), a la cumbre del  Pico de Orizaba, necesitaríamos  ir subiendo, acercándonos,  gradualmente, de población en población, dos semanas. Como lo hacemos es en dos días. Uno de acercamiento y el otro para subir a su cumbre. Imagínese la tremenda deficiencia en nuestro modo de subir altas montañas. ¿Qué de raro tienen todos esos dramas originados por el mal de montañas que vemos con frecuencia?
Para subir al Popocatépetl, partiendo de la Ciudad de México, necesitaríamos una marcha de aproximación- aclimatación de  al menos una semana.  Lejos de eso,no es raro que salgamos en la mañana en automóvil de la ciudad, dos horas después estamos en Tlamacazcalco y tres horas más tarde en la cumbre del volcán. Cinco horas lo que necesitó una semana…

 Si alguien quiere tener una idea real de lo dramatico que puede ser el mal de montaña vea el video donde se muestra la muerte de un joven andinista argentino llamado Federico Campanini. Murió por esta causa en el Glaciar de los Polacos, filo noreste del Aconcagua, el 19 de febrero del 2009.Está en Geoogle Internet.




















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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