Shane, novela de J.Schaefer

El hombre es como es, dijo Shane al niño Joey al salir herido  de la cantina en la que acaba de sostener un duelo a balazos con pistoleros venidos  de alguna parte del oeste norteamericano.

El hombre es como es. Esa frase de Schopenhauer es la que va a orientar todo el argumento de la novela de Jack Schaefer:Shane, de 1949.Las circunstancias, la pedagogía,  llevarán al individuo  para allá o para acá y tendrá mucha información, pero esencialmente él no cambiará. Ni siquiera está en él poder hacerlo. Shane, pistolero diestro, intentó cambiar pero tampoco pudo.

En realidad Shane era a la sazón  un pistolero retirado que ayuda a  una familia de granjeros compuesta por Joe Starrett, Marian y su hijo Joey. Y a un grupo de vecinos que están aterrorizados por el terrateniente y ganadero Ryker, que los amenaza. Al  final este terrateniente  contratará a un pistolero, un tal Wilson, para que empiece a matar vecinos si siguen resistiéndose a marcharse de lo que él considera sus tierras.

Un día Shane  llegó por casualidad a ese caserío de pioneros norteamericanos del siglo diecinueve. Nadie supo de dónde llegó y él mismo ignoraba hacia donde se dirigía: “Voy al norte. A un sitio u otro, un lugar en donde no haya estado”.
Joey el niño, que más grande contará la historia de Shane, empezó así el relato: “Bajo cabalgando hacia nuestro valle, en el verano de 89”

Es el modelo de los films del oeste que la mayoría de ellos no pudo alcanzar. En la gran producción de westerns que se rodaron a partir de mediados del siglo veinte se idealizó  al héroe. Un solo hombre llegaba al pueblo en el que las condiciones de vivir se habían alterado patológicamente por la acción malvada de los pistoleros. Llegaba el pistolero “bueno” y, cuando se marchaba, después de haber acabado con  los malos, todo parecía haber quedado otra vez en orden. En realidad el substrato social volvía a quedar inerme, desprotegido de cualquier otra amenaza, pues el pueblo no tenía la fortaleza moral,  ni la organización institucional necesaria para defenderse por él mismo. Abundaba la corrupción, en connivencia de los malvados con las autoridades.

En la novela Shane es el pueblo el que actúa. Shane el personaje se retrae y lucha contra su individualidad, también violenta. Trata de integrarse al modo familiar de aquella gente. Se emplea de peón de campo en la casa de los Starrett. Sabe que aquella gente sencilla  es la realidad de la vida que trata de mejorar materialmente sus condiciones  de existencia. Él, en cambio, es la subjetividad inalterable trazada desde un millón de años antes.

En el caserío perdido en el oeste, en el que ni siquiera existe la autoridad institucionalizada del estado, se desarrollan dos luchas en muy diferentes planos. La de los granjeros defendiéndose del terrateniente y la interior de Shane. Ya una ocasión Shane había tenido que soportar las provocaciones de los pistoleros de Ryker. Y esa fue su mejor conquista. Vencerse a sí mismo, abstenerse de caer en el juego de la violencia. En un pleito nadie gana. Y casi siempre pierde más el que cree haber ganado. De ahí la frase: “de un golpe de suerte nadie se salva”. En esa ocasión aceptó la ofensa que le habían infringido a su ego y alejarse en tanto los otros reían a sus espaldas. A cambio, la vida podía seguir. Más que nadie, Shane, el pistolero muy rápido para manejar la pistola, sabía que los egos irascibles son los que han llenado los cementerios y las cárceles.
Desde esa posición anónima, viviendo  en la casa de los Starrett, observa que se trata de una comunidad de granjeros, muy valientes, pero que sucumbirán ante los  Rykers. Ellos son granjeros, no pistoleros.  Uno de los granjeros deja de arar la tierra y cuidar sus puercos. Se enfunda la pistola y va al almacén Grafton´s donde se surte de víveres la comunidad. Muere a manos Wilson, el pistolero profesional que está ahí con el único propósito de matar granjeros.

El terrateniente Ryker decide forzar la situación para conseguir su propósito de expulsar a los granjeros de lo que él cree son sus tierras. Le tiende una trampa a Joe Starrett. Lo invita que vaya al anochecer al almacén Grafton´s. Se verá obligado a entrar en duelo con Wilson y, morirá sin lugar a dudas. Starrett es el pilar que sostiene anímicamente a la comunidad de granjeros. Con su muerte, los otros se marcharán de inmediato. Starrett recoge el reto aun sabiendo que no saldrá con vida. Acepta que hay situaciones ineludibles.

 El hombre es como es,le dijo Shane al pequeño Joey

Ante semejante sacrificio, de aquel hombre sencillo y noble, que lucha por su familia y su comunidad, Shane se decide. No quiere  la situación violenta pues esta le es familiar. Se decide  a abandonar el propósito de cambiar su sino. El no podrá ser diferente a como es. Intentó ser un hombre anodino, pacífico, rutinario, pero fracaso. Se da cuenta que ser pacífico es muy difícil. El hombre de la media tiene lo mejor de los dos extremos. Por eso la vida puede seguir. Luego de vencer la resistencia de Joe Starrett, mediante un violento encuentro a golpes, pues Starrett es muy fuerte físicamente, Shane se dirige al almacén Grafton´s.

Los Rykers se han distribuido en el espacio interior del local de manera estratégica. A Shane no le gusta la posición que le han dejado. Enfrente tiene a Wilson. A su lado izquierdo al mismo Ryker. Primero enfrenta a Wilson, el  más peligroso por su velocidad al disparar y luego da muerte a Ryker. Con eso acaba todo. Enfunda sus pistolas y se dispone a marcharse. Es cuando el hermano de Ryker, debidamente emboscado en el piso de arriba, le dispara. El niño Joey lo ha seguido corriendo desde su casa y alcanza a ver al otro que va a disparar contra Shane. Lo alerta y  éste alcanza a sacar sus pistolas y también mata al tercer y último agresor.

 Con la muerte de esos tres se ha acabado el peligro que  amenazaba a los granjeros. La comunidad ahora podrá vivir, trabajar y prosperar en tranquilidad. La gente ha sufrido, ha luchado y ahora es fuerte y podrá seguir adelante por sí misma.

De todas maneras una bala del último agresor  ha alcanzado a Shane y está herido. Joey le dice que vuelva a casa. Ahí se curará. En ella lo esperan sus padres, que lo quieren.

Ya montado en su caballo, Shane se niega. Ha comprobado que no puede regresar a vivir como el común de la gente. Lo intentó, pero no pudo. Es cuando le dice al niño Joey: “El hombre es como es”. Y, como hablando consigo mismo, a un  Shane que quiso ser diferente pero que ya no es posible que lo sea, sus postreras palabras  para el niño Joey son: “prepárate, crece, se fuerte y cuida a tus padres”. 

 Simbólicamente, cuando Shane abandona el valle, y regresa por donde había llegado, pasa entre el cementerio del lugar y, herido, no se sabe si de muerte, se pierde entre la noche.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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