Virgilio en la Eneida


La Eneida es una de esas obras de la literatura que todos saben de su existencia pero que pocos conocen. Las escuelas les dejan hacer un resumen para mañana, se consulta la cuarta de forros y en el resto de sus vidas la gente no quiere saber nada de estas obras.

 René Acuña, autor de una culta introducción a la edición que hace de esta obra la Universidad Nacional Autónoma de México (1981) anota: “la Eneida ha celado su identidad del ojo de los curiosos”.

Virgilio
La Eneida no es un antiquísimo relato de los orígenes del pueblo romano perdido entre el polvo eterno  de los anaqueles de las bibliotecas publica y particular. Es la historia recurrente, al infinito, de los pueblos del mundo, llámense como se llamen, tengan el color que tengan y vivan en el continente que vivan.Es la vieja película de los trasterrados, vagando en busca de asilo y, una vez establecidos, expulsor de pueblos.

Por ejemplo,guardan mucha semejanza el pueblo troyano y el pueblo azteca. Un remoto esplendor, la hecatombe, el peregrinar hacia tierras desconocidas (en México se le conoce como “la Tira de la Peregrinación”), el éxodo a través de desiertos,  persiguiendo la utopía a través de llanuras y montañas, comiendo alimañas, haciendo guerreras contra los dueños de esas tierras, sometidos como  esclavos, otra vez el esplendor, otra vez depredadores  y otra vez la caída. No es otra la historia de la humanidad. Eso es lo que nos dice La Eneida. Troya incendiada, el éxodo, el gran imperio romano y…

Su autor, Publio Virgilio Marón, nació el año 70 a C, no lejos de Mantua, en un lugar llamado Andes. Eneas, el héroe de este relato, es hijo del humano Anquises y de la diosa Venus. Virgilio dice que Eneas es hermano de Héctor, el que murió en la defensa de Troya.

Los troyanos luego de la destrucción de su ciudad, según cuenta Homero, emprenden la marcha hacia occidente guiados por Eneas, Anquises y Turno. Por fin un día exclaman: “En la lejanía columbramos la masa oscura de los montes y planicies de Italia”.Hacen la guerra y llegarán a un acuerdo con los etruscos y demás etnias de esas tierras.

Junto con los etruscos, asentados desde hace siglos en la península itálica, serán  los fundadores de lo que  conocemos como el imperio romano. Llegan a un lugar donde observan: “ En él figuraba, tendida en la cueva de Marte, llena de verde  sombra, la loba parida, y en derredor de sus tetas, jugando y suspendidos, los mellizos mamando sin temor, y ella, vuelta a ellos la achatada cabeza, lamía ahora al uno, ahora al otro, preformando sus cuerpos con la lengua”.

Algunos reyes romanos fueron de origen etrusco. Y la manera de vivir de los etruscos es semejante a lo que sabemos de los romanos, en la guerra, en la familia, en el arte y en la vida sexual y báquica. A tal punto que los troyanos de Eneas van a absorber a Etruria y a la vez los etruscos marcarán en mucho el estilo de lo que sería el imperio romano.

Pero no es sólo  la fundición de los dos pueblos. Es inmenso el aporte que La Eneida hace a la cultura. San Agustín, casi cuatro siglos más tarde,  considera una fortuna leer a Virgilio. Por esto y otros aspectos, Virgilio, “poeta procedente del paganismo”, será respetado y frecuentado durante toda la edad media por la Iglesia.

Por otra parte, La Eneida va a impactar de tal manera a Dante, muchos siglos después, debido a que Virgilio prefigura lo que conocemos como La Divina Comedia, en la que, se recordará,  Virgilio es el guía de Dante en su incursión a la gruta por donde ambos se introducen al Infierno…

En el libro VI el poeta relata que,  al llegar a tierras itálicas, en la costa de Cumas, los enéadas exploran el territorio  y Eneas se encamina a la gruta de la Sibila. Ahí empieza toda una fantástica narración que es el encuentro con individuos que ya no están en este planeta…Caronte el barquero, el alma del insepulto Palinuro, los condenados a muerte injusta, etc.

Su asunto y la prosa de Virgilio son de tal calidad literaria, histórica y filosófica, que no leer La Eneida, disfrutando su lectura, es tan grave como desconocer el Popol Vugh, el Nuevo Testamento, el Quijote o Una excursión a los indios ranqueles...



La Eneida   fue escrita por encargo del emperador Augusto, con el fin de glorificar, atribuyendo un origen mítico, al Imperio que con él se iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una continuación, de los poemas homéricos, tomando como punto de partida la guerra de Troya y su destrucción, y colocando la fundación de Roma como un acontecimiento ocurrido a la manera de los legendarios mitos griegos.

Estamos aquí con un panorama fascinante histórico-mítico-literario.

Eneas escapa de la destrucción de Troya y se dirige hacia la Península italiana con la idea de hacerse fuerte y regresar por la   revancha  contra los griegos. Lo jura ante  sus dioses troyanos. Pero no puede dirigirse a ningún puerto de Sicilia ni de la "bota" debido a que desde tiempo los griegos han establecido colonias en esa parte sur de la Península.

Va a dar a Cartago, enemiga de Roma, por la costa  africana con la idea de lograr alguna alianza con los cartaginenses. Permanece algún tiempo en Cartago. Surge un idilio entre Eneas y la reina de Cartago, Dido. Pero Eneas debe cumplir su promesa  hecha a los dioses troyanos y parte hacia la Península. De decepción la reina Dido se suicida. Hasta aquí el dato histórico. Algo de esto se puede encontrar en la interesante,   obra de R.H. Barrow, Los romanos, Fondo de Cultura Económica, México,2014.

 El que conoce la no menos fascinante novela de Flaubert, Salambó, encontrará mucha semejanza con el dato histórico. Amílcar Barca, los mercenarios al servicio de Cartago y después, cuando ya no hay paga, esto se vuelven contra Cartago, el final de la gran sacerdotisa Salambó, etc. El mismo Flaubert escribió que para escribir su novela fue a Cartago, ahora Túnez, y se documentó leyendo trabajos de arqueología y de historia.


























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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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