Quiero ser alpinista

En la primera palabra de esta intención está todo el secreto del alpinismo. Querer, tener la disposición. Le sigue la imaginación. Es el secreto para empezar a caminar por las montañas, como introducción a la práctica del alpinismo. Dicho de otra manera, lo difícil del alpinismo no son las montañas. Es el alpinista. El alpinismo como deporte tiene pocas y sencillas reglas técnicas.  Pero el alpinismo como plan de vida es una maraña de cuestiones subjetivas.

En alpinismo juega mucho el objetivo y el subjetivo

No sabemos en qué etapa del tiempo se repartieron los caracteres. Esto porque estamos convencidos que el alpinista nace y, después, se hace.Es la vieja polemica que forma parte de la filosofía alpina. Es una conclusión que se funda en la naturaleza fisica y anímica de ese individuo. No creemos que sea cosa del asunto pedagógico. Cualquiera puede llevar un curso - taller para ser poeta, torero,guerrero, sacerdote, matematico o boxeador. Pero  nada de eso sirve sino hay la disposición anímica necesaria.

Leibniz explica así esta especie de determinismo genético y de potencial de valores virtuales: " Nosotros sostenemos que todo lo que debe suceder a una persona, está ya comprendido virtualmente en su naturaleza o noción."(Discurso de Metafísica).

Bienvenidas todas las escuelas de escalada, pero no para hacer montañistas, sino para que tenga lugar en ellas  la revelación de la  naturaleza alpina . Hacer alpinismo en el gimnasio, en lugar de ir a la montaña, es como hacer el amor con una muñeca inflable en lugar de con una mujer real. Pero de tanto y tanto ir al gimnasio la esperanza es que en algún momento  el individuo agarre su mochila y se vaya a los horizontes naturales.

En el plano de la intelctualidad diremos que el alpinismo se practica en los países de las más diversas ideologías políticas. Si bien, aparte de los grandes tesoros que caminar en los bosques, montañas y desiertos, en el plano psicofísico, el montañismo aporta, este deporte parece no servir para absolutamente nada más.

Ezra Pound decía que a un libro se le conoce conociendo a quienes lo leen. Parafraseandolo diremos que  al alpinismo se le conoce conociendo a quienes se inclinan por practicarlo.

Tal vez nos ayude a entender lo anterior si podemos imaginar (e imitar) dos personajes de la poesía de Pound que son capaces de hacer lo siguiente:

"y nos emborrachábamos un mes tra sotro, olvidando a reyes y principes".

O este otro:

" también Li Po murió borracho,
Intentó abrazar a la luna
en el río amarillo".






Dibujo tomado del libro: Técnica Alpina (Altamira y Sánchez , 1978).


Lo medular de este deporte, que es el estado de ánimo, está fuera del manual de la técnica alpina. Para simplificar las cosas se le puede llamar entusiasmo, deseo de moverse, ir, ser, hacer. Su contraparte, sedentarismo, inmovilidad, no ser. Tal vez estemos de acuerdo con algunos filósofos en el sentido de que no moverse es empezar a dejar de ser.

Nosotros creeemos que la biología tiene un plan secreto para eliminarnos ( y dar cabida a las nuevas generaciones). Nos hace creer que con la ley del menor esfuerzo  nos protegemos acumulando energías para ocasiones especiales. Eso estaría bien para cuando eramos recolectores- cazadores. En la ciudad exageramos esa economía de esfuerzo y resulta al revés. Al sedentarismo pernicioso la medicina ahora le llama "patología de la inmovilidad".

La técnica, insistimos, como toda educación, se aprende o se enseña.
La disposición para ir a las montañas tiene orígenes más profundos. Algunos dicen que es de naturaleza  innata. Este asunto, que  empieza parecer académico, es de simple comprobación casera. Se enfrenta en nuestra propia casa. ¿Por qué dejar la comodidad de la ciudad para ir a emprender fatigosas caminatas y exponerse a la inseguridad de las condiciones atmosféricas?

Es la pregunta que cada día se hace el atleta: ¿Por qué dejar la deliciosa cama al amanecer para meterse en la pista de correr? La respuesta es absolutamente personal. Puede tener origen patológico y deberse a recomendación de la medicina para contrarrestar las peligrosas consecuencias del sobrepeso. O de origen emotivo, para asomarse al increíble mundo bello de la naturaleza. O curiosidad para conocer los propios límites. Como el atleta que quiere hacer menos tiempo que ayer en correr diez kilómetros.

Siempre, durante toda su vida, en cada salida a la montaña, el individuo se enfrenta con estas preguntas: “¿Por qué, para qué? La respuesta, consciente o no, es lo que lo lanzará al mundo de la aventura alpina o lo mantendrá anclado en la ciudad. Cada vez él vencerá la inercia citadina o de lo contrario la ciudad lo conquistará a él.

Una vez que se ha decidido por la acción  encuentra que todo es sencillo, bello y terapéutico: caminar, trotar en el parque de la ciudad. El segundo paso es caminar en la media montaña. Por caminos ya conocidos y que otros nos pueden enseñar o que aparecen en alguna guía de excursionismo. La ciudad es el mundo antropocéntrico por excelencia  pero, ¿qué hay más allá de los semáforos,  los automóviles, los restaurantes, las fábricas, los cines y los hoteles?

 Después nosotros mismos inventaremos nuestros propios itinerarios para descubrir el mundo. ¿Qué importa que ya no queden continentes por descubrir?¡ yo no los conozco! Con el tiempo el bosque borra toda huella, sendero o camino. Y la ladera vuelve a quedar desconocida  para que la descubra la nueva generación de humanos.

Provistos de un plano y de una brújula iremos a cualquier parte. Y, como una vez escribió Thoreau: “A lo mejor hasta tenemos suerte de perdernos por media hora”. Salir de la tienda hacia la oscuridad de la noche, mirar el cielo y, como dice un personaje de F.Scott Firzgerald: " Investigar cuál es la porción del firmamento local que nos corresponde".

Para “agarrar contacto” con el ambiente del montañismo se puede empezar a frecuentar los clubes o grupos alpinos que hay en muchas partes. En México existen Asociaciones en algunos estados de importancia alpina como Hidalgo, Veracruz, Nuevo León, Puebla, etc. Estas a su vez están agrupadas en una Federación que por lo regular tiene su sede en la ciudad de México. O bien buscar alguna escuela de alpinismo. En todos  estos lugares hay siempre buen ambiente.  En la actualidad están las de Carlos Carsolio y la de Actividades Deportivas de la UNAM.


Ilustración tomada del libro: Diccionario de la Montaña (Agustín Faus, editorial Juventud, 1963).

Al rayar el nuevo amanecer en el bosque o al encontrar otra vez la dirección correcta, siempre hay la sensación que este individuo también ha encontrado el secreto de poder vivir en la cómoda y sabrosa ciudad y, a la vez, haberse reintegrado a la naturaleza más allá de la zona habitada.

Sobre todo el alpinismo no es un deporte sino una manera de vivir.Casi todos los escaladores que conocí, y con los que subí montañas, capaces de  evolucionar cual fuego fatuo a traves de las increibles paredes y agujas de roca, nieve y hielo, murieron para el alpinismo cuarenta años antes de morir... Otros siguieron en las montañas

Estos son los que llegaron a la conclusión que el abuelito necesitaría cuidar su salud física veinticinco años de ser padre...

En los primeros cincuenta años de vida del individuo la condición de salud está bien per se, o por sí.En los siguientes cincuenta años es donde la vida nos somete  a la más rigurosa auditoría biológica.Sobre todo en un país como México del que la Organización Mundial de la Salud ,y la Secretaría de Salud propia, han declarado que México es el número uno en el mundo en individuos con sobrepeso corporal y obesidad en mujeres, hombres y niños.Más que en Estados Unidos.

Al ver en cualquier calle de la ciudad personas con el inevitable deterioro geriátrico, signos visibles de la demencia senil y un acusado deterioro en los huesos...Pensamos en automático en que se necesita una vida adulta de calidad.

De ahí la necesidad, tanto estética, terapéutica,como social,de hacer del montañismo un estilo de vida... Dicho en otra palabrases necesario convertir en verbo el nombre de Quetzacoatl: quetzalcoatlizarse.Dejar, cambiar, de piel. Tú te quetzalcoatlizas, ellos se quetzalcoatlizan...

 La  imaginación es un recurso de calidad que puede ayudar al alpinista a sentirse a gusto en su montaña. Y, por extensión,cuando regrese a su vida habitual en la ciudad. El razonamiento es tan real como simple. En nuestra salida a la montaña suelen darse  aprensiones, que son puro producto de nuestra imaginación.
De la misma manera se puede dar la salida con signo positivo. Sólo es cuestión de entrenamiento. Como dice Nietzsche: disciplina del sentimiento.

En un trabajo reciente, Socorro González Cossío,de la Clínica del Trastorno del Sueño, de la Facultad de Medicina, de la Universidad Nacional Autónoma de México, se refirió al potencial que puede tener la imaginación bien encauzada y entrenada: "Se ha comprobado de manera cientifica que la imaginación tiene grandes y significativos efectos en el sistema nervioso,incluso a nivel estructural;la habilidad para imaginar voluntaria y controladamente puede contribuir a la salud psicológica del individuo".(Gaceta UNAM del 28 de febrero de 2011, Pág.12).
 
En México hay 150 mil (ciento cincuenta mil) muertos al año por atropellamiento vehicular al cruzar la calle (datos publicados en los noticieros televisivos del 21 de agosto del 2010) La peligrosidad del alpinismo es algo que sólo  existe en el melodrama de la pantalla del cine. En la vida real hay más peligro en cruzar una calle de la ciudad que en subir montañas (hacer click en video)

 A decir verdad, lo medular de este deporte,más que el bienestar psicofisico al que nos hemos referido ( que no es poca cosa), es la carga estética que hace sentir al individuo  el  contexto de las montañas. En un mundo donde todo se zenoniza, ¿a quién puede importarle ese sentimiento estético? A los montañistas. Ellos nacieron equipados con esa disposición artistica, casi metafísica. 


Ahora tenemos que detenernos para considerar que en la filosofía alpina  hay más preguntas que respuestas.

Después de seguir las indicaciones de la medicina del deporte, y ser disciplinados con el riguroso programa de entrenamientos, hay que cerraron los ojos a todo razonamiento y lanzarse hacia la cumbre, la travesía de la montaña o el cruce del desierto. Igual cierra los ojos  el matador de toros o el militar en el frente de batalla. Si los abre, si razona, perece. Si los cierra tiene más posibilidad de regresar con vida.

La vida misma va en juego y en el valle han quedado los padres o tal vez la esposa y los hijos que esperan y necesitan nuestro regreso. Eso lo sabemos, porque mil veces lo hemos pensado, y, no obstante, cerramos los ojos y nos lanzamos. Algunos regresan al valle y otros ya no. .. ¿Cómo explicar esto? La psicología, ciencia académica reciente, no resiste la tentación de meter baza en el asunto. La filosofía, ciencia tan antigua como el hombre, ha batallado mucho para encontrar la congruencia…

A su  manera, cada generación persigue la inmortalidad (lo que esto significa para cada individuo). Y es a tal punto cierto lo anterior que es un hecho que  en las montañas se muere la gente en el intento de subirla. Si los alpinistas fueran seres racionales,  prácticos, estuvieran dedicados por entero a ganar dinero en el  valle, comodidades y prestigio social o escribiendo sendas obras de  literatura o charlando y tomando una taza de café con una chica.… Pero, en cambio, les da por perseguir sueños de conquistar lo inexplicable. Y es un hecho que en la montaña iguale mueren los reyes y demás de la nobleza, que hombres de ciencia que habitantes de las colonias precaristas.

Hace tres mil años Homero contó la leyenda de Odiseo. Este personaje  durante años, empezando por su participación en la guerra de Troya, persiguió la inmortalidad. Era invencible y famoso y, tan inmortal, que a treinta siglos seguimos recordándolo. Sin embargo, al final del viaje lo único que deseaba, por sobre todas las glorias inmortales, era llevar una vida mortal común. Regresar a Ítaca, a   su hogar, con su mujer y su hijo.

Lo mismo sucedió con Peer Gynt, personaje de Ibsen. Durante cincuenta años persiguió la fantasía y vivió mil aventuras. Por fin un día regresó a su aldea entre los fiordos. Ahí lo esperaba Solveig. ¡Solveg lo esperó medio siglo! Ambos se encuentran y se abrazan. El tiempo había pasado ya para ambos pero aun así se reencontraron y llevaron una vida común.


La pregunta que s e hace todo escalador, o que debería hacerse, es ¿qué es lo que quiere? En ocasiones hay que decidirse por la vida de los inmortales, como Odiseo,  o bien por la vida de los mortales, como Odiseo. Pero no siempre se pueden ambas cosas…

Parece que el ejercicio ideal, el más sabio, en la práctica del alpinismo, es el que reside en el justo medio, lejos por igual de la cortedad como de la temeridad. Tal vez sirva para algo si citamos las palabras  que Ramón Xirau, hablando de la temeridad y su contraparte aristotélica,  escribió en su  Introducción a la historia de la filosofía: “El justo medio no es el acto mediocre entre dos extremos más o menos atractivos. Por el contrario, puede ser y suele ser el acto más difícil. El valor es más difícil que la cobardía o la temeridad”…


Pero escales donde escales recuerda que hay más peligro en cruzar una calle de la ciudad que en las montañas (hacer clik en el video)

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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