Para Aristóteles la naturaleza es como una meta inteligencia. No va a tonta y a locas dando tumbos. Un ejemplo, para dar avena, prepara todas las circunstancias como tierra, humedad, clima, etc. Quiere dar avena y lo que da es avena, no trigo. Cuando prepara para trigo da trigo, no da manzanas.
"La cuenca de polvo" de 1935 |
Se podría decir que la naturaleza empieza por el fin, por lo que quiere. Al estilo de un escalador que quiere subir a aquella montaña. Debe empezar por prepararse mental y físicamente, luego la mochila, los crampones, clavijas, nueces, mosquetones, piolet, víveres…Dice Aristóteles: “La causa final es primera porque su eficiencia se deja sentir no sólo sobre el efecto por producir, sino sobre las demás causas que concurren a la producción”.
Los planes del humano tendrían que desarrollarse en esa perspectiva, tomando en cuenta la “intención” de la naturaleza, o plan o causalidad o como quiera llamársele. Por necesidad, ignorancia, corrupción o antropocentrismo, el humano con frecuencia hace oídos sordos a esta “intención”. Rechaza esa especie de animismo de la naturaleza. Es cuando llega el conflicto. Para mejor decir, el megaconflicto.
Desde el siglo diecinueve los gobiernos de Estados Unidos alertaron, entre su población, la idea de aprovechar las grandes extensiones hacia la costa este para la agricultura. Para tale efecto se dio una tala de árboles en gran escala. Con eso llegó la desertificación y se fueron las lluvias.
Pero la gran lección, o respuesta de la naturaleza, llegó en 1935. En lo que se conoce como “el lunes negro”. En Oklahoma tuvo lugar lo que se llamó “La cuenca del polvo”. La gente vio aparecer una densa nube de polvo que se ha calculado en seis kilómetros de elevación por más de mil kilómetros de extensión. Avanzaba de norte a sur (Dakota, Nebraska, Oklahoma y norte de Texas), lentamente. Los que pudieron escaparon en automóvil. Los otros se atrincheraron lo mejor que pudieron. Por décadas su tala atentó contra la naturaleza y ahora pagaban el precio.
1935 |
L a otra gran lección que se puede sacar de este desastre es la respuesta que dieron los norteamericanos, en este caso concreto. Washington, su gobierno en turno, entendió el cuidado que era necesario prestarle a los suelos. Autorizó de inmediato la plantación de 220 millones de árboles, sistemas de regadío y un diseño en los surcos de siembra para contener la humedad. De esa manera, lo que fue un inmenso erial, después fueron grandes extensiones verdes.
Aquí tuvo lugar el axioma de Tucídides.. Las cosas se repiten para que el humano tenga la oportunidad de aprender. Aprender a posteriori. Los años pasados, en diciembre llegó el invierno. Por lo tanto este año, en diciembre, también habrá invierno. Ya aprendimos eso y, ¿ahora qué? Ahora hay que prevenir. Lugares confortables, ropa contra las bajas temperaturas, alimentos con las necesarias calorías y cítricos, etc.
No obstante, en muchos países del planeta, y uno de ellos es México, el axioma de Tucídides no se cierra. En temporadas de lluvias los grandes ríos se desbordan, se inundan las llanuras, el agua se mete a las casas habitaciones y alcanza hasta un metro de altura. Entre las aguas de tormenta, que s e revuelven con las aguas negras del drenaje, los cadáveres de los humanos y de los animales, la gente tiene que abandonarlo todo. Muchos mueren llevados por el torrente. Otros mueren por las epidemias que se desatan por las plagas de insectos y todo lo que entra en descomposición.
Hasta donde alcanza la memoria y los datos bibliográficos y hemerográficos, eso se da desde hace doscientos años. Rigurosamente, sin faltar a la cita cronológica. Los ríos vuelve este año a desbordarse. Las marcas que dejó el agua la temporada pasada ahí están. Habría que construir arriba de esas marcas. Pero s e vuelve a edificar por debajo de esas marcas…
Esa fue la gran lección de “La cuenca del polvo”. Y de un gobierno que entendió la lección y puso el remedio. Tres años más tarde, para 1938, los suelos se habían recuperado y la “sequía natural” también había llegado a su final. La filmación, en blanco y negro, muestra a la gente que salía de sus casas en la primera lluvia y, en el exterior abierto, con la cara al cielo, para que el agua cayera sobre sus rostros. Y el suelo ahora era verde.
Es hora de recordar a Aristóteles cuando dice que en la naturaleza no sólo hay lo que es y lo que no es, sino también lo que puede ser.
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