Aristóteles moralista en el País Sin Nombre

Obra: Aristóteles
Autor:M.D.Roland-Gosselin
Editorial: América
México
1943

 La pregunta es por qué tendríamos que leer a Aristóteles, un pensador tan antiguo. Ya cuando el imperio romano  su obra era vieja,  en sentido cronológico.

Aristóteles
Cuando después de  casi dos mil quinientos años, en pleno siglo veintiuno, se vive en  el  País Sin Nombre, donde al comprar un café te faltan cincuenta centavos en el cambio, donde hay cincuenta millones de trabajadores sin prestaciones, donde  no hay condiciones para que  veinte millones de jóvenes  pueden estudiar ni trabajar, donde hay diez mil contratos colectivos de trabajo de protección para el patrón, donde se abandonan los proyectos sociales pero no los presupuestos que los sustentan, donde dan más miedo los policías que los hampones, donde la trata de mujeres es una industria a pleno sol,  donde los trabajadores ganan dos sueldos mínimos al día y lo diputados y senadores ganan doscientos suelos mínimos al día, donde se precarizan sistemáticamente  las mensualidades a los jubilados y pensioandos, donde el vecino echa su basura en tu puerta…Entonces surge otra pregunta: ¿por qué se dejó de leer a Aristóteles?

En el siglo diecinueve Ralph Waldo Emerson escribió que la moral es la base de toda legislación. Un Estado puede haber logrado, hasta ese momento, la más perfecta ley general, o constitución, humanamente posible pero, sin moral que la sustente, es sólo basura que llena de letras muertas los volúmenes de la biblioteca de la Facultad de Leyes.

Aristóteles, el más lógico de la tríada con Sócrates y Platón, era un moralista. Gosselin, uno de sus biógrafos, dice: “Aristóteles no hubiera pertenecido al linaje filosófico de Sócrates y Platón sino hubiese concedido a la moral  una atención privilegiada.”

Es un mundo seglar, laico, que para los pelos de punta cuando se habla de moral porque se cree  que se pisa el terreno de las cuestiones abstractas. Aquí Gosselin sigue diciendo que la moral es cuestión practica: “la moral es ciencia practica. Estudia la acción humana no solamente para conocerla, sino para dirigirla  eficazmente.”

 La moral tiende al bien pero, ¿qué es el bien? Y Aristóteles responde: “Es dirigir por la razón toda nuestra vida…vayamos más lejos. Debe ser un bien que convenga a nuestra naturaleza  de hombres. No somos plantas ni simples animales. La planta y el animal tienen cada uno su naturaleza, Su bien, su perfección. Igualmente el hombre. Entonces, sabemos qué bien, qué perfección,  nos corresponde, si sabemos lo que somos.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores