Se escala por el conocimiento que se
ha adquirido en otras escaladas. Y mediante este razonamiento se conoce, en una
primera, escalada, lo que todavía no
se conoce.
En otras palabras, la experiencia se
adquiere a posteriori, por haberlo
vivido. Y se escala a priori, cuando
todavía no se conoce el tramo de pared, que nos espera más adelante.
Todavía no lo conocemos sobre el
terreno pero tenemos suficiente información, por la experiencia, de saber con suficiente
aproximación, lo que encontraremos de manera empírica.
Hay otro modo de decirlo: escalamos
por conceptos (categorías inventadas por nosotros), también por intuición, o sea, lo que imaginamos, lo
que sospechamos, que está más adelante.
Intuición se
define como conocimiento antes del conocimiento. Bergson dice que es
inteligencia más instinto.
Adelantemos que la montaña, es decir,
sus dificultades para escalarla, nada tienen que ver con el embrollo que al respecto hemos hecho los escaladores
de ponerle valores matemáticos a lo que es de naturaleza cien por cien subjetiva.
Escalar es a la manera del arte o de
la poesía. Sobre toda una técnica, que está bien sistematizada en los libros de
alpinismo, es una inspiración muy particular del escalador.
¿Por qué no hay dos o tres, o más, Van Gog? Porque nadie puede pintar los girasoles como él. Horribles o bellos, son muy suyos.
¿Por qué no hay dos o tres, o más, Van Gog? Porque nadie puede pintar los girasoles como él. Horribles o bellos, son muy suyos.
En una misma cordada, atados a la
cuerda, cada quien vive su escalada, y no hay relación cómo la vive el otro que
va adelante o detras de mí.
Aquel puede superar un tramo con
cierta facilidad, el mismo tramo que yo pasaré con dificultad o que ni siquiera
librare sino es con la ayuda de la cuerda.
Eduardo Manjarrez, El Whymper, escalador de la ciudad de
México, de los años sesentas, del siglo pasado (veinte) escalaba la aguja de El
Colmilllo, en la región de Los Frailes de Actopan, estado de Hidalgo, México,
con destreza en tanto nosotros subíamos detrás de él como humanos demasiado
humanos.
La tercera vez que escalé la norte de
la pared Benito Ramírez, en el Macizo de Las Monjas, al oeste del pueblo de
Chico, Hidalgo, México, al haber superado los cuarenta metros completamente libres (rogamos a los dioses
que no los hayan llenado de clavijas y barrenos) iniciales de esa escalada, di
la señal a mi compañero de cordada, Rafael Ascencio, El Karquis, que empezara a subir.
Es un tramo que no se sube, por decirlo de alguna manera. O, de diez, ocho se
desprenden y quedan colgando de la cuerda. Vi emerger del abismo a Rafael que superaba ese tramo de la pared.
No sólo con suma facilidad, sino que, dueño de una confianza casi suicida, no se había atado la
cuerda a la cintura, sino al cuello, con un nudo corredizo, al estilo de las
películas del oeste.
¿Cómo veía Rafael lo que nosotros llamamos dificultad de la
montaña? Nadie puede saberlo, sólo él.
Pidan a alguien que pinte los girasoles
de Van Gog y jamás podrá hacerlo. Los pintará mejores o peores. Pero estas
categorías de mejores o peores es puro subjetivismo del espectador.
Las dificultades de la escalada, como
el arte, no se miden por criterios matemáticos.5 grados bajo cero, la temperatura,
la marca el mercurio en la escala grabada del termómetro.43,6 centímetros están
jerarquizados en el metro de cien centímetros.
¿Con base en qué escala matemática,
aceptada universalmente, puede decirse que este tramo de pared es de 3 grados de dificultad o 9 grados?
Un libro de técnica alpina es como la
Biblia o como el Baldor o como el
Epicteto. O como la música, que tienen mucho más que letras y técnica.
Cada quien tiene que vivir su
escalada desde cuatro aspectos muy
particulares: Su biología, su espiritualidad, su filosofía y su intuición.
Lo demás, como dijo Nietzsche, lo
demás es puro periodismo…
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