LA BRUYÉRE, ESCRIBIR ES FACIL, PERO
COMPLICADO
Escribir es fácil si escribe como él es.
Pero complicado si escribe como él no es. Y más complicado si escribe de lo que no es de él como si fuera de él.
Pero complicado si escribe como él no es. Y más complicado si escribe de lo que no es de él como si fuera de él.
Todo libro de literatura cultural se escribe
con el tradicional trio: sujeto verbo y complemento.
Este último, el complemento, se desarrolla
en el corpus de la obra con la
herramienta del trabajo diario del
periodismo: quién, cómo, cuándo, dónde, por qué, etc.
Scarlett Ó Hara trabajaba la tierra
de Tara que pertenecía a sus padres irlandeses…
Después de esto usted puede extender
la obra por 500 o 2 mil cuartillas.
Margaret Mitchell escribió su
inmortal novela en 1000 cuartillas y la dejó justamente donde empezaría la
continuación de Lo que el viento se llevó,
cuando Scarlett iría a buscar a su incomodo marido, el capitán Rhett Butler…Pero,
un automóvil la mató junto a su esposo.
Que el autor escriba como sus diversos personajes, se vale en las
novelas, y obras de teatro, donde un solo individuo, el autor, habla por personajes que desempeñan diferentes
accione según la naturaleza asignada en el guion: mujer, hombre, rufián, santo…
Dante habla como Virgilio y como su
compañero Dante. Cervantes como el Quijano dentro de la locura y como Sancho (y
cuando Sancho empezó a hablar con altura pronto se le notó a Cervantes).
Flaubert habla como la sacerdotisa Salambó y como el mercenario Matho etc.
De ahí en más, escribir contra el genoma propio (contra
el estilo propio, contra la personalidad propia) es como esperar que
Shakespeare escriba como Dante o Cervantes como Nezahualcóyotl o San Agustín
como Sade. Al más loco no se le ocurriría y, sin embargo, lo escrito abunda en
ello.
Se han publicado numerosos trabajos
al respecto de cómo escribir, no tanto la gramática y redacción, sino las
ideas. Los autores de tales trabajos son
gente que sabe su oficio y hay algunos
excelentes. Me acuerdo en este momento de El
estilo literario de J. Middleton Murry (Fondo de Cultura
Económica, pero no me acuerdo del año de su publicación)
Los filósofos son más a doc, por pasar su vida en ese afán de pensar y pensar. Uno de ellos es La
Bruyére, francés del siglo diecisiete. Describe caracteres y entre ellos se
refiere con frecuencia al modo de pensar y luego escribir.
Un día, no hace mucho, le pregunté a
uno de estos pensadores por qué no llevaba celular. Lo llevo, pero en mi
mochila. No hay estoy peleado con la
tecnología. ¿Por qué en la mochila y no en la mano? ¡Porque necesito pensar.
Cómo o cuando voy a pensar si me la paso hablando!
El trabajo de La Bruyére nos lleva a
evocar a un principiante que quisiera enseñar, a un maestro de natación, el
estilo de crol…
“Todo está ya dicho, y si se llega demasiado
tarde, hace más de siete mil años que hay hombres, y que estos piensan. En lo
concerniente a las costumbres se ha escrito lo más sugestivo e interesante: no
queda otro recurso que espigar entre los antiguos y los más hábiles de nuestra
época”, escribe La Bruyére en Los Cracteres o Las costumbres de este siglo.
De ahí que no cabe otro recurso que
platicar el mundo como yo lo veo. Tal vez pueda ser de alguna utilidad a los
demás. Porque si digo que les voy a decir cómo es el mundo, los tomates que se
juntan en la Fiesta de la Toamatina,
de Buñol, España, no van a ser suficientes para arrojármelos a la cara.
Hay la tendencia de escribir el
sujeto sin el atributo, para parecer un autor “duro”. Así hay la inclinación de
quitar significado ortodoxo a las palabras para dejarlas volando y ser empleadas
anárquicamente.
Dibujo tomado de
El País
14 de diciembre de 2019
Con todo, la descripción puede ser pobre si empiezo a
inventar el agua tibia. Pero rica, o al menos interesante, por lo original
propio, si hago lo que dice La Bruyére: no queda otro recurso que espigar entre
los antiguos y los más hábiles de nuestra época.
Como hay tradición genética, hay también ADN filosófica. La innovación
biológica y la cultural son mejores
conociendo la caverna de donde una vez salimos. De otra manera, si se quiere
prescindir de la tradición, en aras de la originalidad, es como ver los cinco
minutos finales de un film de tres horas de duración…
Al decir La Bruyére “los antiguos”,
piensa, para la cultura occidental, empezando con los Presocráticos.
¡Y citarlos! No por pose intelectual
que se ha leído a este o a aquel pensador, sino por elemental honradez
literaria. ¡Las oficinas del registro del derecho de autor surgieron porque a muchos escritores les entraba el Alzheimer a la hora de poner el entrecomillado o el
“como escribió tal autor”.
No estamos ya en la época, al menos
en el México, de la Colonia (española), en el que párrafos enteros se adjudicaban,
y hasta obras completas, sin la menor
mención al autor original plagiado. Un estudio a este respecto encuentra que ni
siquiera nuestra gran musa, Sor Juana, escapó a la costumbre de ese siglo.
“No cabe escoger entre decir cosas
malas o decir cosas buenas que todo el mundo conoce y presentarlas como
nuevas.”
Como siempre han figurado los
críticos en arte y en especial en literatura, La Bruyére nos da la pauta para
no perdernos entre los críticos probos y capacitados con su profesión, o entre
los críticos mercenarios y sicarios literarios
(no confundir con salarios profesionales) :
“Cuando la lectura de una obra eleva
nuestro espíritu y nos inspira sentimientos nobles y esforzados, no hemos
menester otra norma para juzgar tal
obra: es buena y honra a su autor”
Pero como para ser escritor primero
hay que ser lector. Entonces hay que empezar de más atrás. Juan Cruz escribió recientemente
en El País. “Hay que plantar la
semilla que lleva al deseo de los libros. Si la semilla ha estado bien plantada
vuelve a resurgir. Y se planta en casa viendo leer”.
Ya en su tiempo de La Bruyére
circulaban los “libros del sexenio”, sobre todo en el tema de la política:
El espíritu del panfleto corre por
los libros de filosofía y de las novelas, aun de los más grandes autores.
En los trabajos de historia ese
espíritu está más descubierto con su
lema: “Diremos lo que nos hicieron y callaremos lo que les hicimos”.
Eso le hizo escribir a La Bruyére: "Es molesto
leer los libros de polémica escritos por partidistas o sectarios: en ellos
nunca resplandece la verdad, se adulteran los hechos y no se exponen lo mutuos
argumentos ni en su pleno vigor, ni con absoluta exactitud”.
Entre otras sugerencias, La Bruyére
advierte al escritor: “Debemos decir con toda sencillez las cosas sublimes: el
énfasis las perjudica. Es menester hablar noblemente de las más
insignificantes, que sólo se sostienen por la expresión, el tono y los
modales.”
Mi amigo el filósofo me preguntó, al
final de la taza de café, ¿Has oído de la segunda intención? Por lo que me
preguntaste del teléfono en la mano. No. Es el uso que le des a la tecnología.
Es el lado humano, después de la
tecnología. Dime un ejemplo. Thoreau fabricaba lápices para escribir. Pero algunos
los usan para sostener el elote cocido.
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