CÓMO BAJAR POR CUERDAS DE LA MONTAÑA Y NO MORIR EN EL INTENTO

 


Se le conoce en el alpinismo como rappel.

 

RESUMIENDO

Sólo en muy especiales situaciones el escalador tiene que jugarse el todo o nada. Así es como se han conquistado las montañas, deportivamente hablando.

Un escalador consciente del terreno que pisa es bajar  con cuerda de seguridad, atada al cuerpo, obviamente aparte de la cuerda por la que desciende y cuelga en el vacío. ¡Y caminando, no saltando!

Si hace esto, el joven escalador seguramente conocerá a sus nietos.

                                                                    

Hemos visto varias veces volar, en caída mortal, a montañistas que descienden por la cuerda.

En la norte de Las Ventanas, Sierra de Pachuca, México. En El Centinela, cañada de Milpulco, flanco suroeste de la montaña Iztaccíhuatl, cadena volcánica oeste del Valle de México. En  la aguja El Colmillo, región de Los Frailes, Actopan, Estado de Hidalgo….


tomado del libro Tecnica Alpina de Manuel Sánchez y Armando Altamira, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1978

No es necesario que al final las cuerdas estén atadas

En la primera semana de marzo de 2024,circuló en las redes un video de alguien que, al iniciar el rappel, se le rompió la cuerda y se fue al vacío en caída mortal, ante la estupefacción de sus compañeros, que no se ven en la filmación pero cuyos exclamaciones de incredulidad retratan mejor que nada lo traumático del momento. Lo increíble que, sin embargo, acaba de pasar ante sus mismos ojos.

El rappel en el alpinismo es  cosa seria. Queremos decir con esto que es, como todo en el alpinismo, parte de una técnica, en este caso, bajar con la mayor seguridad posible. Nadie va a la montaña con la idea de morir.

En alpinismo, ciertamente, existe lo que se llama la suerte, el acaso, el caos,  lo que sucede aun con toda minuciosa planeación. La técnica, precisamente, está pensada para reducir al mínimo ese factor inasible por la razón pura (en México  este fatum se llama Mictlantecuhtli)


Heriberto salazar desciende  por cuerda en El Colmillo, de Actopan, Estado de Hidalgo, México


Transgredir los cánones técnicos alpinos suele dar dolores de cabeza, como es el caso que hemos mencionado. No hay ningún misterio en esto: la tragedia es que se baja por la cuerda de descenso sin la cuerda de seguridad. Y eso es todo.

Piénsese. Poner  al vida misma, la situación familiar, empleo, educación de los hijos, tanto si es casado como si todo esto está  en la perspectiva del soltero.

Poner, exponer, todo esto en una sola cuerda por la que se baja, es una temeridad.  Tiene un adjetivo más feo.

En la actualidad las cuerdas para rappel son de una calidad y resistencia como para soportar el peso de un elefante, por decirlo de alguna manera.



Rappel en El Obelisco, Actopan.

El escalador baja sin cuerda de seguro




Pero hay factores que las  pueden hacer vulnerables. Los que conocemos de primera mano es el haber estada expuesta la cuerda, en casa,  o en el automóvil,   a sustancias  que minan su  tejido.

 Una cuerda para escalar requiere ser tratada con especial  atención  y no ser empleadas, por ejemplo, para trabajos rudos de construcción. O el permanecer arrumbadas en casa en sitios de humedad. Ya en la montaña puede ser alcanzada la cuerda por una caída de rocas a la hora de estar efectuando el descenso de al montaña, etc.

Y ya ni que decir de esos  brincos o saltos exhibicionistas que suelen  hacer algunos y  que ponen a prueba la resistencia y el buen estado de la cuerda.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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