Montaigne y la Tanatología

Ensayos
Michel Eyquem, señor de Montaigne (1533-1592)

Para rehuir la idea de nuestra inevitable muerte pensamos siempre que estaría bien vivir otros veinte años más. Pero cada año que pasa seguimos pensando en los “veinte años más”. Lejos de ser un pensamiento morboso, patológico, el de Montaigne, toca cerca en las cuestiones ordinarias de la vida.  Por ejemplo, muchos se resisten a escribir su  testamento, trátese de grandes fortunas y posesiones o de un terreno de seis por veinte en la colonia precarista: “Por eso nadie dispone su testamento hasta que el médico lo desahucie; por lo que Dios solamente sabe, entre el horror y el dolor correspondientes, de qué juicio hacen uso los testadores”. En otras palabras, si en sus cabales no hace el testamento el interesado después toda clase de aves rondarán su cama de hospital ¡y él ya no podrá hacer nada! Mil historias como esta  se escriben todos los días en todas partes del planeta.

M de Montaigne
 Se disfrutaría la vida mejor viviendo en el presente. Porque el mañana es incierto: “Y para convencernos de que esto es verdad, conviene repasar a nuestra amistades y ver cuántos han muerto antes de llegar a nuestra edad; mucho menos de los que llegaron a ella probablemente”.

De esa manera Montaigne nos sitúa frente a un tema que jamás pierde vigencia, por más que volteemos a otro lado, y es la muerte.   El Zompantli de los aztecas, un osario en medio de sus festividades, no era una excentricidad escatológica sino el recuerdo de una realidad omnipresente. Repugnó tanto esta presencia a los europeos, en el siglo dieciséis, que la catedral más importante del reino de la Nueva España la edificaron precisamente en el lugar donde se encontraba el Zompantli azteca. Como una manera de desterrar la idea de la muerte. Lo cual resulta irónico pues el cristianismo siempre nos está recordando que vamos a morir, y esto puede suceder en el momento menos pensado: “Yo llegaré a ti como el ladrón…”

El filosofar para Montaigne debe incluir, en todo momento, así estemos en medio de la fiesta, el pensamiento que vamos a morir. Hasta tal punto es insoportable esta presencia de la muerte que en los últimos tiempos los humanos han desarrollado la profesión de la Tanatología para  procurar consuelo a los deudos y a los mismos moribundos. No hay que perder de vista que uno de los sacramentos del cristianismo es “Consuelo a los enfermos”, “Santos Óleos”, Unción de los enfermos” Santiago 5-14y 15 /Mc.6-13.

Se refiere a la brevedad de la vida inspirado en  Séneca al que tanto gustaba leer. Montaigne cita a Aristóteles quien observa que en el río de Hipanis hay animalitos que sólo duran un día.Los que nacen en la mañana ya son ancianos a las cinco de la tarde.¡Que cosa tan absurda tal brevedad de la vida! Pero ¿qué es nuestra vida  de los humanos  si la comparamos con las montañas, las estrellas y los ríos? 

Montaigne desconcertó al mundo de las letras. Contó con numerosos detractores de su modo de pensar. Unos le llamaron “conservador” y otros “revolucionario”. Creían que procuraba dejar las cosas tal como estaban y que su idea era poder morir plácidamente en su cama. En cambio otros, por ejemplo La Bruyére y Carlos Sorel, tiene comentarios en beneficio suyo. [Este último dice: “No hay otro autor en el mundo capaz de hacer a los hombres  lo que son y lo que pueden ser, ni de hacer observar las propiedades y recursos de sus espíritus”. Y Montesquieu” dice de él: “¡Que grandes poetas me resultan Platón, Malebranche, Shafresbury y Montaigne!”.

Montaigne advierte al lector que se ocupe de cuestiones de calidad porque, de otra manera, las cosas vulgares llenarán su mente, pues el alma descarga sus pasiones sobre los falsos objetos cuando le faltan los verdaderos: Por ejemplo, dice, sino tiene a quién amar le dará por amar a los animales:   “el alma quebrantada y conmovida se extasiará en sí misma si no tiene objeto en el que polarizarse, y e s preciso en toda ocasión procurarse algún fin en el cual se  ejercite”. 

Dice que a muchas cosas echamos la culpa de los males que nos ocurren, siendo nosotros los responsables. Refiere la anécdota de un rey que muy enojado por algo que le sucedió se arrancaba los cabellos y Montaigne comenta irónico: “Pensaba, acaso, que la calvicie alivia el dolor”.

Habla de la ociosidad comparando al ser humano con un lote baldío. Sino se le siembran frutos que beneficie al grupo ese lugar se llenará de toda clase de “hierbas salvajes e inútiles”. Es una advertencia oportuna de nuestros tiempos para aquellos gobiernos de los paises del mundo que, por no llevar a cabo reformas estructurales, causan que millones de sus valiosos  jovenes ni puedan estudiar ni trabajar. ¡Y casi todos acaban perdiendose en las calles!

Advierte contra el miedo que suele apoderarse de los hombres y les hace cometer acciones desafortunadas: “A nada tengo tanto miedo como al miedo”. Los que viven en continuo sobresalto por temor de perder sus bienes y ser desterrados o subyugados, viven siempre en constante angustia, sin comer y beber sin reposo; mientras que los pobres , los desterrados y los siervos suelen  vivir con mucha mayor  alegría”.


Siempre relacionado con el tema del último fin es necesario vivir la vida en plenitud. No se trata de vivir angustiado y lloriqueando.  Para esto es necesario impregnarse del espíritu de los filósofos,  informarse con seriedad de los asuntos que tratan. No para creer a pie juntillas que ellos tiene la última palabra: “La verdad y la razón son patrimonio de todos, y ambos pertenecen por igual al que habla antes y después”.  En un planeta donde la población mundial se duplica constantemente la mercadotecnia de la producción y el consumo hacen el juego a través de los medios de comunicación. Es un caldo de cultivo donde florece la superficialidad en grado superlativo hasta alcanzar la absurdidad. Es el analfabetismo emocional donde hay que tomar pastillas de la farmacia para poder seguir viviendo cada día. Y si esto ya no es suficiente, hay que comprar pastillas fuera de la farmacia. Un tema omnipresente hoy por hoy.

Como contraste Montaigne  pone a los filósofos. Su quehacer es pensar. Por eso Aristofanes llamaba “El Pensadero” a la casa de Sócrates. Pero ya en este universo de calidad de las ideas: “Quien sigue a otro no sigue a nadie”, nada encuentra”. De tanto seguir  a otros hay el peligro de perder la originalidad. Por eso Schopenhauer recomienda que en determinado momento, el lector asiduo deje de leer. Es decir, deje de seguir a otros para empezar a ser él.

Desde luego que hacer eso en países como México donde se leen apenas dos libros de cultura promedio al año por individuo, es un suicidio cultural. O mejor dicho, es un no nacer a la cultura. Somos los países del nonatismo cultural.  Y Montaigne  habla a los que ya nacieron y por lo mismo  van a morir, no a los que no han nacido.

 Al contario de los que hablan en tercera persona, o de programas utópicos de vida, para los demás, para evadirse de ellos  mismos, Montaigne agarra el toro por los cuernos y exclama: “En el mundo no he visto monstruo ni milagro más concreto que yo mismo”.


“Montaigne nació en Burdeos,el 28 de febrero de 1533. Su familia materna, de ascendecia judía portuguesa, fueron posteriormente judeoconversos aragoneses (sefardíes), los López de Villanueva, documentados en la judería de Calatayud, tres de los cuales fueron quemados por la Inquisición, incluido su bisabuelo Pablo López en 1491; gozaba de una buena posición social y económica y él estudió en Guyenne. Recibió de su padre, Pierre Eyquem, alcalde de Burdeos, una educación a la vez liberal y humanista; muy niño lo envió a convivir con los campesinos de una de las aldeas de su propiedad para que conociera la pobreza; le despertaban siempre con música. Para que aprendiese latín, su padre contrató un tutor alemán que no hablaba francés y así no tuvo contacto con esta lengua durante sus primeros ocho años de vida: el latín fue su lengua materna; luego se le enseñó griego y después que lo dominó por completo comenzó a escuchar francés. Entonces se le envió a la escuela de Burdeos y allí completó en sólo siete años los doce años escolares. Se graduó después en leyes en la Universidad. Sus contactos familiares le granjearon el cargo de magistrado de la ciudad y en ese puesto conoció a un colega que sería su gran amigo y corresposal, Etienne de la Boétie. Los siguientes doce años (1554-70) los pasó en los tribunales.
Admirador de Virgilio, Séneca, Plutarco y Sócrates, fue un humanista que tomó al hombre, y en particular a él mismo, como objeto de estudio en su principal trabajo, los Ensayos (Essais) empezados en 1571 a la edad de 38 años, cuando se retiró a su castillo. Escribe que «Quiero que se me vea en mi forma simple, natural y ordinaria, sin contención ni artificio, pues yo soy el objeto de mi libro». El proyecto de Montaigne era mostrarse sin máscaras, sobrepasar los artificios para desvelar su yo más íntimo en su esencial desnudez”Wikipedia.

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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