Jean Wahl
Fondo de Cultura Económica, México, 1975
Creer en la
posibilidad que se dé un milagro metafísico es creer que la vida transcurre en
un orden establecido.
No puede
haber una huelga de trabajadores por la conquista de su contrato colectivo sino
hay fábrica. No puede haber anarquismo sino hay un gobierno establecido. No
pude haber oposición política sino hay una corriente mayoritaria. Se piensa en
el devenir, es decir, en el movimiento, porque se considera que hay algo
inamovible.
Se cree en
lo extraordinario pero sólo desde lo ordinario: “La idea del milagro implica la
creencia en un orden sin milagro”, dice Wahl.
Se destaca
que el milagro religioso es un asunto de fe, algo absolutamente personal. Va en
relación intrínseca de la persona. Entran en juego aspectos como el respeto a
la libertad de creer del otro. Si alguien cree que el unicornio existe o si
otro cree que los átomos pueden hacer juicios subjetivos.
Tener fe en
lo extraordinario es semejante a la inspiración del poeta cuando desarrolla su
idea ¿quién puede meterse con eso y por qué tendría que hacerlo?
Para que se
dé el milagro hay que creer en el milagro. En algunos lugares Jesús hizo
milagros y en otro no. Hay situaciones desde la fenomenología que pueden ayudar
a acercarse a la comprensión del milagro. ¿Por qué se conquistó una montaña que
para todos parecía inaccesible? Porque hubo uno que sí creyó que era posible.
Tuvo fe en ello.
Cuando los
mejores guías alpinos de su tiempo retrocedían ante la idea de escalar el
Matterhorn-Cervino hubo uno que tuvo fe en que sí se podía llegar a su cumbre. Ese hombre se llamó Edward Whymper y
era ingles. Mejor dicho, fueron dos que sí creyeron. El otro se llamó Juan
Antonio Carrel y era italiano. Ambos llegaron a la cumbre. Alcanzado lo
imposible, después todos dijeron que eso no era extraordinario y en tropel
también llegaron a la cumbre.
Por su misma
naturaleza metafísica para que el
milagro se dé es ya en sí un milagro. No
sabemos quién reparte los milagros pero se nos ocurre que sucede como en la
caída de un rayo. Se necesitan condiciones tanto del cielo como de la tierra
para que el rayo aparezca. Sigue diciendo Wahl:
“Con
respecto a la cuestión de los milagros, ya mentamos la idea que el milagro sólo es visible para los ojos
de la fe y de que la fe misma es una
especie de milagro…Así, la idea de milagro implica, por un lado, la creencia en
milagros y, por el otro, la creencia en un orden sin milagros.”
Cuando se
aseguraba que el Matterhorn no se podía escalar era negar la posibilidad de la
fe. Era carecer de fe. No había fe, no había escalada. Después hubo fe, hubo
escalada. La cumbre ahí estaba, inalcanzable para los humanos. Cuando fue
alcanzable la cumbre se hizo humana, se humanizó. Tal vez eso suceda con el
cielo, de donde se cree que vienen los milagros. Para sólo los que creen.
Parece que
las cosas en el cielo siempre están dispuestas para que se dé la descarga del
rayo, falta que también se den esas condiciones en la tierra. Esto porque hay
casos muy documentados en que, contra toda rebeldía del no creyente, de todas
maneras se da el milagro. La historia de los conversos es larga. Por eso Wahl
dice que: “Dios está presente en el tigre lo mismo que en el cordero.”
Y ya que
metimos a Dios en este asunto de los milagros también habría que pensar en que
el pensamiento fenoménico siempre está en la relación de lo metafísico. Y esto es un asunto que
corresponde a los filósofos, no tanto a los teólogos. En teología ya todo está
hecho, con su principio y fin, desde hace más de un millón de años.
Es en la
filosofía que siempre todo se está haciendo, en el famoso devenir, creemos, y
esperamos, que para el bien general: “La mayoría de los problemas de la
filosofía se han estudiado y discutidos durante siglos en su relación con la idea de Dios.”
Jean Wahl
desarrolla esta idea de los milagros en el
capitulo XVII, de su obra Introducción
a la filosofía, que titula: Dios.
Jean Wahl nació en Marsella, en 1888. Falleció en
París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a
Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de
París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La
desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a
destacar son, entre otros títulos, Filosofías pluralistas de
Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).
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