RATABLOS, TESTIMONIO DE MILAGROS EN LA BASILICA DE GUADALUPE, MÉXICO


“El milagro sólo es visto para los ojos de la fe…La fe en los milagros ella misma ya es un milagro…Creer en los milagros  es porque también se cree  en un curso regular de la naturaleza.” J. Wahl.

En la  Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, norte de la ciudad de México, hay mil retablos, o ex votos, y cada uno de ellos es  testimonio de que en la  vida del donante  sucedió un milagro. La cifra de “mil” es en sentido bíblico para decir una cantidad inmensurable.

Habla del peligro de muerte en el que se vieron varias  personas al encontrarse en poder  de los dragones (militares de la época), el 18 de septiembre de 1832.Invocaron a la Virgen de Guadalupe “y en muestra de agradecimiento dono el precente (sic) retablito.”

Se trata de  pinturas en un formato  tamaño carta o menos. Fueron pintadas ya por la misma persona que da el testimonio  o bien por algún pintor    profesional, que cumplía un encargo, al estilo del escritorio público que redacta algún escrito también  por encargo.

“El exvoto es la constancia agradecida por el milagro e ilustra la escena con tal plasticidad que el texto, en el que se redondea la explicación y se patenta con el nombre del favorecido, es secundario. En su expresión plástica tiene la ingenuidad nata de lo profundamente popular; carece de proporción y con frecuencia representa al gigantesco actor rodeado de liliputienses, ya que lo importante es magnificar la noticia del bien recibido.”

Estos retablos son testimonios, testigos, de un estado de ánimo muy especial de una persona,  al margen de lo que  el mundo piense al respecto de los milagros.

La explicación es ya ilegible y  parece que la escena es un naufragio cerca de San Juan de Ulúa, Puerto de Veracruz. No se distingue la fecha. La imagen de la Virgen de Guadalupe da el carácter de milagro a la acción que tiene lugar en el mar.

Lo mismo que alguien cree nada más en los átomos, como lo hacía Demócrito hace veinticinco siglos. Un ex voto  es como una síntesis del conocimiento objetivo y del conocimiento subjetivo, de la razón práctica y de  la razón vital.

Una escena de riesgo mortal, al parecer por los personajes cadavéricos, posibles depredadores, y salvado por la presencia de la  Virgen, en este caso, de San Juan de los Lagos..

 Chesterton, que sí creía en los milagros, dice al respecto en su obra Ortodoxia: “Si un hombre no puede creer en los milagros, es asunto concluido, no es particularmente liberal, pero es perfectamente  honorable y lógico, que son cualidades muy superiores…Mi creencia de que en la historia humana han sucedido milagros no es  en absoluto  una creencia mística; creo en ellos por una evidencia humana, como creo en el descubrimiento de América.”

Los tres edificios de la Basílica de Guadalupe. El de la izquierda es el moderno y los de la derecha los antiguos que empezaron a albergar los exvotos.

Jean Wahl, en Introducción a la filosofía, escribe: “Hay el Dios que se revela en los milagros, el Dios de James, dé los supernaturalistas, de Pascal y de Kierkegaard. Según Pascal y Kierkegaard, es la fe en los milagros ella misma  un milagro, de suerte que las creencias supernaturalistas de ambos entrañan una teoría de la gracia de Dios.”

Este es el campus de la cultura occidental, vale decir, europea, grecocristiana, donde se dan los testimonios del milagro plasmados en pequeña y modestas pinturas.












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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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