ARISTÓTELES CONTRA LA SUPERVIRTUD


 

Aristóteles es vigente en tanto en el mundo hay malos.

Etiquetamos a los filósofos al decir que hace ya muchos siglos que vivieron, no por los conceptos que desarrollaron y por los cuales trascienden los tiempos.

Aristóteles define  a los malos como antítesis de la virtud. Malos en plural porque, dice, hay dos tipos de malos. Unos lo son por los hábitos y otros por su naturaleza.

 En otra parte se refiere a los  “malos” que no son malos, sólo que las circunstancias los llevaron a esa situación: soldados en defensa de la patria, ciudadanos en defensa propia,  o de su familia, maquinación para hacerlos culpables de algo que no cometieron, obligados a delinquir, policía   en servicio, etc. Todos estos casos no entran en la naturaleza de esta nota.

La definición que  Aristóteles hace  de la virtud, no es el “blanco como la nieve”. Sólo las máquinas están exentas de necesidades naturales y necesidades inventadas. Ser en el mundo, como algunos dicen, es estar en las emociones humanas.

Y tan propensos a que  esas emociones se desborden, y salgan de control, que uno o dos libros voluminosos de las leyes civiles  están llenos de imperativos categóricos advirtiéndonos que no podemos hacer esto ni aquello. Las cárceles  y los panteones están llenas en sobrecupo de los que no hicieron caso de tales imperativos. No hurtar, no matar, no mentir…

Aristóteles no tiene la solución inobjetable, sólo una solución de compromiso: el término medio, en el centro de los extremos. Lo mejor de ambos lados. Aquí es donde saltan las voces de todo o nada. Se está embarazada o no. Nadie está medio embarazada…

 “hemos definido a la virtud como un estado y como  término medio”, dice Aristóteles.

Gran ética, Cap.3.

No es que se quiera ser un poco bueno y en otras ocasiones un poco malo. En todo momento se tiende hacia el bien, pero algo me gana y me fallo a mí mismo:

“Decimos que vivir bien y obrar bien no es otra cosa que la felicidad; luego, ser feliz y la felicidad están en vivir bien. Y vivir bien consiste en vivir de acuerdo con la virtud. La virtud es, por tanto, el fin, la felicidad y lo mejor.”

Aristóteles no se queda en el discurso académico sino que  señala   la acción: “Así pues la felicidad debe consistir en el uso y en la acción de alguna cosa.”

Los Padres de la Iglesia se van a referir a esta antinomia llamándole el Bien y el Mal, no tanto Virtud. Y los filósofos dicen Ser y No-No Ser.

San Pablo dice que él  sabe qué es el Bien y sin embargo alguna ocasión actúa en contrario. San Agustín hace una formidable catarsis de tantos errores mundanos e intelectuales que comete dentro de una conducta general que busca el Bien.

Y las Madres de la Iglesia, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresa de los Andes, relatan lo propio, esa búsqueda del Bien  con frecuencia estorbada por los requerimientos del cuerpo que siempre tienden a desbordarse.

Para los católicos que se asustan de estas cuestiones hay que recordar que la Iglesia está no sólo contra la falta natural, se puede decir, sino también contra esa súper virtud que se pudre, y la rechaza mediante el sacramento de la reconciliación, en otro tiempo llamada “confesión”.

Tal vez sea el lugar para recordar que el Aristóteles pagano, siempre visto a la distancia y con mucho recelo por la Iglesia, por el “manejo” que los árabes habían hecho de su obra, fue por fin descubierto y aceptado, al filo de  la Edad Media, por medio de Santo Tomás de Aquino y, en buena parte, por San Alberto Magno, ambos filósofos – teólogos.

La ciencia misma, no hay que olvidarlo, tiene para los alcohólicos adictos que creen haber enredado su vida, el recurso de la catarsis individual con el psicólogo o en general con los grupos de autoayuda: AA, NA, DA, etc.

Una tercera opción, es decir, que tanto la ciencia como la religión serían fantasías inventadas por el hombre. A lo que Chesterton contesta: “Siguiendo una fantasía el hombre llegó a la luna”.

Por otras fantasías otros llegaron al cielo pero estos, fuera del espacio y del tiempo, ya no pudieron ser captados por la causalidad y los reflectores.

“La mitología- escribe Frederick Copleston- en cuanto que tiene sus raíces en el inconsciente, corresponde a un  momento de la vida interior de Dios.” (Historia de la filosofía, Tomo VII, Cap. III)

“No se repriman, la solución está en darle rienda suelta a los instintos”, dijeron algunas voces desde la laicidad, y el resultado fue una generación Ritalin, que acabó con las neuronas deshechas en el manicomio.

Pero no sólo los desinhibidos laicos  acabaron así, también los que perseguían la pureza religiosa hasta el exceso. Los Frankstein de la pureza. Los Dorian Grey con su retrato escondido en la buhardilla.

La pureza  lejos de la humanidad.

 Aristóteles: “la virtud en efecto, es la causa de  honra; y ella misma, por su propio incremento, es la causa de         que los hombres se hagan peores.”

El mal, por sí, tiene carta de presentación y se descubre aunque esté disfrazado. El mal, que se hace en nombre de la supervirtud , no se queda atrás.

 Aristóteles termina esta parte de la siguiente manera: “la virtud, al ser mayor, hará a los hombres peores.”

Aristóteles
“Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C.-322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de laAntigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.” Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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