Arqueólogos localizaron momias de
sacrificio en montañas del Perú y Argentina con antigüedad de 500 años. En 1997
en la cima del Nevado Ampato de 6,309 metros de altitud y en el cerro
Llullaillaco, de 6,739.
Todo alpinista, por deporte, sabe que el sólo hecho de llegar caminando a esas alturas requiere un esfuerzo considerable de voluntad y físico.
El reportaje del Llullaillaco trae una escala comparativa de alturas con montañas de diferentes meridianos del planeta. Es 2,963 metros más alto que el Monte Fuji, 1,932 que el Monte Blanco de los Alpes europeos, y 545 que el Monte McKinley de Alaska.
Hallazgos documentados en la revista National geographic Vol. 3. No 1 julio
de 1998 y Vol.5, No 5 noviembre de 1999.
Tomado de National
Geographic Vo. 5. No.5 Nov 1999
Subir a la montaña es una práctica en
América que viene de muy antiguo. La arqueología ha encontrado adoratorios en
las montañas de México, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
Un alpinismo religioso que tenía por
meta adorar a la divinidad desde estas elevadas cumbres.
De manera equivocada se cree que era
a la montaña a la que se adoraba. Como
si ahora dijéramos que es el templo al que
se adora, no a Jesucristo. El templo, ciertamente, es un inmueble
diferente a otros edificios, no sólo en su diseño arquitectónico sino en el ambiente
subjetivo que ahí mora. Es un lugar de oración.
De la misma manera que la Cámara de Diputados es el lugar donde se practica la democracia, no es la democracia el inmueble.
Los graniceros de México continúan elevando sus oraciones al volcán Popocatépetl porque ahí mora Tezcatlipoca, no porque adoren al volcán. Si bien, a semejanza del templo cristiano, tiene algo de la divinidad que ahí se adora.
Chimalphain, historiador del siglo dieciséis, hace referencia de una ascensión al Popocatépetl (5,452 m.) Tuvo lugar esta en el siglo trece, bajo el ritual de “pedir” agua a Tláloc. No dice que fue la primera ascensión, la cual pudo tener lugar en una fecha más remota.
El hombre americano subía a estas cumbres con la disposición de ánimo conque los domingos los cristianos acuden a la celebración de la santa eucaristía.
Esto en unos siglos en los que, según
Mazotti (Introducción a la montaña,
Editorial Juventud) , el europeo veía con temor sus montañas, que imaginaba
pobladas de brujas y demás criaturas demoniacas. Léase el aquelarre donde Mefistófeles y el doctor
Fausto se dan la gran divertida.
La historia del alpinismo como
deporte, para el europeo, fue una verdadera proeza. Antes de aprender a superar
técnicamente los obstáculos físicos de la ascensión, tuvo que vencer ese miedo
a los demonios que habitaban en los bosques, cañadas, glaciares y las cumbres.
Se considera que, todavía para
mediados del siglo diecinueve, el Materhorn de Whymper, era uno de los últimos
lugares donde habitaban esas criaturas del averno.
En el México precristiano no eran
ascensiones esporádicas. Estaban reglamentadas y figuran, esculpidas, en el mismo monumento que se conoce como Calendario Azteca. Se le llama Tepeilhuitl, que en náhuatl quiere decir la “fiesta de las montañas”
y en ellas participaba el pueblo de manera masiva. Cuatro veces al año, según Clavijero (en su Historia antigua de México), se realizaba esta
ceremonia.
Una fiesta que aún perdura en algunos lugares en torno a los altos volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En realidad en infinidad de lugares del país se practica esta fiesta a las montañas, por las más de cincuenta etnias mexicanas, pero lo que nosotros conocemos, de primera mano, es en los volcanes que hemos mencionado.
Y por ley, una vez al año, el gran tlatoani de México-Tenochtitlan (los historiadores le dice rey) debería emprender la ascensión, a pie hasta el gran adoratorio en la cumbre de la montaña Tláloc.
Una travesía que comprendía unos diez kilómetros cruzando en canoa el gran lago de Texcoco, hacia el este, y una ascensión(a pie pues no se conocían animales de montar) de veinte kilómetros a través de sierras quebradas con un desnivel de dos mil metros ( la ciudad de México está en los 2,200 metros sobre el nivel del mar), empezando en el pueblo de Coatlinchan, oeste con relación a la cumbre del monte Tláloc).
Para dar una idea de lo que esto requiere, en la actualidad, de cien montañistas fuertes para caminar, sólo uno o dos emprenden esa ascensión a partir de Coatlinchan.
La ruta frecuentada es a partir del pueblo de Río Frío, en el sureste de la montaña.
Lo que es muy difícil de entender, aun para los alpinistas, es el enorme esfuerzo que significa trabajar localizando y escavando en semejantes altitudes (el drama de los glóbulos rojos y la consecuente disminución de oxigeno con el catastrófico, y en ocasiones mortal, presencia de lo que se llama “mal de montaña” o puna, si no hay la debida aclimatación a la altura, y pocas veces se realiza), con vientos poderosos, temperatura por debajo de los 30 grados y la siempre posibilidad de la llegada de tormentas de nieve, en el caso de las montañas suramericanas.
En la cumbre del monte Tláloc, adoratorio sede o adoratorio principal, de Tláloc, dios de la lluvia, de 4,150 metros de altitud, se levantó toda una construcción, planeada y terminada hasta en sus mínimos detalles, con una calzada de acceso de unos 200 metros de extensión orientada en dirección este-oeste, con muros en ambos lados y un patio cuadrado con varios aposentos para las representaciones de los diferentes dioses y diosas relacionados con el agua.
En este lugar, como es el caso de las cumbres andinas que referimos, también tenían lugar sacrificios humanos, particularmente de niños.
En esta altitud ya se deja sentir el “mal de montaña” y se necesitaron miles toneladas de roca que se extrajeron de una cantera en una cumbre secundaria del monte Tláloc. Es difícil imaginar el esfuerzo físico y mental que esto requirió.
En los años sesentas del siglo pasado Héctor García y yo tomamos las medidas (aproximadas debido al gran deterioro) del gran adoratorio antes que todo se acabara de borrar para siempre. El abandono y la destrucción del lugar eran completos. Sin dejar de mencionar los poderosos agentes erosivos que azotan la cumbre como aire y agua.
Los vándalos del siglo dieciséis, solados, sacerdotes católicos y sus subordinados indígenas, destruyeron el gran adoratorio. En los siglos que siguieron, otros vándalos acabaron llevándose las esculturas y horadando el suelo del gran patio en busca de tesoros.
Algunos años después, y para enorme sorpresa nuestra, nos percatamos que por fin se están llevando a cabo trabajos de reconstrucción arqueológica en este adoratorio cimero.
Una empresa, insistimos, de enormes vuelos por lo que requiere de esfuerzos académicos, económicos y sobre todo, físicos por los requerimientos ya anotados que es necesario desarrollar a esa altitud. Estos avances se pueden conocer en Internet por las imágenes satelitales.
En la expedición arqueológica del Nevado Ampato se localizaron 4 momias y varias estatuas rituales, de los siglos XV y XVI.
Antes habían encontrado material diverso en el Nevado Pichu Pïchu, de 5, 669 metros. Todo en la región de Arequipa.
En el Nevado Quehuar (6,130 metros), próximo al Llullaillaco, hallaron restos de sacrificio humano. En el Llullaillaco 3 momias de niños sacrificados y 20 estatuas vestidas y 16 desnudas.
El Nevado Llullaillaco se encuentra localizado en la frontera de Chile y argentina, en el área de esta última.
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