Valera y Pepita Jiménez

Amar al cielo o amar a la mujer es la disyuntiva que vive  todo seminarista. Con frecuencia, en cierto punto de su vocación, el seminarista pide con humildad al cielo que le envíe una señal por qué camino seguir. Por el ancho o por el angosto. Y el cielo envía a una mujer, que en esta novela se llama Pepita Jiménez. Así Pepita Jiménez no es el instrumento del diablo, como se cree, que perturba y desvía a los que se encaminan   a servir desde los altares, sino la mujer que salva a la Iglesia de malos ministros. Algunos de estos logran escabullirse a la  mirada de Dios, y andan en hábitos, pero son los menos.

Un joven, de nombre Luis de Vargas, escribe una serie de cartas a su tío, el señor Deán de la catedral de…alguna parte de Andalucía. Este alto prelado fue guardando las cartas y al morir las dejó entre sus cosas en mucho orden, por fechas, como las iba recibiendo, amarradas en un paquete. Años después alguien, que puede ser el propio autor del libro, o bien un innominado alter ego suyo, se ve con este hato de cartas en sus manos y les fue dando lectura.

La  novela corresponde al género epistolar. Luis sale de vacaciones del seminario en el que se prepara para sacerdote, va a  la casa de su padre, en alguna  parte de España y que goza de buena posición económica y tierras de su propiedad. Desde ahí es de donde Luis escribe con frecuencia al Deán, hermano de su padre, de lo que le va aconteciendo. Sobre todo de su prisa por regresar al seminario y ordenarse de sacerdote y ser, guía, ministro de la fe entre los necesitados.

La segunda parte, Paralipómenos, se cree que la relata el Deán. Aquí aparecer otras cartas del padre de Luis enviadas  a su hermano el Deán. Y finalmente cartas del Deán a su hermano. El alter ego le da cierto orden a las cartas y va relatando la vocación, primero mística de Luis, y después la pasión terrenal  del seminarista.
Pepita Jiménez  es la mujer con la que don Pedro, padre de Luis, se va casar. Ambos, padre e hijo, frecuentan la casa de Pepita Jiménez, mujer joven que acaba de enviudar y poseedora de una buena fortuna que le dejó su muy anciano marido. Con el trato Luis y Pepita empiezan unas relaciones amorosas, inocentes, que los llevará a trastocar todos los planes tanto del seminarista como el mencionado compromiso de casamiento de Pepita con don Pedro. 

Al final, Luis y Pepita se brincarán todas las trancas, las del cielo y las de la tierra, y unirán sus vidas, en matrimonio religioso. El Deán comprende que Luis abandone su idea de ser sacerdote y y don Pedro también comprende que su hijo es el compañero idóneo por edad, y todo lo demás, para Pepita.

Pero la grandeza de la obra está en el tratamiento que Valera supo darle. Tratar  el tema de la vocación religiosa, en  la Iglesia católica, le revienta en las manos a más de uno. Por intereses de etnia  o de secta o por ignorancia, el asunto deriva con facilidad hacia otros derroteros. Aquí trascurre el relato en un equilibrio magistral. Sus observaciones sobre la santidad o la “terrenalidad” de los sacerdotes son tratadas con toda responsabilidad.

Monumento a  Juan Valera ( 1824-1905), en el Paseo de Recoletos, Madrid, España.Escultor Lorenzo Coullaut. Erigido en 1928. En el primer plano, sobre  los escalones, Pepita Jiménez.
Tarde o temprano todo seminarista o sacerdote se encontrará a su Pepita Jiménez. Una mujer por la que se abandonará todo en este mundo, incluido el cielo. Empero, la historia de la Iglesia dice que muchos pasaron la prueba. Esta batalla ya había sido librada hace siglos, en el Foro, donde los creyentes, humillándose hasta la muerte, como bocado de leones o teas humanas,  conquistaron el poderoso imperio romano. Pero atrae tanto la idea de una vida de  santidad que el cielo tuvo que disponer de su filtro de vocaciones. Este filtro aquí se   llama Pepita Jiménez.

Esta obra de Valera algo nos recuerda a Miguel de Unamuno en lo que toca a su crisis con la Iglesia Catolica. No disponemos de información  suficiente para aproximar más  ambos relatos. Sólo nos parece que pudo haber sido la vida real de  Unamuno el modelo a seguir por Valera para trazar su Pepita Jimenez. Ya casado ( con Concepción Lizarraga, "su primer y único amor de este gran misógino") y profesor en Salamanca,Unamuno recordará sus tremendas crisis de cuando vivía dentro de la Iglesia Católica y abrigaba para él la idea religiosa. "Mi soñada santidad flaqueaba", escribiría más tarde.

Valera fue parte del Tribunal Examinador cuando Unamuno presentó, en 1892,su oposición para la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca. 

Luis persiste en su idea de ser sacerdote. Va a despedirse de Pepita que está perdidamente enamorada del seminarista y quien al día siguiente se apresurará a volver con su tío, el Deán, que lo espera para ordenarlo sacerdote. Luis no tiene ni la menor idea de la temeridad que está cometiendo. No conoce en ese terreno del amor  la superioridad de la mujer sobre el hombre. Pepita se humilla y le dice que lo ama con toda su alma. En un momento hasta se pone de rodillas para pedirle que no la abandone porque para ella será  la muerte. La fortaleza de Luis empieza a ceder, porque también la ama. En seguida Pepita llora desconsoladamente, s e levanta y huye hacia el interior de su recamara. Preocupado porque vaya a sufrir algún percance o cometa alguna locura que atente contra su salud, Luis la sigue. Todavía con lagrimas en los ojos, pero ya algo sonriente, y deliciosamente despeinada, Pepita le echa los brazos en el cuello y lo hace perder la vertical. El cielo ha hablado. Otro será ministro de la fe, pero Luis ya no.

Entre los personajes que cotidianamente frecuentan las inocentes tertulias en la casa de Pepita, se cuenta con un viejo sacerdote al que sólo se le conoce como el padre  Vicario. Es amigo y una especie de guía espiritual de Pepita. Es el paradigma de un auténtico sacerdote, santo, sin lugar a dudas, anodino, discreto, batallador en silencio junto a sus feligreses pobres, que al morir, “no ha dejado más que  cinco o seis duros y unos muebles, porque todo lo repartía de limosnas”. Le interesaban más sus semejantes que  ser de la cepa intelectual de los teólogos. Es de esos sacerdotes del anonimato que, sin lugar a dudas, son los que reciben las llaves del  reino de los cielos.

Es una novela que nos relata cómo se forjan las buenas relaciones e n una pareja de enamorados. Pero que no se quedan  en el yoismo egoísta de una familia. Y afuera que se derrumbe el mundo. Por el contrario, su modo de vivir, ya casados Pepita y Luis, muestran  que, con el afecto que se tienen y la ternura de su cordialidad con que se tratan y tratan a todo el mundo “ejercen aquí  benéfica influencia y servirán de mucho para que la cultura exterior cunda y se extienda.”

Y ya cuando han pasado los años, llegado los niños traviesos y la vida hogareña ha entrado en una rutina apacible,” comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones”. 

En Torno a Galileo Ortega escribe: "Servimos a Dios precisamente cuando servimos a este mundo, en el oficio y vocación en que Dios nos ha puesto."

 El Unamuno de carne y hueso escribiría más tarde: "Y hoy me encuentro en gran parte desorientado,pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para sentir que el consuelo es verdad." ( El pensamiento de Unamuno,Fondo de Cultura Económica, México,Breviarios,1953)

Dueño de una gran cultura y una calidad superior en el trato de los temas que van surgiendo, Juan Valera s e nos va revelando, a través de una  prosa deliciosa, uno de eso escritores de los más altos  vuelos que  España ha dado al mundo.


Y como (salvo excepciones,que son pocas,por eso son excepciones) los medios,en especial la televisión, y los suplementos culturales de  no pocos diarios, tienen la tendencia de  llevar hacia la mediocridad el mundo de las letras,lo vuelven llorón y en general hacia lo que podríamos llamar "cultura rápida",Valera irá subiendo más en el gran horizonte cultural.  Resplandece  por méritos propios, pero la balanza de la "cultura rápida" está muy pesada y eleva y eleva y eleva el otro platillo de la balanza.

No hay la intención de hacer copartícipe a Javier Gomá Lanzón de nuestras apreciaciones. Este escritor  publicó en el diario El País, de España, del 16 de marzo de 2013, páginas 4,5 y 6,un trabajo titulado: "¿Dónde está la gran filosofía?" En él se refiere a literatura de mayor aliento filosófico de lo mediático que acabamos de mencionar.Citamos unas líneas de su valioso trabajo: " La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana se ha apagado y ha sido sustituida  por ensayos de entretenimiento,cultivados por esos mismos  académicos doblados de divulgadores  o por periodistas y profesionales  que escriben sobre temas  de actualidad económica, política,social, moral o sentimental,oportunamente confeccionados para complacer la curiosidad de un público mayoritario." 


“Juan Valera, nacido en Cabra (Córdoba) en 1824 y fallecido en Madrid en 1905, fue uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX, además de brillante diplomático, político y orador. Perteneciente a una familia noble, estudió Derecho y consiguió su primer destino en su carrera diplomática en Nápoles, para continuar por toda Europa y América con varios puestos de embajador. Una vez jubilado se estableció en Madrid, donde fue diputado, secretario del Congreso e incluso ministro con Amadeo de Saboya. Hombre de vasta cultura y políglota, colaboró en diversas revistas y periódicos, que dirigió y fundó, y ejerció como crítico literario además de cultivar la novela, el cuento, la historia, la poesía, el teatro, el periodismo y el ensayo, labores en las que apostó por una idealización de la realidad, pero alejada del romanticismo imperante, manteniendo unos principios realistas dentro de un cuidado estilo literario. Fue elegido miembro de la Real  Academia Española en 1862. Sus obras más conocidas son las novelas Juanita la Larga y Pepita Jiménez.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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