Un joven, de nombre Luis de Vargas, escribe una serie de cartas a su tío, el señor Deán de la catedral de…alguna parte de Andalucía. Este alto prelado fue guardando las cartas y al morir las dejó entre sus cosas en mucho orden, por fechas, como las iba recibiendo, amarradas en un paquete. Años después alguien, que puede ser el propio autor del libro, o bien un innominado alter ego suyo, se ve con este hato de cartas en sus manos y les fue dando lectura.
La novela corresponde al género epistolar. Luis sale de vacaciones del seminario en el que se prepara para sacerdote, va a la casa de su padre, en alguna parte de España y que goza de buena posición económica y tierras de su propiedad. Desde ahí es de donde Luis escribe con frecuencia al Deán, hermano de su padre, de lo que le va aconteciendo. Sobre todo de su prisa por regresar al seminario y ordenarse de sacerdote y ser, guía, ministro de la fe entre los necesitados.
La segunda parte, Paralipómenos, se cree que la relata el Deán. Aquí aparecer otras cartas del padre de Luis enviadas a su hermano el Deán. Y finalmente cartas del Deán a su hermano. El alter ego le da cierto orden a las cartas y va relatando la vocación, primero mística de Luis, y después la pasión terrenal del seminarista.
Pepita Jiménez es la mujer con la que don Pedro, padre de Luis, se va casar. Ambos, padre e hijo, frecuentan la casa de Pepita Jiménez, mujer joven que acaba de enviudar y poseedora de una buena fortuna que le dejó su muy anciano marido. Con el trato Luis y Pepita empiezan unas relaciones amorosas, inocentes, que los llevará a trastocar todos los planes tanto del seminarista como el mencionado compromiso de casamiento de Pepita con don Pedro.
Al final, Luis y Pepita se brincarán todas las trancas, las del cielo y las de la tierra, y unirán sus vidas, en matrimonio religioso. El Deán comprende que Luis abandone su idea de ser sacerdote y y don Pedro también comprende que su hijo es el compañero idóneo por edad, y todo lo demás, para Pepita.
Pero la grandeza de la obra está en el tratamiento que Valera supo darle. Tratar el tema de la vocación religiosa, en la Iglesia católica, le revienta en las manos a más de uno. Por intereses de etnia o de secta o por ignorancia, el asunto deriva con facilidad hacia otros derroteros. Aquí trascurre el relato en un equilibrio magistral. Sus observaciones sobre la santidad o la “terrenalidad” de los sacerdotes son tratadas con toda responsabilidad.
Monumento a Juan Valera ( 1824-1905), en el Paseo de Recoletos, Madrid, España.Escultor Lorenzo Coullaut. Erigido en 1928. En el primer plano, sobre los escalones, Pepita Jiménez. |
Esta obra de Valera algo nos recuerda a Miguel de Unamuno en lo que toca a su crisis con la Iglesia Catolica. No disponemos de información suficiente para aproximar más ambos relatos. Sólo nos parece que pudo haber sido la vida real de Unamuno el modelo a seguir por Valera para trazar su Pepita Jimenez. Ya casado ( con Concepción Lizarraga, "su primer y único amor de este gran misógino") y profesor en Salamanca,Unamuno recordará sus tremendas crisis de cuando vivía dentro de la Iglesia Católica y abrigaba para él la idea religiosa. "Mi soñada santidad flaqueaba", escribiría más tarde.
Valera fue parte del Tribunal Examinador cuando Unamuno presentó, en 1892,su oposición para la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca.
Luis persiste en su idea de ser sacerdote. Va a despedirse de Pepita que está perdidamente enamorada del seminarista y quien al día siguiente se apresurará a volver con su tío, el Deán, que lo espera para ordenarlo sacerdote. Luis no tiene ni la menor idea de la temeridad que está cometiendo. No conoce en ese terreno del amor la superioridad de la mujer sobre el hombre. Pepita se humilla y le dice que lo ama con toda su alma. En un momento hasta se pone de rodillas para pedirle que no la abandone porque para ella será la muerte. La fortaleza de Luis empieza a ceder, porque también la ama. En seguida Pepita llora desconsoladamente, s e levanta y huye hacia el interior de su recamara. Preocupado porque vaya a sufrir algún percance o cometa alguna locura que atente contra su salud, Luis la sigue. Todavía con lagrimas en los ojos, pero ya algo sonriente, y deliciosamente despeinada, Pepita le echa los brazos en el cuello y lo hace perder la vertical. El cielo ha hablado. Otro será ministro de la fe, pero Luis ya no.
Entre los personajes que cotidianamente frecuentan las inocentes tertulias en la casa de Pepita, se cuenta con un viejo sacerdote al que sólo se le conoce como el padre Vicario. Es amigo y una especie de guía espiritual de Pepita. Es el paradigma de un auténtico sacerdote, santo, sin lugar a dudas, anodino, discreto, batallador en silencio junto a sus feligreses pobres, que al morir, “no ha dejado más que cinco o seis duros y unos muebles, porque todo lo repartía de limosnas”. Le interesaban más sus semejantes que ser de la cepa intelectual de los teólogos. Es de esos sacerdotes del anonimato que, sin lugar a dudas, son los que reciben las llaves del reino de los cielos.
Es una novela que nos relata cómo se forjan las buenas relaciones e n una pareja de enamorados. Pero que no se quedan en el yoismo egoísta de una familia. Y afuera que se derrumbe el mundo. Por el contrario, su modo de vivir, ya casados Pepita y Luis, muestran que, con el afecto que se tienen y la ternura de su cordialidad con que se tratan y tratan a todo el mundo “ejercen aquí benéfica influencia y servirán de mucho para que la cultura exterior cunda y se extienda.”
Y ya cuando han pasado los años, llegado los niños traviesos y la vida hogareña ha entrado en una rutina apacible,” comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones”.
En Torno a Galileo Ortega escribe: "Servimos a Dios precisamente cuando servimos a este mundo, en el oficio y vocación en que Dios nos ha puesto."
El Unamuno de carne y hueso escribiría más tarde: "Y hoy me encuentro en gran parte desorientado,pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para sentir que el consuelo es verdad." ( El pensamiento de Unamuno,Fondo de Cultura Económica, México,Breviarios,1953)
Dueño de una gran cultura y una calidad superior en el trato de los temas que van surgiendo, Juan Valera s e nos va revelando, a través de una prosa deliciosa, uno de eso escritores de los más altos vuelos que España ha dado al mundo.
Y como (salvo excepciones,que son pocas,por eso son excepciones) los medios,en especial la televisión, y los suplementos culturales de no pocos diarios, tienen la tendencia de llevar hacia la mediocridad el mundo de las letras,lo vuelven llorón y en general hacia lo que podríamos llamar "cultura rápida",Valera irá subiendo más en el gran horizonte cultural. Resplandece por méritos propios, pero la balanza de la "cultura rápida" está muy pesada y eleva y eleva y eleva el otro platillo de la balanza.
No hay la intención de hacer copartícipe a Javier Gomá Lanzón de nuestras apreciaciones. Este escritor publicó en el diario El País, de España, del 16 de marzo de 2013, páginas 4,5 y 6,un trabajo titulado: "¿Dónde está la gran filosofía?" En él se refiere a literatura de mayor aliento filosófico de lo mediático que acabamos de mencionar.Citamos unas líneas de su valioso trabajo: " La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana se ha apagado y ha sido sustituida por ensayos de entretenimiento,cultivados por esos mismos académicos doblados de divulgadores o por periodistas y profesionales que escriben sobre temas de actualidad económica, política,social, moral o sentimental,oportunamente confeccionados para complacer la curiosidad de un público mayoritario."
“Juan Valera, nacido en Cabra (Córdoba) en 1824 y fallecido en Madrid en 1905, fue uno de los grandes escritores españoles del siglo XIX, además de brillante diplomático, político y orador. Perteneciente a una familia noble, estudió Derecho y consiguió su primer destino en su carrera diplomática en Nápoles, para continuar por toda Europa y América con varios puestos de embajador. Una vez jubilado se estableció en Madrid, donde fue diputado, secretario del Congreso e incluso ministro con Amadeo de Saboya. Hombre de vasta cultura y políglota, colaboró en diversas revistas y periódicos, que dirigió y fundó, y ejerció como crítico literario además de cultivar la novela, el cuento, la historia, la poesía, el teatro, el periodismo y el ensayo, labores en las que apostó por una idealización de la realidad, pero alejada del romanticismo imperante, manteniendo unos principios realistas dentro de un cuidado estilo literario. Fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1862. Sus obras más conocidas son las novelas Juanita la Larga y Pepita Jiménez.”
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