Platón
Había una
vez, hace casi veinticinco siglos, en un país muy lejano llamado Grecia…
Menon tiene
ideas hechas de lo que es la virtud y así va por el mundo comunicándolo.
Sócrates también tiene sus ideas de la
virtud pero, duda si está en lo correcto.
Dudar es la
clave del método de Sócrates que él llama mayéutica o parir. Su madre era
partera y él también se decía partero, si bien, era partero de ideas. No era
hacedor, engendrador, de ideas, estas ya estaban hechas, él sólo las hacia
nacer o parir.
Dudar es en
la perspectiva del anhelo de perfección, lo dirá Sócrates una y otra vez.
Dudando y dudando fue como Agustín encontró su camino…Dudando y dudando es como
se descubrió que la Tierra no es el centro del universo.
Con su
método mayéutico lograr que Menon también dude. El “dialogo dialectico” se
establece entre los dos y empiezan a buscar un punto de acuerdo, acuerdo que
ahora conocemos como síntesis. Es decir, un criterio más depurado. Nunca se
llegará al final porque surgen nuevos elementos que dan acceso a algo mejor, y
así hasta el infinito. El punto es dudar si esto último ya es lo último.
Dialogan
sosegadamente estos dos filósofos en torno del tema de la virtud si esta se enseña o no o para qué sirve. Sosegadamente
a diferencia de lo que sucede entre dos discutidores peleoneros de taberna que discuten de religión, de política o de futbol.
Sobre todo de futbol. Alguien escribió que en el mundo hay una larga fila de
hombres (no dijo de mujeres) esperando tomar la palabra. No para escuchar sino
para hablar. Como en el país sin nombre donde hay muchísimos escritores y muy
pocos lectores.
Menon quiere
conocer la opinión de Sócrates respecto de la virtud. Sócrates responde que ignora
todo de la virtud y agrega que tampoco
conoce a nadie que lo sepa.
Menon, en
cambio, dice saberlo y no sólo de la virtud sino de las virtudes. ¿Las
virtudes? Más adelante se dialogará si tanto el mal como el bien se pueden fragmentar y hablar de males y de
bienes. O sólo el mal y sólo en bien. Ambos en singular.
Sócrates
emplea el símil de la variedad de especies de las abejas, las cuales tienen,
sin embargo, una esencia común. Lo mismo para la salud ¿hay una salud para el
hombre y una distinta para la mujer?
Sócrates
busca el bien en general, no en retazos como es la justicia, la santidad, el
orden: “No te figures que puedes explicar a nadie su naturaleza (de la virtud)
haciendo entrar en tu respuesta las partes de la virtud.
Pero si la virtud se aprende ¿de dónde lo sabe
el que la enseña? Porque el que la
enseña a su vez la aprendió de otro. Y si llegamos hasta el primer maestro éste
la aprendió de cosas preexistentes en la naturaleza. Es decir que tampoco las creó sino que las aprendió de manera
empírica y luego las sistematizó.
Para la preexistencia
se necesita algo que trascienda. Negar la trascendencia o inmortalidad, en la
conducta humana, puede ser cosa de conveniencia. De lo inmediato y de lo mediato.
Si aquí acaba todo para qué vivir
conforme al bien y su vehículo virtud.
Pero si no
acaba, como ahora sea mi comportamiento va a tener repercusiones en alguna
parte. Para mí en el reino de la inmortalidad. Al estilo de Dante. Y para la
sociedad va a heredar de mí un jardín o un basurero. Si los glaciares en las
montañas ya no acumulan nieve y hielo habría que preguntarse qué hizo mal la generación que me antecedió, si tomamos en
cuenta que todavía no es tiempo de la siguiente geográfica natural glaciación.
Sabido es
que los maestros griegos se explicaban la inmortalidad por medio de la figura
de la reminiscencia. Algo parecido a la reencarnación. No de alguien que
volviera vivir sino del alma que reencarnaba en otro cuerpo y que proporcionaba
un caudal de conocimientos por vivir a través de los katunes o eones del tiempo.
Con lo que
el asunto de la inmortalidad del alma tiene ahora una actividad paideica.
Cultural. En el cristianismo el alma rendirá cuentas en el cielo metafísico de
su comportamiento en “esta” vida fenoménica. Pero la creencia en la inmortalidad
del alma, en tiempos precristianos, tiene la función de educar al humano.
Ambos están
de acuerdo en que nadie quiere el mal, sin embargo no todos pueden hacer el
bien. Poder y querer son asuntos que han ocupado a la humanidad desde cuando
éramos recolectores-cazadores.
Sócrates da
un paso más en el diálogo al expresar
que eso, la virtud, consiste en eso, en hacer el bien. Más específicamente, la
virtud va a ser el vehículo, como quien dice la técnica, para que pueda hacerse
el bien. Al final el bien va a ser la
razón suficiente para la virtud. Sin
el bien la virtud sólo sería
otro trasto sin brújula más en el
desván lleno de cachivaches.
“Dicen (dice
Sócrates) que el alma humana es inmortal; que tan pronto desaparece, que es lo
que llaman morir, como reaparece; para que no perezca jamás.; por esta
razón es preciso vivir lo más santamente
posible.”Insiste: “ Así pues, para el alma, siendo inmortal, renaciendo a la
vida muchas veces, y habiendo visto todo lo que pasa, tanto en esta como en la
otra, no hay nada que ella no haya aprendido.”
Para ello se
necesita la presencia de otra facultad del nuevo individuo, poseído ya de una
alma inmortal, que es recordar porque del recordar se va a derivar el aprender:
“Porque como todo se liga en la naturaleza y el alma todo lo ha aprendido,
puede encontrar en sí misma todo lo demás, con tal que tenga valor y que no se
canse de sus indagaciones.”
Pero no el
bien sino los bienes revuelven cosas como la salud, la posesión del oro, los
honores públicos, la plata, las dignidades de la república. Sócrates entonces
propone que la virtud debe ser justa y santa. Sin estos atributos aun la mejor
de las intenciones será de dudosa definición: “lo que se hace con justicia es
virtud; y por el contrario, lo que no tiene ninguna cualidad de este género, es vicio.”
Sócrates
reitera la condición de la justicia: “una adquisición no será virtud aunque nos
proporcione bienes.”
En el Menon
Sócrates va dibujando el eterno retorno que recuerda el axioma de Tucídides que
consiste en que la repetición de los hechos tiene la función de aprender (para
enseguida remediar o mejorar).
Esta especie
de reencarnación no tiene la meta yoica, solamente, de ganarme la entrada al
paraíso metafísico. La función griega
del recordar por medio de las vidas sucesivas, va a servir, se va a traducir,
en conocimiento. La reminiscencia, entonces, servirá para la Paideia, para la
educación, para la cultura, si el individuo se puede mantener funcional, es
decir, virtuoso.
Por eso el
país que no invierte suficiente dinero para la educación de su pueblo se encuentra muy lejos de la virtud…
De esta
manera el pensamiento griego explica el devenir,
trascurrir, movimiento humano, el pensar filosófico, referido a algo imperecedero, eterno, metafísico. ¿Movimiento
con relación a qué?
El fenómeno
con relación a una razón vital. En otros términos, el alma, esa esencia inmortal,
es educadora de la criatura humana, perecedera: “En efecto, dice Sócrates, todo
lo que se llama buscar y aprender no es otra cosa que recordar.”
Pero para el conocimiento milenario tenga efecto, se mueva, salga de su estado latente,
potencial, se requiere dudar. Porque a la acción de dudar, hay que repetirlo,
le sigue indagar.
Le dice a
Menon: “Mi doctrina los hace laboriosos e inventivos. Así pues, la tengo por verdadera;
y quiero en consecuencia indagar contigo lo que es virtud. El punto es para
Sócrates que un nuevo descubrimiento de algo, sobre todo relacionado con la
ciencia, no se aprende, sólo se recuerda.
Dicho en términos modernos esto nos recuerda
al inconsciente colectivo de Jung o, en modo más reciente, al “ratón” de nuestra
computadora cuando corta un texto y luego lo pega en otra parte. El “maus” no
podría pegar nada si previamente no hubiera nada que cortar:
”El que
ignora, tiene, por lo tanto, en sí mismo opiniones verdaderas relativas a lo mismo que ignora.” Dice Sócrates.
Conviene
hacer la reflexión a estas alturas que estamos hablando de filosofía, que es el
mundo del acontecer fenomenológico, el desplazarse en movimiento, que es devenir, para establecer un paradigma o
ejemplo a imitar, para después este ser reemplazado por un mejor paradigma, a
través de la dialéctica, del dudar, porque
el dudar es anhelo de perfección. Dialogar en buenos términos confrontar y llegara una solución, llamada síntesis. No
estamos hablando de teología donde todo está hecho desde antes del principio de
los tiempos.
Por
ignorancia, unos, y por mala fe, otros, revuelven lo contingente con lo perenne
y la brújula acaba descomponiéndose y entonces el científico se mete con las cosas
de Dios y el teólogo quiere frenar la aventura cognitiva del humano. Conocer,
dudar y demostrar, es para lo que el académico se encierra en su laboratorio y se
planta frente al microscopio.
El creyente cree por fe, porque la fe es un
cosmos donde los átomos no existen.
Por lo tanto
las cosas del alma no se pueden enseñar, ya están hechas. Ya las tenemos
consigo. Si las escuchamos o las ignoramos es otra historia. Lo que revela
Sócrates es que la virtud es una ciencia y por lo tanto ésta sí se puede enseñar.
Algunos tal vez quieran señalar ahora la
virtud como civismo o como ética. Esas materias que fueron en el último siglo
borradas de los textos de la enseñanza laica de la universidad gratuita en
algunos países. Precisamente los países que ahora se debaten en la inseguridad social
generalizada desde una moneda, que para poco vale, hasta el ejercito recorriendo
sus calles combatiendo a la delincuencia como si se estuviera en una estado de
guerra. No invirtieron en la educación de su pueblo y ahora sufren las
consecuencias. Así es de implacable el mundo de la fenomenología. La causa y el
efecto.
Aquí
Sócrates llega a la razón suficiente, a la razón de ser, de la virtud o ética. Ser
buenos. ¿Para qué ser buenos? Para ser útiles a la comunidad: “Si somos buenos, somos, por consiguiente, útiles. Porque
todos los que son buenos, son útiles.”. La virtud y la ética, van a hacer que
cosas útiles, como el dinero, haga de este planeta un mundo mejor o, en su
lugar, una porquería.
Pero tanto
Sócrates, como después lo hará Leibniz, están convencidos que este es el mejor
de los mundos posibles. Y eso es por efecto de vivir la virtud como herramienta
para llegar al bien de la comunidad, no solamente de la individualidad. Ni tampoco solamente de la comunidad.
Sin embargo,
aquello que dijo Sócrates sirve tanto para el laboratorio como para el templo:
“El que ignora, tiene, en sí mismo opiniones verdaderas relativas a lo mismo
que ignora.”
“Sócrates de Atenas (en griego Σωκράτης, Sōkrátēs; 470 — 399 a. C.)1 2 3 fue un filósofo clásico ateniense
considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como
de la universal. Fue maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo, siendo estos tres los
representantes fundamentales de la filosofía de la Antigua
Grecia.”
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