Sobre la
felicidad
Séneca
Hay hiperactividad
en la ciudad industrial. Con el alba las calles se llenan de gente que va
presurosa y sólo hasta la media noche todo vuelve a quedar despejado. Ya en la
imperial Roma era lo mismo.
Séneca se
pregunta si eso es vivir o sólo sobrevivir y dónde quedaría el supervivir.
Llevada al extremo la pregunta es el contraste entre un hombre que medita y
nuestro paradigmático hombre de negocios que no para de corre desde las seis de
la mañana hasta que se desploma en su cama a las once de la noche. Pero ha
tenido tanta hiperactividad que necesitará algún fármaco para poder dormir.
¿A la
ciudad industrial se le puede llamar ciudad moderna? ¿Por
otro lado ¿en la gran ciudad todavía hay gente que medite, lea, escriba poemas vague por las calles por el sólo placer de
caminar, y esas cosas que más parecen propias de la Edad Media?
“Ninguna
otra ciencia es más difícil que la que se ocupa de la vida”, dice Séneca.
Séneca, para los que no lo saben, es de la misma línea genética de aquel que andando el tiempo escribiría Don Quijote
de la Mancha.
¿Pero
ocuparse de la vida tiene el mismo significado para un dinámico hombre de
negocios que para el que busca el sentido de la vida? Séneca reflexiona si un
hombre demasiado ocupado puede cultivar la elocuencia y las artes liberales.
Cree que poco puede asimilarse con profundidad. Puede recordar mediante la
mnemotecnia pero distinto es elaborar en las regiones del espíritu.
Vivir,
moverse, no permanecer estático, alejarse del quietismo, es lo que los
filósofos llaman devenir. Y enseguida
ellos mismos se preguntan ¿devenir hacia dónde, moverse en qué dirección? Porque
las hormigas siempre se mueven. Séneca señala una especie de antinomia que es necesario moverse hacia el no- moverse.
Nos dice de
esta manera que hay dos clases de metas en la vida y son la utilitaria y la de
rasgos vitales. La que deja de mirar hacia el exterior para concentrarse en su
interior, en su yo (conciencia y cognición). No en su ego (individualismo que
puede llegar hasta el solipsismo), sino en su yo.
Eso lo dijo Séneca hace veinte siglos, en el
contexto de una vida que se nos antoja muy pegada a la naturaleza. Cuando no
había aviones ni teléfonos moviles ni televisión y la población mundial era de cinco mil millones de
individuos menos que ahora.
Pero parece
que estuviera escribiendo en el siglo veintiuno, al observar a la gente en
cualquier estación del “metro”, salir y entrar precipitadamente por cientos y
miles cada minuto. En un afán de trabajo para lograr la sobrevivencia de ese
día para él y para los suyos. Así se trate de un obrero por el siempre miserable
sueldo mínimo (si tiene la suerte de estar empleado) que de un adinerado que va
presuroso tras el consumismo. Ni uno ni el otro tiene tiempo para la poesía. Ni
leerla ni escribirla ni vivirla.
Séneca |
Y es ahí
donde reflexiona y busca la raya que separa lo necesario vital de lo necesario
elemental de lo “necesario del absurdo”. ¿Se mueve en dirección de su yo o de
su ego? Dice:
“Escarba en
la vida de todos estos: fíjate en las horas que pierden haciendo cálculos, en
intrigas, en inquietudes; cuenta los días que pasan haciendo homenajes o recibiéndolos,
asistiendo a convites de una manera tan asidua
que parece como si estos constituyeran ya su propio oficio; observa
cuánto les ocupan sus propios compromisos y los ajenos: comprenderás entonces
que los asuntos en que andan metidos, sean buenos o malos, no les dejan tiempo
ni para respirar.”
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