EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA MEXICANA


 

Somos del Popol Vuh pero rezamos en cristiano. No conocemos el Popol Vuh pero tampoco el Nuevo Testamento.

En estas líneas está sintetizada toda la tragedia del pensamiento del mexicano, así como en los habitantes de muchas áreas del continente americano.

No se trata de una especie de bipolaridad, como suele considerarse, sino de un eclecticismo abandonado a fuerzas diversas. En otra palabras, de un relativismo disolvente.

La conquista del siglo dieciséis, a México-Tenochtitlán, por los ignorantes soldados y sus más ignorantes indios aliados.

Por otra parte, hay que apresurarse a reconocerlo, nos trajo un invaluable tesoro cultural, por medio de las órdenes religiosas, que es el pensamiento europeo, llamado occidental.

Con tan valioso aporte  los mexicanos somos herederos de dos grandes culturas, la propia  y la de Europa.

Sin embargo   todo se reduce a una historia para ver  quién llega primero a la silla presidencial. Y el hombre del mediano pueblo ha permanecido ajeno a esos dos tesoros culturales mencionados. Como alguien   que, teniendo en su mesa un platillo inteligente, prefiere, por ignorancia, la comida chatarra.

Dibujo tomado de
El País
21 octubre de 2017
Los elementos apolíneos y dionisiacos están presentes en ambas culturas: la sustancia y el cambio, en otras palabras,  lo espiritual y lo bárbaro. Con sus modos económicos de trueque, en uno,  y el modelo económico basado en la especulación, el otro.

La cultura náhuatl se pregunta, por boca de Nezahualcóyotl, sobre los valores esenciales y los valores materiales.

 Y la cultura europea es valiosa porque está conformada a base de tesis y contratesis (“Fragmentos flotantes de la tradición antigua, tan frecuentemente desgarrados o recosidos el uno al otro”, dice Nietzsche) desde los Presocráticos, Platón y el pensamiento laico que se destaca ya temprano con Demócrito.

Su cristianismo romano que en diversos lugares del planeta, y épocas, ha sido impuesto por la espada, la hoguera y el aperreamiento, caso de México. Que no obstante, con libertad, y el modo dialectico, ha demostrado que vale más que los diamantes.

Un lugar privilegiado en lo cultural para América india porque Europa sólo tiene una cultura (con cien afluentes) y nosotros dos. Dos grandes culturas, hay que insistir, en ello. Pero, ¿Cuánto conocemos de ellas?¿Cuantos tiene un buen acervo de ellas).Los hay, sin duda, pero su número no hace estadística.

El punto donde arrancan las diferencias, y que es el origen de la tragedia  mexicana, es que en el cristianismo el hombre, creado por la divinidad, cae. Toda su ulterior historia  es cómo se levanta, o, para ser exactos,  cómo es levantado por el cielo.

En el Popol Vuh también hay creación del cielo, pero después el hombre evoluciona por sí, para cuidar la obra de los dioses. No hay caída, los hombres no pueden caer, los dioses del Quiché no iban a hacer criaturas que no sirvieran  para cuidar su obra. Son hombres fuertes, de cuerpo y alma, con el suficiente vigor  para arrostrar los reveses y la disposición suficiente  y gozar de la nueva salida del sol cada mañana. No hay lugar para el victimismo.

Tomado de Internet
 Y, en  la leyenda de los Soles teotihuacanos, en el Altiplano,  los dioses se inmolan  para que, como en la cueva de Platón, la humanidad pueda ver la luz, el Sol, los dos soles, el sol nocturno y el sol de día.

“El trauma de la conquista” es lugar común que se trascribe del historiador anterior. Opiniones liricas sin mucho discernimiento. Un pueblo guerrero como el azteca tenía sabido que en la guerra se gana y se pierde. Su preponderancia fue precisamente cuando los mexicas borraron del mapa al, hasta entonces, todopoderoso señor de Azcapotzalco. Siglos atrás, Azcapotzalco había destruido al gran reino de Tenayuca…

En eso consiste,  precisamente, el mito de los tezcatlipocas (Cuauhtémoc= el águila que cae)eternamente vencedor, de manera alternativa, uno del otro.

No hay tiempo para permanecer lamentándose, no hay lugar para el pesimismo ni para el ramoneo moral. Es hora de cruzar desiertos, subir montañas, atravesar selvas, ir por el mar, para conocer la obra de los Presocráticos y la obra de los dioses quiches.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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