HERACLES, DE EURÍPIDES


 

Sufren mucho los hijos de la divinidad con mujer terrenal.

Jesús fue a la muerte como un manso corderito, a Heracles y a Huitzilopochtli, aunque guerreros fieros y valientes, no les fue mejor en sus vidas.

Heracles, más conocido como Hércules, es una suma de potencialidades tanto benéficas como destructivas que posee el humano. Vivió en la mente de su creador hace veinticuatro siglos. Lo que le sucedió entonces sucede  a nosotr
Heracles de Versalles
os en nuestro siglo.

La obra de Eurípides es paradigma de varios temas, por no decir muchos, que encontramos en la literatura desde la Edad Media hasta nuestros días.

A principios de abril  los medios dieron la noticia que, en un pueblo de México, amaneció en la cárcel un hombre que el día anterior se había emborrachado, a tal punto que tuvieron que llevarlo preso. Sorprendido, al día siguiente, preguntó por qué estaba preso. Los otros de su celda le informaron: ayer matase a machetazos a  tus padres y a un hijito tuyo.

Heracles es hijo de Zeus y de la mortal Alcmena. Mujer casada pero de tal hermosura que Zeus se introdujo en su lecho y de ahí nació Heracles. Mitad divino y mitad humano. Heracles, rey de Tebas va a ser  imparable  en cualquier combate. Con su espada derribará muros y destrozara ejércitos, como ahora hace Superman.

Eurípides, con Homero, hace veinticuatro siglos, son los  inventores de esta clase de superhombres y supermujeres, que empezaron en las tiras de los   comics y después pasaron a la pantalla grande.

Hera, la esposa de Zeus está celosa y desde siempre movió sus cartas para hacer sufrir a Heracles.

Heracles baja a los infiernos para destruir a uno de los monstruos que tiene preso a Teseo, amigo de Heracles  “¿Y quién de los mortales jamás del Hades regresar pudo?” Pero Heracles regresa y declara: “¡Ya saque de ahí a la tricápite fiera!”

Entretanto Licos  se apodera del reino, como sería  más tarde en la leyenda del rey Arturo. El coro se lamenta: “Ahora no hay seña alguna que distinga al malvado del justo…no quisieron los dioses darnos un signo cierto. En este mundo que incesante gira no hay más signo que la riqueza que reluce”.

 Para que los tres hijos pequeños de Heracles, al que creen muerto, pues del infierno nadie regresa, no piensen  en vengar a su padre cuando crezcan  y reclamen  su reino,… Licos ordena que los maten. Esto se lleva la mitad de la  obra llamada, en algunas ediciones, La locura de Heracles.

La locura de Heracles, Eurípides, Las diecinueve tragedias, Editorial Porrúa, México.

Pero Heracles regresa, salva sus hijos y a toda su familia, como son su madre y su padre. Aniquilar al usurpador fue cosa de niños para Heracles.

Felices, todos viven en armonía y paz como familia.

Pero son observados por Hera, la esposa de Zeus. Ésta se pone de acuerdo con otras  diosas, Iris  Y Lisa, para que bajen del Olimpo y vaya a perturbar la mente de Heracles.

Heracles, en efecto, pierde la razón y mata en su locura a sus tres hijos y a su esposa. Al volver en sí se sorprende que está tirado en el suelo y cerca un reguero de sangre y cadáveres por todos lados que aún no alcanza a distinguir  quienes son. El coro se encarga de relatarle lo que  ha sucedido.
Heracles
Museo del Vaticano

Abatido como nunca lo había estado, Heracles escucha al coro cantar: “¡Para nadie es segura ni la alta fortuna, ni la gloria!”

 Heracles sabe que no habrá lugar en el mundo donde pueda estar pues, los amigos son amigos en la bonanza y desparecen en la desgracia: “¡Ha, amigos…!¡Cuan escasos son: unos fueron amigos y hoy nos olvidan!”

¿A semejanza como hará Jesús, cuatro siglos más tarde, Heracles  se pregunta si Zeus,  su padre, lo abandonó?

Y aquí, lo que parece ser, en toda esta tragedia,  la alegoría de la obra: la amistad. O la amistad como medio del que Zeus se valió para auxiliar a su hijo.

Eurípides parece decirnos que  no todos abandonan al que ha caído en desgracia. Llegado a la frontera, es el terreno en que se conoce la amistad, no antes: “Es infalible  prueba ser fiel   en esa hora”

Aparece Teseo, rey de Atenas, el que fue salvado de las garras de los monstruos y por lo que   Heracles bajó al infierno persiguiendo al último monstruo que le faltaba…

“Un solo recuerdo evoco. Tú de la hondura de la muerte me has traído a la vida.”

Conoce toda la desgracia de Heracles y se apresura a brindarle  el  necesario  apoyo moral y material.   Le dice: “Ahora es cuando de amigos necesitas. Cuando a los dioses somos aceptables, no necesitamos amigos”.  Le ofrece  la mitad de su reino.

Esta obra de Eurípides es muy controvertida. Se tiene de ella cien modos de considerarla. Tampoco hay que perder de vista el Deus ex machina de que tanto se sirvió Eurípides en sus tragedias.

Incapaz de soportar el dolor físico, y menos el moral, queda el recurso de entrar el humano en la locura o perecer. Como un formidable paliativo a su error, Eurípides encontró el Deus ex machina. En otras palabras, eso sucedió porque así lo quiso Dios. Yo poco tuve que ver en esto,  el cielo lo dispuso de esta manera.

  “Puede uno  luchar contra las volubilidades de la suerte impuesta por los dioses, pero esa lucha resulta necedad. ¡Lo que tiene que ser, nadie en la vida impedirlo puede!”

Con el Deus ex machina Eurípides no quiere decir que  el humano haya inventado a Dios. Lo que dice es que invento  echarle su culpa a Dios.

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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